AS (Levante)

De un Madrid épico

Golazo de tacón de Benzema ● Koeman pide un penalti y la lía ● Casemiro, expulsado ● Tiro al palo de Ilaix en la última jugada

- REMATES

REAL MADRID

Kroos Benzema Isco Valverde Lucas Vázquez Militao Marcelo Modric

Total

BARCELONA

Messi Mingueza Ilaix Dembélé Ter Stegen Braithwait­e Alba

Total

PUERTA 1 1 0 0 1 0 0 0 3

2 1 1 0 0 0 0 4

FUERA 2 2 2 2 0 1 1 1 11

5 2 2 2 1 1 1 14 anda suelto. Pregunten a Mingueza. El central del Barça sólo pudo parar casi sobre la línea del área uno de esos acelerones. Lo que sucedió después fue mitad fortuna blanca mitad despropósi­to azulgrana. Kroos golpeó la falta sin demasiada convicción, Dest, a un metro de la barrera, desvió el tiro y Alba, sobre la línea, metió la cabeza sin éxito.

El Barça estaba en un laberinto y el Madrid, en su salsa: dos líneas que balonmaniz­aban el ataque culé, Benzema de lanzador y Vinicius en versión supersónic­a. El brasileño volvió a arrancar la moto poco después para cederle un gran pase a Valverde. El remate del uruguayo topó en el palo (el primero de los cuatro que hubo en el duelo). Zidane había metido a Valverde para cegar a Alba y era Alba quien perdía el rastro al charrúa. Quien tenía la pelota no tenía la razón. Con todo, Messi tuvo su minuto explosivo: estuvo al borde del gol olímpico (el larguero lo evitó) en córner inexistent­e y Courtois le tapó un remate que se preparó con la mano.

Con todo perdido, Koeman dio media vuelta. Griezmann por Dest y 4-3-3 ante un Madrid víctima del enésimo contratiem­po: la lesión de Lucas Vázquez. Al Barça no le quedaba otra que vivir al filo de lo imposible bajo un huracán. Con dos extremos abiertos y dos laterales de asalto, cualquier contra del Madrid parecía tener veneno. El equipo de Zidane estaba convencido de que era mejor penalizar que mandar. Y el partido le empezaba a ofrecer grandes oportunida­des. Dos se le fueron a Benzema antes de que Mingueza cambiara el rumbo del partido al meter la espinilla a un centro de Jordi Alba que pasó ante las barbas de muchos y nadie tocó. Zidane metió entonces a Asensio, visto que el Barça se movía en el alambre. Araújo desvió a su palo un centro de Vinicius. Jordi Alba, que pedía paso en el partido, tuvo el empate. Lo evitó Courtois.

El partido se había agitado mucho y Zidane entendió que el desgaste empezaba a matar a los suyos. Descapital­izó mucho al equipo al retirar a Kroos, Benzema y Vinicius. Koeman metió más madera en el centro del campo con Ilaix. La apuesta final iba a ser física. Aún hubo tiempo para el lío arbitral por un levísimo contacto de Mendy sobre Braithwait­e. Koeman montó un circo por un lance que no lo merecía (luego le siguió Piqué, que en circos es una autoridad). Después Casemiro se buscó dos amarillas en un minuto para hacer más agónico el final para el Madrid. El partido acabó con un remate al larguero de Ilaix y con Ter Stegen en el área blanca. Un monumento al fútbol.

Tras la primera mitad, el deseo de los barcelonit­as era firmar el 2-0 que el Real Madrid había conseguido silbando en una exhibición de profesiona­lidad competitiv­a de los de Zidane ante un Barça bisoño y bizcochón que se dejó comer la tostada por un equipo que supo morder como un tiburón en los momentos clave. Tácticamen­te, Zidane le ganó la partida a Koeman en la puesta en escena. La apuesta del técnico blaugrana fue la de confiar en la inspiració­n de Dembélé, que es como esperar a un autobús en el desierto: cuando pasa, te salva la vida, pero lo normal es que no pase. No pasó. Aguantó el chaparrón de juego madridista el Barça con más pena que gloria y en la segunda, cuando el chaparrón era literal, el Barcelona llegó a poner al Madrid contra las cuerdas aferrado a la épica que le ha sostenido esta temporada, pero esta vez salió cruz para los catalanes. El gol de Mingueza, de manera poco académica, hizo que al Madrid le entraran las dudas.

Lo que hasta ese momento fue un partido entre un equipo muy hecho y otro que se va cociendo se desmontó y ya todo dependía de la suerte. Que sean Mingueza, Ter Stegen (en ataque) e Ilaix los que apareciera­n para rescatar al Barcelona en los momentos finales y no Messi da que pensar. Hay futuro, pero el Barça no puede depender de esperar un autobús en el desierto. Puede que el autobús llegue, pero ayer quedó claro que lo conducirán los jóvenes.

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