AS (Las Palmas)

Guillermo Fesser “El fútbol ya es grande en EE UU y Cristiano sale hasta en la sopa”

- A. MÉRIDA / G. POSE

CAFÉ, COPA Y FÚTBOL Conquistó las ondas inundando con Gomaespuma las madrugadas de España junto a su amigo Juan Luis Cano. Su sangre de humor fino y transgreso­r sigue incendiand­o sus venas y desde el otro lado del charco no deja de dar guerra.

¿Soñó alguna vez con marcar un gol ante 100.000 espectador­es?

—Siempre soñé con eso hasta que conseguí sacudirlo de mi cabeza para no vivir frustrado el resto de mi vida. Yo creo que la felicidad es eso, marcar un gol por la escuadra en un gran partido y que el público se levante y coree tu nombre.

—¿Ha llegado a animar a los dos equipos a la vez durante un partido?

—Pues sí, lo he hecho. Recuerdo un partido de España contra Italia, el de la final de la Eurocopa 2012, que les estábamos dando una buena paliza, y me tocó consolar a mi cuñado, que es italiano y se estaba poniendo colorado. Y yo, “¡venga hombre, forza Italia!, que a pizzas no os gana nadie”.

—-¿Qué condicione­s cree que debe reunir un buen peluquero de futbolista­s?

—Hombre, ejem, es que ser peluquero de futbolista­s tiene lo suyo, hay que ser sicólogo, babysitter y taxista, dándole rollo al cliente durante la carrera. Yo creo que lo más importante es tener seguridad, que no se note en ningún momento que te asaltan las dudas. Mucha seguridad, firmeza y confianza a la hora de dar el corte y tirar la raya.

—El otro día Cristiano Ronaldo se hizo un selfie de su rostro ensangrent­ado tras recibir una patada, ¿se imagina a Pirri haciendo lo mismo?

—No, para nada. Hemos llegado a un momento que es muy triste la humanidad. ¿y qué pasa, que estaba jugando con un móvil? Es alucinante el actual culto a uno mismo que vivimos. La vida pasa ante nuestros ojos y nos la perdemos porque el maldito móvil nos impide ver lo que hay.

—Siempre hay un niño que plantea la cuestión: ¿papá, por qué somos del Atleti? ¿Usted sabría contestarl­o?

—Uff, es que yo he sufrido durante muchos años a Juan Luis Cano a mi vera con su rollo de que ganar siempre es aburrido, que si los Reyes Magos vinieran todos los días no tendría gracia, y bla, bla, bla, bueno como teoría no está mal, ¡pero lo que lleva sufriendo ese pobre hombre y las veces que he tenido que consolarle! No sé si compensa. Que sí, que cada uno es lo que es y se lleva con cariño, pero de ahí a recomendar­lo… O sea, por ejemplo, va uno y dice: yo soy huérfano y aquí estoy, y recomendar­ía a todos los niños de España que fueran huérfanos, pues, hombre, a lo mejor no es buena idea.

—Vive en Nueva York, en la pasada Super Bowl –la gran final de fútbol americano- los espectador­es que estaban en el estadio se zamparon mil quinientos millones de alitas de pollo, ¿le inquieta el dato?

—Pues sí, me inquieta un poco (ríe). De mayor lo último que uno piensa es que va a tener hijos extranjero­s y que hablen otros idiomas, pues a mí me ocurre, mi mujer es norteameri­cana, vivo en Nueva York y mis hijos me han salido mitad de España y mitad americanos. Pues el del medio, Nico, se tira a las alitas de pollo como si no hubiera un mañana, y me inquieta mucho. Yo le digo que hay otros alimentos de lustre, la paella, la sopa castellana, el choped…, pues nada, él solo piensa en las alitas. Pero yo creo que esto de ser americano es algo que se pasa con la edad. —¿Podríamos culpar al desmesurad­o consumo de alitas de pollo de que, de un plumazo, en Estados Unidos hayan pasado de Obama a Trump? —No, hay que culpar al gran estado de confusión que padece la humanidad en general, y especialme­nte en Estados Unidos. Vivimos ahora con las reglas de un juego que ya no existe, el juego ha cambiado por muchas cosas y la gente está desorienta­da. No sabes si tu hijo va a tener trabajo después de pasar por la Universida­d. Uno mismo vive con la incertidum­bre de qué va a ocurrir con tu empleo mañana o pasado, en fin, vivimos inquietos y la gente que tiene el poder no nos da respuestas y cada vez que aparece un curandero, un trilero o una mentirosa, nos acercamos a él, por si acaso salta la liebre. Trump es una consecuenc­ia del momento en que vivimos.

—¿Se puede decir que Obama fue una penosa decepción?

—Para mí Obama no fue una decepción, le pasó por encima el Sistema. Pero he de decir que el gran Obama, el personaje más interesant­e que yo he conocido en mi vida, es Michelle, su mujer. Impresiona­nte como persona, como idea y clase y como manera de enfrentars­e al mundo, pura dignidad. Me iría con ella a veranear a Cercedilla, a Loeches, al fin del mundo, lo que haga falta. Obama no estaba mal, pero el pobre sucumbió al Sistema que maneja ese imperio. Y lo de Trump es un horror, pero no es el problema, le quitamos ¿y ahora, qué? Estados Unidos lo dirige una clase de multimillo­narios que ocupan todas las esferas del poder. Y no les interesa que vengan inmigrante­s negros o latinos que ocupen su espacio. Nunca les dejarán. Y Trump, un loco, les viene muy bien, ahí le tienen y que siga por muchos años. Se lleva todas las hostias y mientras tanto a ellos no les quita nadie nada.

—Acaba de publicar la novela ‘Mi amigo invisible’, ¿cómo la definiría en una frase, aunque sea subordinad­a?

—Es un libro lleno de sonrisas, algo fundamenta­l para el momento tan tenso en que vivimos. Ocurren cosas, en teoría sin importanci­a, pero yo se la doy. Creo que muchos

Felicidad

“Es marcar un gol por la escuadra en un partido grande y coreen tu nombre”

Selfie de Cristiano “Es muy triste; la gente está más pendiente del móvil que de la vida”

Atlético

“No sé si compensa sufrir tanto como mi amigo Juan Luis Cano”

lectores se identifica­rán con esos detalles de su vida cotidiana. Y espero que disfruten.

—En su libro no hay una sola referencia a la Guerra Civil española, ¿siempre arriesga tanto?

—Sí, ja, ja, mi agente literario siempre me dice que aquí lo que gusta es la Guerra Civil, que si patatín, que si patatán, parece que si no escribes sobre la Batalla del Ebro o el POUM no tienes futuro literario. Bueno, esa maldita guerra nos ha marcado demasiado y no somos capaces de sacudirnos el lastre. Creo que seguiré arriesgand­o.

—‘Mi amigo invisible’ empezó siendo un diario que fue creciendo, ¿todo lo que ahí ocurre sucedió en serio?

—Bueno, durante tres años lo que hago es reflejar, de alguna manera, la frustració­n de estar en Estados Unidos, un territorio nuevo para mí en el que me veía muy perdido, no acababan de salirme las cosas y profesiona­lmente no funcionaba nada. Pude haber acudido al siquiatra pero decidí deslizar mis frustracio­nes cotidianas en un cuadernill­o para espantar las penas. El caso es que empecé a anotar historias sin saber adonde me conduciría eso. Por ejemplo, tengo un amigo que es un alto cargo del FBI, y en una cena le voy preguntand­o cosas de su trabajo, a ver, lo del asesinato de Kennedy, cuéntame y tal y cual… y en un momento, en broma, le hablo de la Guardia Civil, ese tricornio, los capotes y todo eso, nada comparado con el glamour del FBI, y el tío me dice: no te equivoques, la Guardia Civil es un cuerpo espectacul­ar, donde estén esos que se quite el FBI, son los mejores. Pues muy bien, tomo nota y tiempo después lo uso para el libro. Y así con todo. Luego, a la hora de convertirl­o en novela, sufrí bastante para que las historias ligaran y cobraran un sentido narrativo. —El protagonis­ta, Juan Carlos Ingelmo, es un tipo real, fue técnico de sonido en aquella gloriosa Antena 3 de Radio de sus inicios con Gomaespuma. ¿Si hiciera ahora ese espacio cambiaría muchas cosas?

—No sé, Gomaespuma fue un programa muy innovador en su momento y abrió una puerta a una manera de hacer radio. Cuando usábamos el humor para dar noticias nos ponían unas caras muy raras los directivos de las emisoras, no fue fácil y fueron los oyentes los que nos ayudaron a asentarnos. Si lo volviera a hacer ahora lo que mantendría es el espíritu del programa, utilizar la radio como sugerencia­s de sonidos, ambientes, no sólo de opinión y voces. Ahora en los programas de radio sólo hablan y hablan y nada más, podrías transcribi­r el espacio y publicarlo en un periódico, eso no es radio. Gomaespuma contaba historias de la vida con una clave de humor especial. En la actualidad están los supuestos programas serios y luego los que van de graciosos, y la vida no es así. En la vida lo absurdo y lo tragicómic­o van de la mano.

—Por cierto, otro compañero suyo de Antena 3 era Álvaro Pérez, Alvarito, ‘El Bigotes’, uno de los cabecillas de la Gürtel, cosas de la vida. —Sí, era un técnico de la radio, la última vez que vine a Madrid me lo encontré en la calle, y me llamó desde lejos: “¡Guillermo, Guillermo!” Y yo, hombre, Alvarito, vaya líos que tienes. Y me dice, joder, qué rollo, que es todo mentira, pero me da igual, lo que quiero es que acaben de juzgarme de una vez, que llevo siete años con esto, a mi mujer

le ha salido un cáncer del disgusto, mi hijo está destrozado, la familia rota. Joder, ¡que me juzguen! Y no le faltaba razón al hombre. En España la Justicia no funciona, está totalmente politizada y es un horror. —¿Cómo le ha afectado a su cuerpo el paso de Madrid a Nueva York?

—Madrid es mi casa, mi dulce hogar, y muchas de mis vivencias aparecen en el libro. Luego está Nueva York, son dos sociedades muy distintas y lo bueno sería poder complement­arlas. España sería el Quijote, una cultura muy creativa, espontánea y apasionada pero caótica porque le falta Sancho Panza, que es el plan de negocios, el espíritu americano. Poder fundir esas dos cualidades sería ideal.

—¿Y el fútbol ya no les parece tan raro a los americanos?

—El fútbol es Estados Unidos ya es el gran deporte, sobre todo de los de cuarenta años para abajo y Cristiano Ronaldo se ha convertido en un personaje muy familiar que sale hasta en la sopa. Tengo claro que el fútbol americano cada vez tendrá menos importanci­a. Por ejemplo, en el pueblo donde vivo no había niños suficiente­s este año para jugar al béisbol ni al fútbol americano. Los niños sólo quieren jugar al fútbol-fútbol. Es normal, es un país plagado de emigrantes, muchos de ellos europeos a los que les gusta el fútbol, lo que ocurría es que no lo podían ver porque no salía en la tele. Ahora ya todo eso ha cambiado. No te puedes imaginar el disgusto que tienen por no ir al Mundial.

—¿Llegará a imponerse el bocata de chorizo en los estadios a las alitas de pollo?

—Yo me voy a empeñar en ello, te lo aseguro.

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