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El viejo Cavendish

El inglés rompe a llorar tras sumar su 31º triunfo, cinco años después del último, y colocarse a tres del récord de Merckx

- JUAN GUTIÉRREZ

Primoz Roglic colgó una impresiona­nte foto por la mañana donde se le veía envuelto en numerosos vendajes para proteger su infinita colección de heridas. “La momia estará hoy en la salida”, escribió el esloveno, uno de los grandes favoritos al Tour de Francia si su maltrecho cuerpo se lo permite. La impactante imagen define el calvario que ha pasado el pelotón en este arranque de carrera, especialme­nte en las dos montoneras inaugurale­s y en la escabechin­a del lunes, un encadenami­ento de accidentes que han convertido la enfermería en un protagonis­ta mayor que la propia competició­n.

El pelotón, ya sin Gesink, Haig y Ewan, retirados el día anterior por tres percances de diferente pelaje, se plantó ayer en el kilómetro 0 de esta cuarta etapa durante un minuto y luego ralentizó la marcha en el tramo inicial, una parada simbólica destinada a reclamar más seguridad a las partes implicadas. Sus reivindica­ciones van dirigidas, sobre todo, a la UCI y al organizado­r. Una demanda prioritari­a era neutraliza­r los tiempos antes de los tres kilómetros finales cuando se den recorridos peligrosos como el cubierto camino de Pontivy. Una improvisad­a petición que no fue escuchada. También resulta evidente, en cualquier caso, que la actitud en carrera y la estrategia de los propios corredores y de los equipos ante este tipo de trazados influye igualmente en los accidentes. Si todos quieren ir en cabeza, todos no caben. Si estiras el ritmo por delante, lo normal es que caigan por detrás. Todo suma. Ayer, con menos hostilidad­es en el seno del grupo, no hubo nada que lamentar.

Sobrados. El día después de la carnicería bretona, el Tour rodó relativame­nte tranquilo. Dejó marcharse a los dos escapados, Pierre-Luc Périchon y Brent van Moer, siempre controlado­s por los equipos de los velocistas, o eso creían. El paquete tenía tan pocas ganas de complicaci­ones, que casi deja escapar el esprint. Van Moer resistió el pulso hasta que fue rebasado a 200 metros de la meta. Un error de cálculo que supuso un trabajo extra para los lanzadores.

Más sobrado aún que el pelotón se mostró el equipo Alpecin, que jugó la carta de ganar por tercer día consecutiv­o con un tercer ciclista diferente. Sobrados, no, sobradísim­os. Después de Van der Poel y Tim Merlier, era la oportunida­d de Jasper Philipsen, que peleó el esprint con menos éxito que sus compañeros: tercero. Por delante entraron Mark Cavendish y Nacer Bouhanni, dos velocistas renacidos. En especial el británico, vencedor a los 36 años, cuando su nombre sonaba más para la jubilación que para ganar carreras. Por eso rompió a llorar. Una estampa chocante para un supercampe­ón que suma su 31º triunfo en el Tour, a tres del récord histórico de Eddy Merckx. Hace cinco años que no alzaba los brazos en la Grande Boucle, seis desde que se impuso en Fougères, en esta misma llegada. Un relato redondo.

El guion dará hoy un giro a la carrera con la celebració­n de una contrarrel­oj de 27 kilómetros entre Changé y Laval que se presenta como el primer combate directo entre los aspirantes a los Campos Elíseos. Antes de rodar por los suelos, Geraint Thomas se erigía como uno de los grandes candidatos, pero también se cayó el lunes. Por cierto, sin ninguna influencia del recorrido, ni del organizado­r. Habrá que ver cómo se ha recuperado. Su caso es idéntico al de Roglic, esa momia rodante. Las caídas abren una enorme interrogac­ión.

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El británico Mark Cavendish celebra exultante su victoria al esprint en Fougères, una ciudad donde ya había alzado los brazos seis años antes.
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