El naufragio del atletismo español
“...UNA BUENA IDEA, BASADA EN BUENAS INTENCIONES. PERO NO HA FUNCIONADO”.
Puede que hoy Ruth Beitia logre una medalla: no exhibe el estado de gracia de otras grandes ocasiones, pero es una brava competidora, una apuesta fiable. O que Jorge Ureña brille en la segunda jornada del decatlón. O que mañana caiga algún podio en la marcha, en otros tiempos el salvavidas de nuestro atletismo. O que Adel Mechaal rescate un puesto de privilegio en ese 1.500 que tanta gloria ha dado a
España. O, si me apuran, que el 4x400 nos haga vibrar. Nos gustaría que así fuera, por el bien de nuestro deporte y por las ganas que pone el presidente de la RFEA, Raúl Chapado. Pero incluso si todo eso ocurriera a la vez, no maquillaría la pésima actuación de la Selección en los presentes Mundiales de Londres. Hasta ahora, salvo pequeñas excepciones, un desastre. El análisis hay que hacerlo más allá de los podios, como le gusta decir a los técnicos. De los 56 atletas desplazados por la RFEA (dos de ellos para el relevo), hasta la fecha sólo ha habido dos finalistas: Ana Peleteiro, la mejor con diferencia, fue séptima con marca personal, y Orlando Ortega cambió su plata olímpica por otro séptimo puesto. Tras ellos, sólo un atleta ha entrado en el top-ten: Pablo Torrijos (10º). Y además de Peleteiro, únicamente tres han mejorado sus registros: Óscar Husillos (dos veces),
Ana Lozano y Marta Pérez. El resto, en su gran mayoría, cayó eliminado a las primeras de cambio, en dos casos por tres nulos. Son datos que exponemos con tristeza y sin saña. La campaña
#pasiónporcompetir es una buena idea, basada en buenas intenciones. Pero no ha funcionado.