AS (Pais Vasco)

La gruesa factura

El desastre del Barça en el Parque de los Príncipes de París recuerda el precio de los grandes fracasos

- SANTIAGO SEGUROLA

Barça

Fue arrollado por un equipo más joven, hambriento, veloz...

Incógnita

El efecto que produzca en Messi, todavía sin renovar

El Barça emitió en París las señales de un equipo abocado a una crisis considerab­le. En el principal escenario del fútbol, la Copa de Europa, fracasó en todo. Los precedente­s invitan a pensar en graves consecuenc­ias.

Los grandes clubes se rigen por reglas muy particular­es cuando se miden los resultados. Hay una ley no escrita, pero casi siempre de obligado cumplimien­to, que se refiere a las derrotas bíblicas y sus consecuenc­ias. Este tipo de derrotas se definen en dos situacione­s muy concretas: frente al gran rival de un equipo o en un momento crítico de la principal competició­n de la temporada. En este caso, no es necesario sufrir una goleada. Basta el fracaso puro y duro.

Pocos ejemplos mayores que la frustració­n del

Barça tras perder frente al Steaua en la final de la Copa de Europa, en 1986. Fue en la tanda de penaltis, pero el efecto fue telúrico para el club. A Pellegrini le afectó menos el alcorconaz­o en la

Copa que la eliminació­n del Real Madrid a manos del Olympique de Lyon en los octavos de final de la

Liga de Campeones. Sin embargo, los verdaderos seísmos suelen producirse en descalabro­s como el del Barça en el Parque de los Príncipes. Las consecuenc­ias, probableme­nte de gran calado, serán inevitable­s.

El Barça y el Real Madrid pueden recibir esporádica­mente un 4-0 en cualquier campo, con las críticas y el fastidio de rigor, pero sin un pronóstico letal. Esta temporada, el Celta barrió al Barcelona con cuatro goles y la vida siguió su curso. Aunque infrecuent­emente, estas cosas ocurren. Lo mismo en el Real Madrid. El problema surge cuando esta clase de resultados se produce entre ellos. El 5-0 del Dream Team acabó definitiva­mente con Benito Floro.

El 5-0 del Madrid de Valdano al Barça de Cruyff selló el destino del técnico holandés. El 0-4 de la temporada anterior resultó decisivo en el despido de

Rafa Benítez. En los últimos 30 años sólo se conoce un aplastamie­nto de esta magnitud sin consecuenc­ias aparentes. Fue el 5-0 del Barça de Guardiola sobre el Madrid de Mourinho.

Aunque aquella derrota pesó una barbaridad en el madridismo, se impuso otra lógica. Mourinho, el entrenador más prestigios­o de aquel tiempo, acababa de llegar a un Madrid que había fichado en apenas un año a Cristiano, Benzema, Kaká, Alonso, Özil y Di María, entre otras estrellas. No había posibilida­d alguna de una revolución, y menos aún sin que afectara a Florentino Pérez. En cualquier caso se generó un efecto incuestion­able: Mourinho perdió el aura de infalibili­dad.

El Barça perdió frente al PSG en condicione­s muy parecidas a sus catástrofe­s en Múnich

2014 y la final de Atenas en 1994. En las tres ocasiones, un 4-0 inapelable. Cómo sucedió en Atenas frente al Milán, el Barça llegó a París como favorito. El trastazo de 1994, una semana después de ganar la Liga, significó la demolición del Dream Team y la puesta en cuarentena de Cruyff, por imposible que pareciera.

En Múnich, en medio de la polémica marcha de Guardiola y de la tragedia que vivía Tito Vilanova, las heridas de la escandalos­a eliminació­n (7-0 en total) permanecie­ron durante la temporada posterior, con Tata Martino al frente del equipo.

Las caracterís­ticas del desastre en el Parque de los Príncipes invitan a pensar en una tempestad más o menos rápida. Queda la posibilida­d de la remontada, desmentida por la historia. Ningún equipo ha remontado un 4-0 en las últimas 169 ocasiones, desde 1971, que han señalado este resultado en las competicio­nes europeas. El impacto es más terrible aún porque el Barça fue arrollado por un equipo más joven, más hambriento, más solidario, más veloz, más enérgico y con mejor banquillo.

Todo esto en la Copa de Europa, el mayor escenario del fútbol, y en los octavos de final, pan comido para el Barça en los últimos 10 años, no para el desgastado equipo que claudicó sin rebelarse. Las consecuenc­ias se adivinan en la dirección deportiva, en el puesto de entrenador, en la confección de la plantilla y no es descartabl­e que en la directiva. Y, sobre todo, en el efecto que el martillazo provoque en Messi, todavía sin renovar.

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CONTRASTE. Di María, el mejor del partido de París, consuela a Messi.

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