AS (Galicia)

La música de Vinicius

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En esos 45 minutos en que el equipo blanco lavó sus defectos sonó una música bien afinada, la de Vinicius. Dotado con una capacidad de ritmo que iguala la de su paisano y tocayo más ilustre, Vinicius de Morais, venció al Barça, lo partió por la mitad. Mariano vino en auxilio y remató a los azulgrana, que reaccionar­on como juveniles sin ganas ante el más juvenil de los jugadores de LaLiga. En una semana el Barça pasó de ser el heredero espiritual del Guardiola que venció a Zinedine Zidane a convertirs­e en un equipo de inteligenc­ia demediada, pobre de recursos, ajeno a la alegría con la que hay que inventarse el juego de la delantera.

El gol del joven salvavidas del Madrid convirtió en una caricatura la defensa azulgrana. Y las caras se fueron agriando a medida que parecía imposible remontar la montaña que terminó siendo ese tanto que ahora hace del Madrid el equipo de moda, en una semana en que parecía, como decía su entrenador, que todo era materia delicada. Una victoria ante el Barça significa para el equipo blanco una sólida reivindica­ción, con la que ya puede afrontar ilusiones que parecían imposibles de asumir. El Barça, por su parte, ha tirado por la borda ciertos síntomas de salud sobrevenid­a a raíz de las defectuosa­s energías madridista­s de las últimas semanas.

Lo que este joven brasileño logró, y no sólo cuando marcó este gol milagroso, fue poner de manifiesto las carencias defensivas de las que dispone Setién. En la primera parte, mientras el equipo utilizó sobre todo a la delantera, Ter Stegen se bastó con algunas heroicidad­es, pero, cuando vino el vendaval de este precoz músico del balón, hasta Piqué (coautor involuntar­io del tanto) tuvo que huir de la vergüenza que fue el área azulgrana. La primera parte fue una promesa que desperdici­aron sucesivame­nte los supuestos goleadores: Messi y Griezmann. Combinó bien el Barça, buscó el área contraria, logró sobresalta­r a Courtois y saltó la baranda del área rival tantas veces como quiso. Dijo Antonio Romero en el tramo final del partido, y ahí rivalizó con Jordi Martí, que fue un partido mediocre del Barça. Probableme­nte, pero en ese periodo primero mostró modos antiguos.

El viento huracanado del Madrid en la segunda parte no hubiera sido nada más que huracán. Mi nieto madridista me había dicho que el partido terminaría así, 2-0, y a mí me pareció que tenía que competir con él y dije el resultado inverso. Acaso la primera parte me hizo abrigar la ilusión de sobresalta­r a mi nieto, pero fue él quien me sobresaltó a mí. El resultado del marcador es una lección del Real Madrid. Jugó mejor, tuvo más fe en el gol e hizo que al final todos jugaran con un instrument­o que no tuvo a su disposició­n el Barcelona.

La desolación final es, en las caras de Messi y de los suyos (de los nuestros, en fin) el reverso de la medalla de la alegría que exhibió el muy bien instruido conjunto de Zidane. Escuché reír con ganas a Roncero, desde los micrófonos de Carrusel, cuando Mariano marcó. Lo comprendo perfectame­nte, igual que entendí la euforia de aficionado­s como mi nieto cuando Vinicius interpretó, como un músico sin miedo, las jugadas que lo llevaron finalmente a su gol. Perder forma parte de la trama, y felicitar al contrario es una obligación.

Un partido dividido en dos partes y en dos estéticas. El Barça llevó la batuta en la primera parte, y el Real Madrid se ocupó de dejar al equipo blaugrana sin instrument­os en la segunda.

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Leo Messi se dispone a sacar de centro tras un gol del Madrid.
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Los jugadores del Barcelona y del Madrid se saludan instantes antes de empezar el partido en el Santiago Bernabéu.
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