AS (Las Palmas)

Desde la lona

De Jong, Memphis y Coutinho, de penalti, marcan ● El Villarreal falla ante la portería de Ter Stegen

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por los delineante­s del VAR.

Visto lo visto en la primera parte, el partido no estaba ni mucho menos decidido. Si el Barça había logrado marcar, el Villarreal también podía hacerlo a poco que se esmerara. Unai dio entrada a Estupiñán y a Chukwueze, dos jugadores perfectos para partidos de locura. Xavi, vio la apuesta y la subió: Dembélé ingresó en el campo. El partido pasó a ser lo más parecido a esos libros de la colección Elige tu aventura: dependiend­o de quién tuviera la pelota podía pasar una cosa u otra, todas imprevista­s.

Por si alguien echaba de menos sustos en el guion, Alba se lesionó y fue sustituido por Mingueza, que pasó a vigilar a Chukwueze, que a los tres minutos ya le hizo un lío, pero su asistencia fue desperdici­ada por Trigueros. A la segunda ocasión, ya no perdonó y se lo hizo él solito para empatar después de retratar a la defensa culé que perdió un balón después de un saque de banda a favor.

De nuevo, los minutos finales se presentaro­n como un calvario para un Barça que no daba abasto sacando agua ante el acoso del Villarreal. El Barça no podía hacer otra cosa que tirar balonazos para adelante y en uno de ellos, de Ter Stegen, Estupiñán falló en el despeje y Memphis aceptó el regalo para batir a Rulli. El intento de reacción del Villarreal fue desactivad­o por Coutinho, que transformó en el descuento el penalti que sufrió. El Barça, que parecía estar a punto de tirar la toalla, sacó partido del caos y dio el golpe definitivo desde la lona.

REPORTAJE GRÁFICO A.SÁNCHEZ, D. GONZÁLEZ Y A.IRANZO

Fue un partido lleno de accidentes; estuvo Xavi a punto de perder la sonrisa con la que volvió a Barcelona, y fueron dos jugadores señalados por la mala suerte ante el gol, Memphis y Coutinho, los que limaron el maleficio. En el segundo tiempo aquella sonrisa de Xavi peligró gravemente, pues ni la defensa ni la delantera azulgrana se atrincheró en sus viejos tiempos, perdió el ritmo y no escuchó ni de lejos la antigua pericia que su entrenador enseñó en sus años de futbolista.

El gol de Memphis fue muy especial, como la reivindica­ción de un artista que al fin termina bien un cuadro. El suyo fue un baile insólito que dejó callada a la grada, y que a él le devolvió la alegría de escuchar el sonido de esos oídos que se tapa para dirigirse a sus mejores amigos.

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