Primeros positivos de atletas en la Villa Olímpica
Son dos futbolistas de la selección sudafricana
La organización de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Tokio 2020 informó ayer de los dos primeros positivos por COVID-19 detectados entre los atletas que se encuentran alojados en la Villa Olímpica. Aunque en un primer momento no se reveló su identidad, poco después fueron identificados como dos jugadores de la selección de fútbol de Sudáfrica: Thabiso Monyane y Kamohelo Mahlatsi. Además, también habría un miembro del cuerpo técnico infectado.
El resto del equipo está aislado y “respetando las instrucciones” del comité organizativo de los Juegos que ya ha detectado a los contactos estrechos y ha tomado “cartas en el asunto”. Los primeros positivos entre los atletas de la Villa Olímpica se conocen un día después de revelarse el primer positivo dentro del complejo residencial situado en una de las islas artificiales de la bahía de Tokio, el de un miembro de una delegación también extranjera. También hubo otro atleta detectado a su llegada a Tokio, aunque este no se iba a alojar dentro de la Villa y fue aislado en un centro médico fuera de las instalaciones.
Por otra parte, el equipo británico de atletismo de Gran Bretaña anunció que hay diez miembros de la delegación, ocho atletas y dos técnicos, confinados de manera voluntaria después de que estuvieran en contacto estrecho con personas que ya han dado positivo. “Hemos iniciado un periodo de autoaislamiento”, anunció la propia delegación británica.
Piden calma. “Nunca dijimos que fuera a ser un espacio totalmente libre de Covid-19, lo que dijimos es que sería un espacio seguro”, señaló Masa Takaya, portavoz de Tokio 2020, que afirmó que se están adoptando todas las medidas “adecuadas” de detección y aislamiento de casos, para tranquilizar a los residentes que están llegando a las instalaciones residenciales y que entre hoy y mañana ya llenarán completamente la Villa Olímpica.
En las dos semanas que duran tú ocupas el sofá como si padecieses febril
Puedes recordar muchísimos veranos, y distinguir unos de otros por mediar eso que a veces llamamos, exagerando, pequeños detalles. Está el verano de tu primera moto, por ejemplo. O el verano del concierto de Depeche Mode. El de aquel lío, y después el de otro lío y otros líos más. El verano del viaje a Sicilia. El de la contrarreloj de Induráin en Luxemburgo. Está el verano de los cigarros Lucky Strike. El del Golf GTI MkII que estampaste contra una tapia, sin desgracias. El verano que le colaste la gran mentira a tus padres. El de la final de Sudáfrica. El que no pisaste la playa. El que fuiste a la playa cada día. El que trabajaste sin parar, y fue un verano bastante perdido. El del Mundobasket de España. El verano que te conformaste con piscinas. El de las noches hechas añicos, durante el que viste todos los amaneceres. El de los trenes y los hostels. El verano que no fue verano ni hostias. Y, por supuesto, están los veranos de todos los Juegos Olímpicos, a su manera salvajes.
Los Juegos Olímpicos construyen una memoria personal intensísima. Pasan los años y puedes recordar en qué ciudad lejana estabas, en qué casa, acompañado por quién, mientras veías, pongamos, unas semifinales de esgrima en Sídney, o a qué hora sonó el despertador para levantarte, en Los Ángeles 84, a tiempo de ver los 100 metros lisos. Una de las cosas que vuelven más fascinantes los Juegos es la diferencia horaria. Acaso su primera regla sea acabar con la lógica de los relojes, que no paran de recordarte a qué hora suelen pasar las cosas, para reincidir sobre ellas hasta volverlas costumbres. Cuando tienen lugar lo bastante lejos, y eso es muchas veces, los Juegos Olímpicos te empujan a un viaje en el tiempo imposible de olvidar. Se vuelven cine.
En las dos semanas que duran tú ocupas el sofá como si padecieses febril, para seguir durante horas lo que sea que retransmitan. Da igual el qué; simplemente, no puedes dejar de mirar. Todo pasa a engrosar una extraña memoria, y sin advertirlo, a base de imágenes, pones a salvo otro verano.