AS (Pais Vasco)

Forza Lorenzo Insigne

- PASABA POR AQUÍ SERGIO CORTINA

Mucho antes de triunfar en el fútbol europeo, Lorenzo Insigne ya era una celebridad en Frattamagg­iore. En el mismo pueblo que Roberto Saviano localizó sus desgarrada­s crónicas de la mafia, Lorenzo era el niño ‘rompiscato­le’ El tocacojone­s. Todo porque apuraba los días chutando la pelota contra un muro gigantesco que había detrás de su casa. Desde las siete de la mañana hasta que su madre le llamaba para cenar, el ruido de sus pelotazos contra la baldosa inundaba la calle y la siesta de los vecinos. No cuesta ver en esa obsesión infantil por la pelota, en esa perseveran­cia salvaje en su talento, al Insigne actual.

ALorenzo le han llamado mono en Verona y otros tantos estadios del norte racista de Italia. Cada vez que el menudo delantero del

Napoli agarraba el balón se afanaban en recordarle que sólo era un hijo ceniciento del Vesubio. En aquellas tardes, como cuando agachaba la cabeza en Frattamagg­iore para golpear una y otra vez aquel muro de cemento, levantó la cabeza y fue a la suya. La tocó y la tocó. Y tocándola sin desmayo se ha convertido en alma de esta campeona de Europa contra pronóstico.

Tocándola sin desmayo se ha convertido en el alma de la campeona de Europa

IItalia, tierra de arte, siempre se ha enorgullec­ido de su espíritu obrero para el fútbol. En argot calcístico, de su condición de “mediano”, ese puesto que los italianos reservan para el interior sacrificad­o y generoso que vive de ensanchar los pulmones y cederle la pelota a otros compañeros más educados. En esta Eurocopa el ánimo italiano fue distinto. Italia fue coral y buscó la belleza anteponien­do la alegría al orden. Mucho mérito tiene Roberto Mancini, sabio y sereno. También Chiellini, antihéroe inolvidabl­e, pero lo de Insigne va más allá. Es icónico.

nsigne siempre ha sido demasiado pequeño, demasiado técnico, demasiado moreno, demasiado napolitano. Cuando sus roscas caracterís­ticas no encuentran puerta los hilos de Whatsapp más cerriles estallan en reproches. Ha tenido que soportar el racismo del norte y hasta la inquina de los propios napolitano­s, hastiados de ocupar siempre el segundo puesto, pero con paciencia y aferrándos­e a su fútbol sedoso ahora tiene al país comiendo de su mano. Es el mejor exponente de un calcio que lleva años esperando su momento y está preparado para imponerse al contragolp­e.

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Insigne sujeta la copa.
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