Semilibertad en la Villa Olímpica
Los primeros atletas aprecian menos “restricciones” de las esperadas, destacan las comodidades japonesas y creen que lo peor será la falta de público
● Arrancan los Juegos de Tokio con preocupación por los casos de coronavirus
● Los deportistas españoles se encuentran mejor de lo que pensaban en la Villa
La isla artificial de Harumi, junto a la Bahía de Tokio, está llamada a ser uno de los barrios exclusivos de una ciudad colapsada, con edificios que salen del asfalto como árboles del bosque. Pero eso llegará al finalizar los Juegos. Ahora es la casa del deporte y está poblado de atletas de todas las nacionalidades. También españoles. “Compartimos edificio con México, Chile, Turquía o Azerbaiyán. Los apartamentos son pequeños. El salón es básico y hay dos baños y cuatro habitaciones. Las camas son grandes, cómodas y el colchón es duro pese a la polémica”, explica Raúl Gómez, jefe de equipo de la Selección femenina de hockey. Las restricciones se limitan a tres normas: mascarilla obligatoria, test de saliva diario y las mesas del comedor están separadas por mamparas: “No escuchas al que está delante”, comenta Galia Dvorak, de Mataró, que debuta el sábado en tenis de mesa.
Los deportistas con experiencia, como Dvorak, no ven demasiadas diferencias: “Lo veo como siempre. La villa es más pequeña, pero el comedor es grande, igual que el gimnasio, la lavandería...”. El edificio donde reside la delegación española es ideal: “Tenemos el comedor a cien metros, y justo detrás está el muelle y el gimnasio. Nadie te controla, pero los atletas están muy concienciados”, recalca Gómez: “Hay zonas de paseo y podemos movernos con libertad por las comunes”, apunta Dvorak.
La vida es mejor de lo esperado. Así lo testigua Roc Oliva, de la Selección masculina de hockey: “Veníamos con otras expectativas, no veo muchas diferencias con otros Juegos más allá de los tests y el comedor. Hemos ido a entrenar ya con normalidad, sin público, y creo que eso es lo que más notaremos”. En total, entre los JJ OO y Paralímpicos, pasarán 18.000 deportistas aunque no todos se cruzarán. Obligados a abandonar la villa dos días después de la competición y a no poder mezclarse en las instalaciones de otros deportes, la semilibertad se resume en “entrenar, competir y estar en la villa”.
Otro muro es el jet lag. “El primer día no me dormí hasta las seis”, dice Dvorak, mientras las chicas de hockey se sienten preparadas tras trabajar con la doctora Estivill: “Nos hemos ido adaptando y ganando horas de sueño. Tomamos melatonina para que entre el sueño antes”.