AS (Valladolid)

Fallo defensivo

- JUAN TALLÓN

Entre las cosas horribles que deja el fútbol, como se vio en el Suecia-España, el fallo defensivo es una de las más asombrosas. Equivale a ese pequeño ladrillo de nada que, si retiras, porque crees que no pinta gran cosa en la pared, hace caer el edificio entero. No siempre se tiene ocasión de tirarlo todo por la borda, y un buen error en defensa, cuando el partido está igualado, es una de ellas. Desprende cierta crueldad. En el momento que alguien te lo recuerda, es como si dentro de tu cabeza oyeses “La culpa fue tuya, toda tuya; eres despreciab­le”. Tener la culpa es terrible. No merece la pena pasar por ese trago. Sinceramen­te, es mejor que la culpa recaiga en terceros.

El error de un defensa que acaba en gol del rival lo convierte durante unas horas en una especie de paria. Puede que no lo digan, pero se adivina que por dentro piensan que lo fastidió todo. En eso resulta muy diferente al fallo en ataque. Si eres un delantero y, pongamos, desaprovec­has una ocasión cantada, podrán reprochart­e que perdiste la oportunida­d de hacer algo grande, incluso que eres un inútil, pero no serás el

culpable de una derrota.

Por suerte, un defensa no es un ser frágil, que se derrumbe fácilmente. En general, su capacidad para rehacerse de un error es superior a la del atacante, siempre dispuesto a hacerse pasar por un ser sensible, genial, que trata de agarrar en el aire la inspiració­n. Después de repasar sus errores, para no repetirlos, los defensas olvidan a la perfección. Siguen adelante como si nada hubiese pasado, hoscos, empecinado­s, sin miedo a su pasado, ni tiempo para arrepentim­ientos. Puedo imaginárme­los recitando ese breve poema de Raymond Carver donde el autor norteameri­cano detalla cómo se despierta por la mañana con unas ganas tremendas de quedarse en la cama todo el día, y cuando al final se asoma a la ventana y ve cómo fuera está lloviendo, se rinde y se dedica por entero al cuidado de esa lluvia matinal. Y al final dice: “¿Viviría mi vida otra vez? ¿Con los mismos errores imperdonab­les? Sí. A la mínima posibilida­d que tuviera”.

El error de un defensa que acaba en gol del rival lo convierte en una especie de paria

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