AS (Sevilla)

Era un hombre exquisito con la imagen de nuestra televisión”

- —¿Y?

Nos ha dejado Juan Cueto.

—Estoy sorprendid­o, triste… Juan Cueto supone muchísimo para mí. Un hombre absolutame­nte brillante, muy entusiasta. El clásico hombre que tenía un sueño y lo perseguía, y los hacía realidad. Nos invitó a todos a viajar con su mente. —¿Habla de los primeros tiempos de Canal +? —Entonces, él no veía nada imposible. Le gustaba cualquier cosa que fuera diferente. Y fue muy bonito para mí cuando empezaba en Canal + que todas las locuras que se me pasaban por la cabeza le parecieran bien. Fue muy bonito trabajar con Alfredo Relaño y él porque me hicieron pensar que todo era posible. Juan era el jefe de Relaño y Relaño el mío, pero nos juntábamos mucho. Y su locura era contagiosa. A veces, cuando estaba hablando de algo, no terminaba la frase. Porque ese pensamient­o que había tenido le daba pie a otro, e iba saltando de unas ideas a otras. Y hablaba muy deprisa, muy emocionado. Él pensaba que todo era maravillos­o. —Tiempos excitantes…

—Y tenía sumo buen gusto. Un gusto tremendame­nte bueno. Era una persona divertida y entretenid­a. Un superprofe­sional en mi opinión. —¿Recuerda cómo conoció?

—Relaño me fichó para la tele y luego me presentó a Juan. Y entendí que con ellos todo sería diferente, porque Juan pensaba que lo que era diferente, también era bueno. Antes de empezar El Día Después, justo antes, me decía: “Quiero gags, quiero gags, disfruta… ¿Te sientes bien?”. Yo le dije que le tenía algo de miedo. “¿Pero, por qué?”. Le expliqué que sabía cien palabras en castellano y que 90 eran tacos. Y él me dijo: “Con la locura que es este programa ese es el menor de nuestros problemas”. —¿Cómo de importante fue Juan Cueto para la manera de hacer televisión que ahora conocemos?

—Mucho. Antes de fichar para Canal + yo era el delegado para Eurosport en toda Europa menos en el Reino Unido. Y estábamos hablando del fenómeno de la televisión de pago. Y yo daba un ejemplo de un parque en la que había una cola de mil personas para entrar a ver cómo dos cisnes hacían el amor en un estanque. Y decía que lo que había que hacer era cerrar el parque y, en el momento del orgasmo, ponerlo a cámara lenta. Y que había que visualizar dónde estaban las colas.

—Con el tiempo él me dijo que recordaba aquel momento. Y añadía: “¿Dónde hay colas en España? En los toros, el fútbol y el cine. Y además, si añadimos porno por las noches, cubrimos todas las necesidade­s”.

—Un visionario.

—Y un hombre exquisito con el look y la imagen de nuestra televisión. Él entendía que en esa España aspiracion­al, Canal + podía ser un artículo de lujo. Y era importante el entusiasmo con el que hablaba. —¿A qué se refiere?

—Era muy anglófilo y solía decir que él era originario del sur de Inglaterra, porque considerab­a a Asturias sur de Inglaterra. Tuve el gran honor de que Juan escribiera el prólogo del primer libro que escribí, ‘Las Cosas de Robin’. Y me honró en decir que yo era un miembro más de esos anglosajon­es hispanista­s, con mi visión de España que tanto le gustó. A él le encantaba cómo yo veía a España, y cuando un hombre de la intelectua­lidad de Juan te hacía caso o te abrazaba, te hacía sentir importante. Era muy reconforta­ble.

—¿Estaba él muy abierto a Europa?

—Juan tenía sus momentos de ser ermitaño. Y otros en los que era tremendame­nte efervescen­te. Pero de vez en cuando necesitaba su casa para retomar el contacto con lo esencial mientras su mente viajaba por el mundo. Recuerdo que una vez, casualment­e había caducado mi contrato, y yo quería hablar con él en Gran Vía 32 y había volado desde Inglaterra para verle un jueves. Iba y venía en el día. Necesitaba hablar con él. Llegué y Juan estaba encerrado en su despacho. Y había cola para verle. Yo era el tercero, después de Pío Cabanillas, que acabó siendo portavoz de Aznar, y del abogado del Plus. “Dejadme primero, he cogido un vuelo…”. Pues Juan abrió la puerta un poco para ver si estaba despejado para salir y yo aproveché y puse el pie en la puerta. ¡Juan! Él iba con un maletín en la mano: “Me tengo que ir a Francia”. Juan, necesito saber si me vas a renovar o no… En el Plus se estaba estrenando Parque Jurásico y tenía unos muñecos hinchables de dinosaurio­s en su despacho. “¡Me voy a París corriendo!”. Y agarró uno de esos muñecos y gritó: “¡Voy a hacer una declaració­n de amor, me caso con Robinson!”. Y me besó en los labios, me dio el muñeco y se fue. Al volver a Londres mi mujer me preguntó: “¿Has firmado?”. Yo le contesté: “No, pero tenemos este muñeco…”. (risas).

—¿Llegó a estar en su casa de Asturias?

—No, no… Pero estuve varias veces en el Parador del Molinón. No disfruté de la

Admiración Su locura era contagiosa. Pensaba que todo era maravillos­o”

Canal +

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