AS (Las Palmas)

La desgracia

- JUAN CRUZ

LA FRASE “Una pizca de ajo contamina todo el guiso” Manuel Vicent, escritor valenciano, autor de ‘Tranvía a la Malvarrosa’

Sólo un escritor como Manuel

Vicent, habitante preclaro del universo de la metáfora, podría llegar al alma del Valencia, ¿qué le pasa? Un equipo potente en su historia, sometido ahora a la tragedia del empate infinito. Otro escritor mediterrán­eo, Albert Camus, que tiene su raíz en Menorca, dejó escrito en El extranjero lo que sucede cuando se golpea “en la puerta de la desgracia”. Y este Valencia de Marcelino está viviendo con angustia esas consecuenc­ias. Como diría el peruano

Mario Vargas Llosa de su país, ¿en qué momento se jodió el Valencia? ¿Cuando cambió de manos, cuando ya no fue netamente valenciana su alma? El ajo en la cazuela

En un restaurant­e mediterrán­eo que él frecuenta, el Mercato Balaró, me lo decía Vicent hablando de otras cosas: “Cuando una pizca de ajo entra en la cazuela ya todo sabe a ajo”. Le pongas lo que le pongas ahora al Valencia de Marcelino, ya la sopa sabrá a la desgracia que el equipo se ha encontrado esta temporada. Dispara un penalti Rodrigo, rechaza el portero,

Mina falla el rebote. Eso es el ajo, la mala suerte, la predestina­ción, y al fin el empate con el que el Valladolid irrumpe en la cazuela. La cara del entrenador era un poema, una carta de dimisión, un arrebato triste. Él no se merece este sabor a ajo. El ojo sobre Isco

A falta de despejar la incógnita anoche, esto que le pasa al Valencia parece sucederle a Isco. Alguien lo ha mirado mal. Desde que se fue Lopetegui, o lo fueron, este jugador ha ido cuesta abajo en la considerac­ión del entrenador nuevo, Solari, según algunos porque despidió al anterior con indisimula­do afecto. Igual que puso contra las cuerdas en su día a los periodista­s por impaciente­s, señaló a la directiva del Madrid como parte del problema, y eso irritó el ojo del club, parece. Hasta ahora Solari ha desdeñado una joya. Como si Isco hubiera tocado a la puerta de la desgracia. El rostro brasileño

La cara es el espejo del alma. Otro futbolista tocado por el sabor omnipresen­te del ajo y por ese ojo que te mira mal y es el maldito azar es Coutinho, que vino al Barça con poderío y se ha ido diluyendo en la nada cotidiana de la que escribía la cubana Zoe Valdés.

No es nada y no hace nada por ser mejor que su sustituto, Dembélé. Su porvenir es el rescate, pero en su cara está la dimisión, una tristeza que parece una sonrisa demediada, una resignació­n que rompe la tradición facial de los brasileños. Ya tiene rostro de canción triste de Vinicius de Moraes.

Lo siento. En esos pies hay fútbol; en esa cara hay saudade. Un periquito ilustre Se ha muerto como del rayo Claudio López de Lamadrid, uno de los grandes editores nuevos de la literatura española e hispanoame­ricana. Como su tío Toni, de Tusquets, fallecido también, y como los Lara, su pasión fue el Espanyol, el club de Carlos

Marañón, de Martí Gómez, de Ramoneda y de tantos más. Un equipo que, al contrario que el ajo, convive con todos los sabores, cuyos aficionado­s sólo le tienen mal ojo al Barça, y aun así Claudio y los demás siempre han sido exquisitos con esa competenci­a.

Laura Fernández, madridista, autora suya, me decía ayer: “Por él me haré un poco del Espanyol”. Yo también. El Geta se sale

Este equipo sí que no sabe a ajo, sino a agua clara de los arroyos de

Getafe. Con una fuerza emocionant­e, fue a Villarreal a curarse del mal trago (¿del mal arbitraje? Aquí no escribo de árbitros, entiendo que son el azar humano en los campos, que le dejó el Barça en el Coliseum. Tocado por la gracia y el poderío, este equipo se acerca a la perfección basada en la disponibil­idad de sus jugadores para el entusiasmo. Gana porque no se rinde al mal sabor de las derrotas. Huye del ajo, está contaminad­o sólo de su sabor a fútbol. Y sigue tan campante desafiando el silbido de los árbitros.

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