AS (Sevilla)

Carletto, el técnico más grande de la historia

- F. HERMEL

el resultado de París impreso.

Una vez dentro, el DJ fue metiendo grados al ambiente con alguna canción de dudoso gusto habiendo menores pero sobre todo el punto de ebullición fue el video con todas las remontadas compiladas, goles cantados casi como cuando ocurrieron. También se escuchó algún cántico ofensivo, aislado, contra Mbappé. En la grada se vieron pancartas de todo tipo, algunas para los que decían adiós a la parroquia blanca, un buen número para Marcelo, alguna también para Isco (“Te querremos allá donde estés”). Al malagueño se le vio emocionado. Bale, otro que se va, vivió el fiestón como viene haciendo en las escasas veces que se ha dejado ver últimament­e por el estadio, con rostro muy serio.

A las 22:57 horas finalmente empezaron a pisar uno a uno a los futbolista­s, pero primero, Carlo Ancelotti. Vinicius, fue el más aclamado, señalándos­e el escudo y agitando las caderas. El “¡Vini, Vini!” espontáneo del madridismo fue el primer intervalo en el guion para agradecerl­e al goleador del Stade de France, que compartió la mayor cantidad de decibelios de las gargantas madridista­s junto a Courtois, Modric y Benzema. También se llevaron a casa su ración de ovaciones extraordin­arias la nueva generación, Camavinga, Rodrygo y Valverde. Andrei Lunin, además, fue el único al que se le permitió saltarse el protocolo de sólo portar simbología madridista para lucir, orgulloso, la bandera ucrania.

Y la silla. Mientras la afición se arrancaba con un “¡Así, así, así gana el Madrid!”, le tocó a Marcelo dirigir sus últimas palabras a la que ha sido su casa durante 16 años. “Es un momento maravillos­o de mi vida, cierro un ciclo aquí, en el mejor momento del mundo. Muchas gracias por las noches mágicas que hemos vivido aquí. El futuro del Madrid está asegurado con estos jóvenes. ¡Hala Madrid!”. Un discurso coronado por el manteo final de sus compañeros y la enésima petición del Bernabéu de que se quedase.

El madridismo no se fue hasta que dejó clara una petición (“Balón de Oro, Karim, Balón de Oro!”) y logró conjurar la presencia del símbolo por excelencia de esta Decimocuar­ta. “¡Saca la silla, Alaba, saca la silla!”. El austriaco, que ha encajado como un guante con la grada, sólo tardó unos segundos en complacer al tendido. Silla al cielo y todos felices a casa. Siendo como es el Madrid, citándose ya para la Decimoquin­ta.

REPORTAJE GRÁFICO NOMBRE APELLIDO, NOMBRE

Existen muchas maneras de contar una realidad y hay que reconocer que, en el fútbol, algunos se han convertido en maestros del relato. Unos entrenador­es, como Pep Guardiola, por ejemplo, describen como nadie su papel en las victorias de su equipo hasta sublimarlo de forma increíble. Resulta que, al final, lo que queda en los artículos de prensa, en la radio, en la tele y en la memoria colectiva de los aficionado­s al fútbol es la importanci­a de su persona por encima de todos los demás. Y luego está Carlo Ancelotti, un hombre sencillo, simpático, humilde, familiar, muy amigo de sus amigos y profundame­nte respetuoso de los demás y del club donde trabaja. Un genio que no va de genio y que no pone en escena sus acciones y sus conocimien­tos.

Animado ‘Carletto’, como hace ocho años, cantó el himno de la Décima

Talismán El público no se fue hasta que logró conjurar ‘la silla de Alaba’

Ancelotti actúa así porque, básicament­e, es su personalid­ad más profunda, porque es el resultado de su educación. Pero hay algo más. No le hace falta componer un relato que maquilla y mejora la realidad porque es el entrenador más grande de la historia. El mejor, simplement­e el mejor. No lo digo yo, lo dicen las cifras. Ningún técnico ha ganado cuatro Champions. Además, Carletto ha hecho esta hazaña con dos clubes diferentes de dos países diferentes. Sin hablar de las dos Orejonas que conquistó como jugador. Seguro que algunos le buscarán un “pero” para explicar que los filósofos del fútbol son mejores que él aunque no ganen tanto pero los madridista­s no se dejan engañar. No se tragan los cuentos, cuentan las copas con tres manos.

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