Un fracaso que
Un gol de Messias en el 87' complica al Atleti ● Le obliga a ganar en Oporto y mirar a San Siro
El miedo es malo. Atenaza, asfixia, bloquea. Quien lo tiene, piensa demasiado, no arriesga. El miedo es capaz de arrasarlo todo mientras empuja a un infierno inesperado. Porque, de pronto, el Atleti vivirá una final en diciembre. Una final en Oporto con el miedo de no alcanzar los octavos de esta Champions convertido en ácido láctico mordiendo las piernas. Piernas entumecidas como anoche ante un Milan que llegaba muerto y se fue muy vivo. Que llegó y venció. Dejando atrás tantas dudas, clavos en la garganta, ese partido marcado en el calendario en rojo sangre: los octavos sólo pasan por la gesta en Portugal. Última oportunidad.
No había echado el balón a rodar y Simeone ya gritaba con los brazos a sus jugadores. "Arriba, arriba". Salía abrazado a los cuatro defensas, con Llorente y Hermoso en los laterales y Savic de vuelta. Fiado al juego directo aunque le faltara el balón. Éste pertenecía al Milan, que lo masticaba y masticaba, convirtiendo su presión de nuevo, como en San Siro, en jeroglífico indescifrable. Brahim sobre Koke, Kessié sobre De Paul, Tonali sobre Lemar. Un laberinto en el que el Atleti no encontraba salida. Por el miedo a arriesgar, el miedo a encajar, prefería esperar.
Pioli, desde la alineación, dejó claras sus intenciones: salir con Krunic para ganar densidad y orden táctico, renunciando a Leao. Los rojiblancos eran sólo invitados de lujo a una masterclass. La de Brahim. Ese futbolista que vestía la camiseta rival. Rapidísimo entre líneas, moviendo y buscando, con velcro en el pie. Indetectable Saelemaekers, agigantados Tonali y Kessié. El balón, para el Atleti, se había convertido en ese objeto volador no identificable que sobrevolaba una y otra vez, manso pero ahí, por el área de Oblak.
Cuando lo bajaba a la hierba, apenas le duraba, salvo que Llorente pudiera correr su banda. Pero eso sucedía poco, sucedía apenas. Nada le salía a los rojiblancos, pálidos en la noche fría, de paseo entre las sombras. Los delanteros no tiraban desmarques, los interiores iban más hacia atrás que hacia delante. Lemar desconectado, Grizi apagado o fuera de cobertura, Suárez lento, fuera. Simeone había caído en la trampa de Pioli. Y eso que sus brazos no habían dejado de gritar. "Arriba, arriba". Como si así pudiera empujar las piernas de Llorente, demasiado bajo, demasiado atrás, atravesado en la banda como un coche gripado, que ni llega ni va a lugar alguno.
El descanso vino, al menos, sin heridas: el dominio del Milan no alcanzaba el marcador. La segunda parte comenzó con dos disparos. El primero fue de Saelemaekers, seco y duro, que atrapó Oblak. El segundo