AS (Valladolid)

River entra en la eternidad

Ganó en la prórroga un partido tremendo Quintero cambió el partido y decidió con un golazo Boca cayó a la heroica y con nueve Falló el VAR

- LUIS NIETO

En un Bernabéu alzado en purgatorio, ganó River y ganó Madrid, España por extensión, en su pretensión de postularse para lo que convenga. Y perdieron Boca y el VAR, que se puso de perfil en un penalti a favor de River. Sucedió en un partido tremendo, agotador, que siempre tuvo dos caras: la festiva y neutral del espectador español y la dramática y extenuante de los contendien­tes argentinos. Un partido que se alargó al extremo, en los despachos y en el campo. Y que resolvió Quintero en la prórroga con un golazo muy por encima del partido.

Se pierde en la memoria el tiempo que hace que los River-Boca se convirtier­on en fútbol epiléptico. Ganar cada pelota se percibe como tomar al asalto una colina. Así fue en los buenos tiempos y así lo es ahora, en que se han empobrecid­o tanto que sus plantillas están repletas de jugadores a medio hacer o de los que le han dado varias vueltas al cuentakiló­metros. A los 50 segundos, el Pérez de River, Enzo, le había metido un planchazo de escalofrío al Pérez de Boca, Pablo. Fue el trailer del partido del que Barros Schelotto recomendab­a huir en la víspera. "No vengan, se aburrirán", le faltó proclamar tras su anuncio de duelo trabado y antipático. Nadie le hizo caso, aún a sabiendas de que llevaba razón.

A 10.000 kilómetros de Buenos Aires, lo único que cambió fue el sonido del Bernabéu, más ruidoso que nunca. River propuso sin ritmo y Boca hizo arte de la espera hasta que asomara la oportunida­d. Su vitamina es el balón parado, que domina tanto como molesta a su vecino. Y hacia allí, por la falta de precisión, por la vehemencia de los marcajes, por las interrupci­ones constantes, porque aquello fue tango sin bandoneón, apuntó el partido. Las tres ocasiones de antes del descanso llegaron a pelota parada. Dos fueron para Boca, una volea blanda de Pablo Pérez y un disparo cruzado del mismo, desviado por Casco. La de River sucedió en un córner ensayado, con media vuelta aérea de Nacho Fernández.

El exceso de tensión le fue mejor a Boca, que vive de la emboscada y de la contundenc­ia. River, con mejores futbolista­s, no fue capaz de lucirlos. Palacios y Pity Martínez no tuvieron trascenden­cia en la primera mitad y a quienes les cayó el balón,

Ponzio o Enzo Pérez, que son de la familia por su pasado en la Liga, no supieron darle ni profundida­d ni intención. En definitiva, aún sin grandes ocasiones, le pudo la roca al martillo y se vio a Boca más confortabl­e en aquella pelea, donde no hubo concesione­s ni, a menudo, modales. Y casi al filo del descanso, el ataque más próspero de River se volvió fatalmente en su contra: no supo culminarlo en remate y de vuelta, un pase larguísimo de Nández lo tramitó estupendam­ente Benedetto, en secuencia de vértigo control-regate-remate. Un castigo a la prevención excesiva de Gallardo, que dejó a Pratto demasiado solo en punta.

Del descanso volvió mejor River y peor Cunha, que convirtió un penalti clarísimo del meta Andrada a Pratto en juego peligroso de este, con el VAR haciendo la estatua. Ya antes el equipo de Gallardo se había arrimado con disparos de Nacho Fernández y Exequiel, con Boca defendiend­o peor el juego de entre líneas. El partido había cambiado de rumbo y lo hizo aún más con el empate, en una jugada de seda en un partido de esparto: pared Nacho González-Exequiel (en su único guiño al Madrid) y remate final de Pratto. La llegada al partido del colombiano Quintero, un futbolista de buen paladar, fortaleció extraordin­ariamente a River y debilitó a Boca. Fue el único ratito de fútbol en sentido estricto, porque la igualada despertó los peores instintos de uno y otro y también el miedo atroz a perder. Aquello condujo a la lógica de la prórroga.

Nada más pisarla vio la segunda amarilla Barrios, por ir con la plancha por delante donde nadie le llamó. Quedó entonces Boca condenado a vivir en la agonía, un territorio que conoce bien y no le asusta. Y quedó el partido en la izquierda de Quintero, el arma definitiva. Su cañonazo acabó con este partido larguísimo y entró en la historia de River, de la Libertador­es y del Bernabéu. Luego Boca eligió morir a la heroica, en área contraria con nueve (Gago se rompió) y hasta con su portero al asalto. También con un remate al palo antes de la sentencia de Pity Martínez. El tremendism­o extremo.

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