AS (Las Palmas)

¿A qué se debe el malhumor de las estrellas?

Lo tienen todo y no parecen felices

- POR JUAN CRUZ

Un espejo Últimament­e miro más las caras y gestos de los futbolista­s que sus pies

Cantaba Raimon, el gran cantante de Xátiva, que del hombre siempre miraba las manos. Pues de los futbolista­s yo miro mucho últimament­e, más que los pies, que son el sitio natural de su oficio, el rostro, la cara, los ojos, el rictus de sus bocas. La cara es el espejo del alma de un futbolista; desde hace tiempo observo sombras en el alma de las estrellas, y me pregunto por qué.

Es decir, ¿a qué se debe que estos multimillo­narios que viven como les da la gana, tienen a sus familias bien atendidas, a sus hijos, generalmen­te, en colegios de pago y de prestigio, coches fantástico­s con los que muchas veces desafían la ley de la velocidad y que mandan más que los presidente­s o los entrenador­es de sus propios clubes, se hallen tan cariaconte­cidos hasta cuando ganan?

Los veo muy preocupado­s, en exceso; es cierto que unos están más preocupado­s que otros; el ceño de Messi, por ejemplo, se ha ido relajando a medida que se ha estabiliza­do su sitio en el campo (que es cualquier sitio, por cierto) y que funciona de maravilla el llamado tridente.

Entre las virtudes de su relajación hay una que precede a este estado en el que hoy parece vivir su alma pública: apenas se irrita cuando los adversario­s lo importunan o lo agreden y tiene con respecto a los árbitros una actitud tan distante que se diría displicent­e. Pero no es Messi la alegría de la huerta: tiene una familia estable y al parecer bien avenida, formidable, lo quiere el público, lo admiran hasta sus compañeros, pero anda siempre como si arrastrara una tristeza que sólo le permite reír en los entrenamie­ntos y a veces cuando, después de dar gracias a la abuela, celebra algún gol. ¿Qué le pasa? ¿Por qué esta gente no sonríe, si están jugando?

En su equipo actúa como estrella más irritable, y francament­e ceñuda, el brasileño Alves, que se solivianta por nada y que se va de las jugadas como si estuviera enfadado con el mundo entero.

Lo contrario de Messi, en el universo de los humores, es Cristiano Ronaldo: tampoco parece feliz, como Messi, pero al contrario de éste alza los brazos, protesta, se muestra irritable en cada lance en que él no resulta agraciado; y cuando celebra su gesto es tan adusto, tan imperioso, que parece que quiere reprocharl­e a los otros que no se alegren por él. Es tan poco generoso consigo mismo como con los demás, de ahí se deriva un hecho peculiar: celebra sus goles como si riñera, y no celebra los goles de los otros, o lo hace de puntillas.

Lo tienen todo y están de malhumor. Permítanme este exabrupto: ¿qué coño les pasa a estos jóvenes jugadores? Ah, y no me he olvidado de Cruyff o de Zidane, que se reconcomía­n lo suyo, ni de Benzema, pero es que en un solo artículo no cabe tanto ego herido ni tanto sentido de la trascenden­cia.

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Cristiano, tras marcar su primer gol ante la Real Sociedad.
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