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Carla Suárez y el tenis femenino

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Carla Suárez anunció en diciembre de 2019 que la siguiente temporada iba a ser la última antes de retirarse del tenis, con los Juegos Olímpicos entre los torneos de su despedida. Ni se podía imaginar entonces los requiebros que iban a cambiar su vida en unos meses. Primero explotó la pandemia, que dejó el calendario en blanco. Luego llegó la peor noticia: el linfoma de Hodgkin. Era septiembre de 2020, el mundo todavía andaba oscurecido por el virus, cuando Carla inició la dura lucha por su recuperaci­ón, que duró más de medio año. En abril de 2021, la canaria volvió a entrenarse y volvió a poner fecha a su retirada: el US Open sería su última presencia. El curso era otra vez olímpico, por caprichos del coronaviru­s, y Carla llegó a ilusionars­e en marcharse con una gesta en Tokio junto a su compañera y amiga Garbiñe Muguruza. La pelearon, pero no la consiguier­on. Y dejaron Japón con lágrimas en los ojos.

Suárez, sin embargo, ya había logrado su gran victoria, que era estar allí, compitiend­o. Esta semana ha dicho el adiós definitivo al tenis en Estados Unidos. Con orgullo.

Carla llegó a ocupar el sexto puesto del ranking mundial en 2016, lo que unido a la eclosión de Garbiñe, número uno un año después, abrió el sueño de que la pareja pudiera luchar por la Copa Federación, recuperar aquellos laureles de

Arantxa Sánchez Vicario y Conchita Martínez. La posibilida­d no cuajó, pero en los últimos tiempos ha renacido la esperanza, gracias a la irrupción de dos jóvenes, Paula

Badosa y Sara Sorribes, también buenas amigas. Junto al refuerzo de Muguruza, que continúa competitiv­a, y algo menos irregular, y a la espera de comprobar cómo evoluciona­n otras perlas de futuro como Rebeka

Masarova, el tenis femenino español puede plantearse de nuevo aspirar a las cotas más altas. Ya será sin Carla, aunque ella nos deja otro gran triunfo: su ejemplo.

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