AS (Sevilla)

Últimos primeros toques

- JAVIER AZNAR

En esta Eurocopa estoy aprovechan­do para fijarme en esas pequeñas historias secundaria­s que a veces el seguimient­o de nuestra propia selección no nos permite observar. Por ejemplo, en los que tal vez estén siendo los últimos partidos de Kroos como internacio­nal. Porque todo apunta a que este será su baile final en un gran torneo de seleccione­s. Y es una pena. Seguiré disfrutand­o de la extraña belleza de su juego aséptico, carente de toda clase de adorno, con el Real Madrid. Espero que por muchos años todavía. Pero ver a Kroos luciendo la zamarra de la selección alemana sigue siendo algo especial.

Uno de mis recuerdos favoritos como aficionado al fútbol fue estar viendo las continuas exhibicion­es del centrocamp­ista alemán durante el Mundial de Brasil, sabedor de que a la vuelta sería ya jugador blanco. Era como estar tomando un cornetto con la certeza de que todavía te espera ese glorioso piquito relleno al final del cono. Kroos fue uno de esos fichajes que nunca te crees que tu equipo pueda llegar a conseguir. El atraco perfecto a la cámara acorazada de ese Bellaggio del fútbol que es el Bayern de Múnich. Tanto es así que todavía sigo esperando que cualquier día se vaya a la francesa. Dejando un post-it en su taquilla. Demasiado bueno como para que no haya letra pequeña. Nunca olvidaré cuando un amigo con informació­n de lo que ocurría dentro del Real Madrid me lo contó, unos días antes de la Décima, en un bar de Lisboa: “Kroos está hecho”. Luego que por qué esa ciudad es mi lugar favorito del mundo. Pero si solo me ocurren cosas bonitas ahí.

AAdmito que me cautiva su carácter hermético y tan poco dado al histrionis­mo

dmito que me cautiva su carácter hermético y tan poco dado al histrionis­mo. Esa sobriedad salpicada de dedicación y tranquilid­ad, casi de monje trapense, en todo lo que hace. O esos detalles ya tan marca de la casa como los de mantenerse fiel a un mismo modelo de botas blancas, descatalog­ado desde 2015. O su invariable corte de pelo. En esta época tan marcada por el exhibicion­ismo digital y por un pringoso sentimenta­lismo, da gusto que siga habiendo jugadores de los que apenas sepamos nada. Que sigan conservand­o un cierto halo de misterio a su alrededor. Disfrutemo­s de sus últimos primeros toques antes de que empecemos a hablar con nostalgia de él.

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Kroos, ayer con sus hijos tras el partido ante Portugal.
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