AS (Sevilla)

El doloroso rosco de Federer

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logrado en este escenario desde Cilic en 2002, cuando aún no había sumado ningún grande, y porque nadie le había endosado un cero, un doloroso rosco que sólo encajó dos veces en un Grand Slam, ante Rafter y Nadal en 1999 y 2008, pero en la tierra de Roland Garros. Nunca en su jardín.

Si Federer decide seguir, que ya veremos, hay pocos argumentos para apoyar la decisión. Este año ha perdido ante Basilashvi­li, Andújar, Auger-Aliassime y Hurkacz, cuatro tenistas de la clase media, al menos hasta ahora. En París se retiró para no machacar su cuerpo, pero la maniobra tampoco salió bien del todo, porque luego cayó en Halle y llegó a Londres sin ritmo. Roger lo ha fiado todo a su hierba, al cariño del público, al recuerdo de esas dos bolas de torneo perdidas ante Djokovic con su servicio no hace tanto, en 2019. Después vino la pandemia, su rodilla… Y han pasado dos años. El suizo ha tenido destellos, pero Hurkacz le ha devuelto a la realidad. Todos queremos ver al Federer eterno. Pero nadie sabe si está a la vuelta de la esquina o, como parece, se ha ido ya para siempre.

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