Lágrimas de campeón
El abandono de Valverde, que sufrió una caída cuando atacaba a Roglic, nubla una gran etapa que ganó Storer
Las lágrimas de Alejandro Valverde anegaron la séptima etapa de La Vuelta. Su caída por un terraplén en pleno ataque, cuando incendiaba la carrera a 50 kilómetros, cuando había desarmado a Primoz Roglic, cuando ponía al Movistar en disposición de reventar la general, eclipsó todo lo que pasó después. Que se resume en la victoria del australiano Michael Storer, que remató la fuga en el Balcón de Alicante, donde por momentos parecía que Carlos Verona iba a brindar el triunfo al jefe herido. Ni siquiera esa alegría se pudo dar. Y en que Roglic salvó el maillot rojo que virtualmente tuvo perdido durante varias fases, con ocho segundos sobre Felix Grossschartner.
Los seis puertos y los casi 4.000 metros de desnivel presentaban un perfil ideal para emboscar a Roglic, sobre todo porque si el esloveno miraba al retrovisor, detrás veía a tres perseguidores del Movistar en 41 segundos: Enric Mas, Superman López y Valverde. No muy atrás aparecía otro temible tridente, el del Ineos, con Egan Bernal,
Adam Yates y Richard Carapaz. Cualquier movimiento lejano podía poner en aprietos al maillot rojo. La partida estaba servida.
Para empezar, el equipo telefónico metió a dos ciclistas lanzadera, Nelson Oliveira y Carlos
Verona, igual que el Ineos colocó a Pavel Sivakov. El líder también coló a Sepp Kuss, por si las moscas. Las piezas se distribuían en un tablero de 29 fugitivos, entre los que asomaban otros intereses. Jan Polanc, escoltado por Matteo Trentin en el UAE, llegó a ser líder virtual. Igual que Grossschartner. Romain Bardet, que había perdido la general en la caída de Albacete, entró junto a cuatro compañeros del DSM en busca de un parcial que finalmente se llevó su colega Storer. Había múltiples combinaciones en juego.
El ataque anunciado se produjo en el sitio esperado: en El Collao, antepenúltimo puerto, a poco menos de 50 kilómetros. Fue una arrancada valiente de Valverde, impulsado por José Joaquín Rojas, que tuvo una rápida respuesta de Carapaz, también con ganas de juerga, y que desmontó la organización del Jumbo. Era un escenario de difícil control. La etapa llegaba a su punto caliente, había terreno para poner La Vuelta patas arriba. Un jaque al rey.
Y entonces la hazaña se convirtió en drama. Valverde perdió la trazada en un descenso y se precipitó por un barranco. Al menos evitó los quitamiedos, esas guillotinas que continúan amenazantes en las carreteras. El murciano se reincorporó aturdido, subió el terraplén con ayuda de Rojas. Los médicos le chequearon: sin fracturas aparentes. Por la noche sí se confirmaron en una clavícula. Pero, ya saben, el umbral del dolor de un ciclista es diferente al del resto de la humanidad, también su fuerza de voluntad. Valverde se volvió a subir a la bicicleta, avanzó unos metros, remolcado por dos compañeros. Hasta que aceptó que la rendición era inevitable. Se volvió a bajar, apoyó la cabeza en el pecho de su director, Chente García, y rompió a llorar. Eran las lágrimas de un campeón de 41 años que mantiene, y nunca perderá, el amor por su deporte.
Su retirada contagió el aturdimiento al pelotón. La etapa comenzó a perder sentido. Y la fuga evolucionó por delante, mientras los gallos aplazaron la pelea al Balcón de Alicante. La resolución fue un pulso de Storer con Sivakov, primero, y con Verona, después, que el australiano de 24 años solventó con fortaleza. Detrás, en la lucha por la general, Grossschartner y Polanc jugaron sus bazas en la escapada, mientras que Roglic siguió el duro ritmo de Adam Yates, que sí descolgó, un día más, a Mikel Landa, que cedió otro medio minuto. En el grupo de capos sí resistieron Mas y López, que siguen al acoso del esloveno. Una buena noticia, por lo menos, para el Movistar. No todo fueron lágrimas. Pero casi.
Maillot rojo El líder salva la prenda en el Balcón de Alicante por ocho segundos