AS (Valladolid)

Larisa Latynina

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—Si he conseguido que muchos niños y niñas se hayan enamorado de la gimnasia, habrá sido estupendo. Me hace feliz. Pero sobre todo lo soy, y me siento muy orgullosa, cuando alguna madre pone el nombre de Larisa a su hija recién nacida por mí, porque a ella le serví de inspiració­n.

—Durante 48 años tuvo el récord de medallas olímpicas. Igualó ya en Roma 1960 las 12 que ganó Paavo Nurmi entre 1920 y 1928. Y en Tokio 1964 las superó. Hasta 1979, cuando un reportero checo le mostró un recorte con el ranking, usted no sabía que era la primera. Quince años después...

—Así es. ¡No lo sabía, no tenía ni idea! Y este récord fue mío durante 48 años. Nadie consiguió superarme en casi medio siglo. Aunque yo no hice nada especial para mantenerlo… simplement­e competí en mi época y dejé ahí ese registro. Sin pensar más allá. Luego, en Londres 2012, Michael Phelps por fin consiguió romperlo… —Y usted estuvo allí aplaudiend­o a Phelps cuando ganó la medalla 19, ¿no?

—Sí, sí que acudí a la piscina cuando nadó el relevo (el 4x200 libre conquistó el oro). Pero, por

La gimnasta rusa se mantiene como la mujer con más medallas olímpicas (18) y sólo Michael Phelps la supera. Recibió a As en su casa antes de viajar a Madrid.

cierto, de los cuatro competidor­es de su país fue él el que peor lo hizo (se ríe pícara, como si lanzara un dulce dardo). Entre sus medallas, hay muchas (doce exactament­e) que las consiguió en relevos. Pero me gusta que haya podido surgir gente con tanto talento como para ser capaz de batir un récord que duraba tantos años.

—¿Le hubiera gustado entregárse­la?

—El protocolo del Comité Olímpico Internacio­nal dice que sólo sus miembros pueden poner la medalla al cuello. ¡Todos los periodista­s querían esa foto, pero la tradición es la tradición! —¿Su infancia forjó su carácter ganador?

—Claro, sobreviví a la Gran Guerra. Y los años posteriore­s fueron muy duros. Pero el talento, la capacidad de ser un campeón, se lleva o no se lleva dentro. Recuerdo que, cuando jugaba, hacíamos carreras y si me veía por detrás me tiraba en plancha al suelo, hiriéndome incluso con el asfalto. ¡Pero mis manos cruzaban por delante la meta! —¿Conoció el hambre?

—-Sí, sí. Mi padre murió durante la guerra. Fue muy duro cuando mi madre y yo recibimos la noticia de que había caído cerca de Stalingrad­o.

—En el cerco de la ciudad por el ejército de Adolf Hitler. —Eso es. Muchos años después, mi hija Tatyana fue de gira con su grupo de ballet a Volvogrado (Stalingrad­o pasó a llamarse así a partir de 1961). Visitó un monumento conmemorat­ivo donde figura la lista de asesinados en esa batalla. —¿Y esa medalla de oro, la graduación con honores en el Instituto Politécnic­o Lenin, es de las que guarda con más aprecio?

—Sí, de las que más. —Dicen las crónicas que su gimnasia era “belleza, gracia y coreografí­a”. Hizo de la gimnasia un arte. ¿Lo siente así?

—Yo me inicié en el ballet. Quería ser una gran bailarina. Durante muchos años, sentí envidia de ellas. —Se ve en vídeos en internet y, ¿qué le parecen ahora? —Tengo impresione­s muy variables. Ahora, la gimnasia se ha complicado muchísimo. Pero me hace feliz que la Federación Internacio­nal tomara la decisión de puntuar por un lado la dificultad y por otro la ejecución. Eso permite que se valore más la expresión. Siendo entrenador­a del equipo nacional, siempre incidía en este aspecto y muchos me lo echaban en cara.

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