S. D. Caroi: fútbol entre las montañas
El rey de los modestos del fútbol gallego celebra sus 40 años
Caroi es una aldea montañosa de la provincia de
Pontevedra, visitada por la nieve de forma ocasional en invierno y batida por los vientos y la lluvia. Allí me inicié de niño en los rituales paleolíticos típicos de una sociedad agraria: obligado a aprender a cazar, pescar, guadañar y ordeñar manualmente. Un máster en aldea que hacíamos con gusto los Fortes de la capital cada vez que visitábamos los territorios comanches de mi familia paterna. Cuando regresábamos a la ciudad presumíamos en el colegio de habernos cruzado con un lobo, de seguir en medio de la helada el rastro fresco de un conejo, o de distinguir los cebos a utilizar en el río si soplaba norte o venía una lluvia cálida del sur.
A principios de los setenta una moda foránea prendió con fuerza entre la juventud de la parroquia. Primero fueron pachangas en una huerta o en el atrio de la capilla, donde se dieron las primeras patadas a un balón. Luego se compraron unas camisetas, el que pudo adquirió también unas botas, y se comenzó a retar a poblaciones vecinas en las fiestas patronales.
Por fin, en 1975, y para entrar en la modernidad, una asamblea comunal decidió afrontar la construcción de un campo de fútbol para que la ‘mocidade’ tuviese un lugar digno para jugar e incluso poder federarse. La comunidad de montes cedió el terreno y cada uno puso lo que pudo: dinero, material de construcción, mano de obra para levantar los vestuarios, cemento y cal, que serviría también para marcar el campo. Un vecino que trabajaba en una cantera aportó unos cartuchos de dinamita para volar unas piedras en el fondo sur y abrir una cantina, que gradas podría no haber, pero barra y licor café era obligado. Tras dos años de trabajo se inauguró con el inevitable ‘solteros contra casados’
arbitrado por el cura párroco.
Como el campo ya estaba hecho, un domingo a la salida de misa, algunos de los jugadores dijeron que ya puestos había que fundar un equipo de fútbol de forma oficial que diese fama universal a la aldea. Así nacía el 13 de junio de 1977 la S. D. Caroi.
Épicos fueron los derbis contra los también recién creados Alboxe, Cañón de Pau, Tenorio, Viascón, A
Lama... Lo primero que debías aprender era a frenar en seco si apurabas la línea del fondo sur para evitar romperte la crisma contra las rocas que habían resistido la acción de la dinamita. También era recomendable orientarte en el terreno de juego, que presentaba un ostensible descenso hacia la portería donde se ubican los vestuarios. En el sorteo de ‘campo o saque’ solíamos pedir atacar ahí en la segunda parte y así, ya maduro el partido y justas las fuerzas de ambos equipos, conseguimos heroicas remontadas bajo la lluvia.
No teníamos lo que ahora se llama ‘fondo de armario’, y cuando había sanciones o alguna ausencia por lesión se recurría a cualquier truco. Una vez me habían expulsado por cualquier nimiedad y mi primo Luis, que era el entrenador, me dio para el siguiente partido una ficha de otro jugador, ausente por una boda. No me parecía mucho al de la foto, y así fue que tras reclamar el equipo rival alineación indebida, el árbitro me llamó a su caseta y me preguntó cómo me llamaba, con la ficha en la mano y mirándome. Puso en el acta: “preguntado el jugador de la S.D. Caroi con el dorsal 7 por su nombre estuvo unos diez segundos tratando de recordarlo”... Nos dieron por perdido el partido.
Pero también tuve algún momento de gloría, como cuando en junio del 84 llegamos a los cuartos de final da la Copa Diputación. Jugamos contra A Lama y perdimos 1-0 en la ida. En la vuelta maduramos el partido en la primera parte conforme a nuestro protocolo de remontadas, escalando casi más que jugando, y en la segunda, ya cuesta abajo, los acorralamos en su área. En una de estas, en el tiempo de prolongación y aún con el 0-0 que suponía nuestra eliminación copera, cai de culo en al área tras fallar un remate, y desde el suelo volví a golpear como pude la pelota que había quedado retenida por el barro junto a mis pies. El cuero hizo un extraño, botó contra una piedra, varió la dirección y entró en la portería, más por el efecto de la gravedad que por otra cosa.
Pero lo mejor llegaría en la tanda de penaltis. Ese día se jugaban las semifinales de la
Eurocopa del 84, Francia-Portugal y España-Dinamarca.
Tras quedar igualados en los primeros cinco lanzamientos fuimos a la muerte súbita. Y ahí estaba yo ante los once metros, muerto de miedo, que solo había tirado una vez un penalti en un amistoso y casi le doy al banderín de córner. Entonces caímos en la cuenta de que el resto del equipo rival se estaba duchando, confiado seguramente en que todo quedaría resuelto en la primera tanda. Protestamos airadamente al árbitro, que era de nacionalidad portuguesa y debía tener prisa porque aquello acabase y ver al menos la segunda parte del Francia-Portugal. Con tres toques de silbato dio por finalizada la tanda aduciendo incomparecencia del equipo rival y se dirigió a la carrera a los vestuarios, de donde empezaron a salir, al escuchar los gritos e insultos de la afición visitante, los jugadores de A Lama, muchos en pelotas, con el pelo aún enjabonado y en una actitud ‘poco amistosa’ hacia el colegiado, que se parapetó en su caseta. Así alcanzamos las semifinales, un hito en la historia de la S.D. Caroi.
Desde entonces hemos sobrevivido como hemos podido, con ascensos y descensos, afrontando a duras penas el progresivo despoblamiento en esas tierras de montaña y con cada vez más dificultades para completar la plantilla. En pocos años fueron desapareciendo la gran mayoría de los equipos surgidos en la comarca durante la fiebre futbolera de aquellos años setenta, barridos todos por el éxodo masivo a las ciudades. Solo el Caroi resiste, y ahí seguimos cuarenta años después, orgullosos de nuestro modesto campo de tierra inclinado, boqueando cada temporada, pero aún vivos e inasequibles al desaliento... mientras nos quede aliento.
Fundación El 13 de junio de 1977 nació la S. D. Caroi para dar fama a la aldea Sobrevive Sólo el Caroi resiste y ahí seguimos, orgullosos del campo inclinado