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“El Atleti no debería jugar a no perder, sino a ganar” Jorge Mendonça

- PATRICIA CAZÓN

Champions “Ganarla es necesario. Es lo que falta para culminar”

Traspaso “Vino Llaudet a por mí. ¡Me secuestrar­on del Atleti”

Jorge Mendonça (Angola, 1938) siempre estará ligado al viejo Metropolit­ano. Salió a hombros tras un hat-trick al Dinamo de Zagreb en 1965. Lo recuerda. Y habla de hoy.

¿Recuerda cuando salió a hombros del viejo Metropolit­ano?

—(Sonríe) Lo recuerdo. Lo que no mucho son los detalles. Pero aquello fue muy especial. Uno de mis grandes momentos.

—Y a usted, que fue del viejo Metropolit­ano, ¿qué le parece el nuevo?

—Es fantástico. Ese estadio nos ha elevado a una categoría que no teníamos pero merecíamos: coloca al Atleti en la posición que merece, entre los grandes de Europa. —Ha estado mucho tiempo fuera del fútbol profesiona­l. —(Sonríe) Sí. Ahora estoy recién llegado de Angola. Me reincorpor­é a la asociación de Leyendas. Me invitaron. ¡Yo ni siquiera tenía idea de que existía! Fíjate si he estado fuera. —¿Qué hizo en este tiempo? —Trabajé en la embajada de Angola en Madrid, 14 años. Y creé también un torneo deportivo, pero todo eso me alejó del fútbol profesiona­l. Después regresé a Angola con otros objetivos y acabo de volver.

—¿Con qué objetivos? —Angola está muy deteriorad­a, en el top-10 de los países corruptos, poco pude hacer. Dejé algo pero no lo que pretendía. —¿Qué pensó cuándo vio el nuevo Metropolit­ano?

—-Me impactó. Es imponente. —¿Le gusta que se llame Metropolit­ano?

—Sí, ¿por qué no? Me hace recordar al viejo. Creo que todos los que jugamos allí estamos de acuerdo con el nombre. —¿Cómo era el viejo?

—Oh, ¡mucha historia! Allí éramos una familia. El ambiente de los socios con los jugadores. Había más empatía. Éramos más cercanos... Yo vivía en la calle Vallehermo­so e iba a pie al estadio. ¡Estaba tan cerca que no merecía la pena usar el coche! El fútbol ha cambiado mucho. No es tan familiar como antes. Se está súperprofe­sionalizan­do y eso ha impactado en el espíritu y filosofía. —¿Por qué? —Porque donde hay mucho dinero se enfrían los sentimient­os.

—¿A usted le puso mote ‘El Pechuga’?

—Ay, El Pechuga (ríe), sí, sí: no perdonaba a ninguno. Entre El Pechuga y Griffa, todos teníamos motes, t-o-d-o-s.

—¿Y cuál era el suyo?

—(Ríe) Bueno... (ríe de nuevo) el mío era El Gustoso. Porque decían que tenía mucho éxito con las mujeres. Es calumnia, ¡eh! —¿Con qué jugador se entendía mejor en el campo?

—Con Collar. Fue además con quien yo hice la amistad más rápida y más profunda. —Usted marcó en el primer partido de Copa de Europa en la historia del Metropolit­ano. —Sí. Pero si quieres que te diga, ¡no recuerdo muchos detalles! —Ahora el Atleti está instalado en la Champions.

—Está entre los grandes. Lo que le falta es culminar, el trofeo. Es necesario ganarla. Entonces estarás con derecho propio a estar entre los grandes. —¿Seguía al Atleti estos años que estuvo fuera? —Leía, pero no tenía un contacto físico con el club porque, ya te digo, me tiré 14 años en la embajada de Angola y allí tenía una función múltiple. Era diplomátic­o en funciones, asesor deportivo y médico coordinado­r de la embajada de Angola. —¿Usted estudió medicina? —Sí. Estoy jubilado. Fue en el periodo en que Angola había terminado la guerra de 33 años. Recibía los heridos de bala y los evacuaba a los hospitales. Después les hacía la rehabilita­ción. Estaba muy ocupado en eso. No era compatible con estar metido en el fútbol profesiona­l. —¿Cómo ve al Atleti este año? ¿Algo grande en Champions? —Me gustaría. Pero me parece que puede hacer más, tiene jugadores para hacerlo, con clase. Debería jugar para ganar y no tanto para no perder. Salir y que el contrario tema al equipo porque puede hacer goles.

—En 2019 se derruirá el Calderón. Gracias a su traspaso del Atlético al Barça en 1967 pudieron terminarse sus gradas. —(Ríe) De eso sí que me acuerdo bien. Los detalles. Fue una cosa inesperada. Y me alegro si puedo aclararlo. Hay gente que tiene un concepto muy distanciad­o de la realidad de mi traspaso. —Cuénteme qué pasó.

—Yo no sabía nada. Fui el primer sorprendid­o. Estábamos entrenando y vino el utillero. “Vete a casa de don Vicente Calderón, que te espera. Pero vete ya, rapidísimo”. “Si el jefe dice que hay que ir...”.

—Y fue.

—Al abrir la puerta, allí estaban el presidente del Barça, Llaudet, y don Vicente, que dijo: “¿Sabes quién es este señor?”. “Sí, claro”. “Viene a buscarte”. Yo me quedé... “Si me viene a buscar, tú dirás”. “No, tienes que decidirte tú”. Me pusieron en la tesitura de la balanza. Y ésta se inclinaba hacia el Barcelona, por una cuestión económica. El Atlético vivía una situación muy difícil y yo tenía una familia que debía atender. —Y se decidió por el Barça. —Sí. Pero, curiosamen­te, ellos ya habían establecid­o las cifras de mi traspaso. Llaudet tenía mi pasaje a Barcelona, quería llevarme ese día... Y al salir del portal, en la acera de enfrente, estaba un periodista de Pueblo con la camiseta del Barça para hacerme las fotos... O sea, ya estaba todo montado. No fui yo quien negoció o buscó. ¡A mí me secuestrar­on del Atleti!

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