Djokovic y el miedo en Melbourne
La ciudad vive un ‘confinamiento’ voluntario que ayuda a entender la deportación del número uno
El Open de Australia es una especie de oasis en mitad del desierto que en ocasiones parecen las calles de Melbourne, la capital del estado de Victoria que vive estos días un confinamiento no oficial autoimpuesto por sus propios habitantes, debido al miedo que produce el incremento de contagios por COVID. La gente evita acudir a bares, restaurantes, cafeterías y tiendas pequeñas, y los dueños de estos negocios sufren las consecuencias mientras tratan de manejar el aislamiento de su personal. Tres cuartas partes de los eventos de ocio y cultura programados para los meses de enero y febrero han sido cancelados, según informa The Herald Sun.
El Grand Slam oceánico es una de las pocas distracciones que se están permitiendo los ciudadanos, aunque el aforo se redujo a un 50% y el uso de mascarillas es obligatorio en todo momento. Que se lo digan al equipo de Garbiñe Muguruza, al que obligaron a colocarse esa protección durante el partido que la española jugó contra la francesa Burel. Be an ace, cover your face (Sé un as, cúbrete la cara) es el mantra que se ve escrito por doquier en carteles repartidos por todo Melbourne Park. Service Victoria monitoriza los movimientos de los habitantes y de todos aquellos que se encuentran en el estado con un código QR que al ser escaneado chequea la localización para poder hacer un minucioso rastreo en caso de que se produzcan contagios en cualquier lugar público. También en el torneo, donde a diario, los empleados, los jugadores y sus equipos, la prensa y todas las personas implicadas en su celebración deben presentar la fotografía de una prueba de antígenos que se hayan hecho con un resultado negativo. El recinto, así como el centro de prensa, ha sido modernizado con grandes espacios que evitan aglomeraciones y facilitar la ventilación.
Estas precauciones y el miedo de los australianos justifican de algún modo la decisión tomada por el Gobierno de deportar a Novak Djokovic, el número uno del mundo que no está vacunado y cuyo ejemplo fue considerado un peligro por parte de las autoridades de una zona de la nación que permaneció casi 300 días confinada durante la pandemia.
Federación. La Federación nacional de tenis aclaró que respeta el dictado de la justicia y se disculpó ayer por el conflicto generado alrededor del serbio: “Reconocemos que los eventos recientes han sido una distracción importante para todos, y lamentamos profundamente el impacto que esto tuvo en los jugadores. Siempre hay lecciones que aprender”.
“Australia siempre ha hecho las cosas muy bien con esto de la COVID. El año pasado fueron muy estrictos y este son más laxos, pero se ve en la sociedad que hay un cierto miedo, que no está tan alegre, no hay tanta gente por la calle, aunque nosotros en la pista hemos sentido su cariño”, dice Pablo Andújar, que aplaude una de las medidas tomadas por el Open para proteger a los jugadores. “Normalmente nos pagan una habitación. Este año, para que no hubiera contactos cercanos en caso de contagio, nos pagan dos a cada uno. Así si alguien da positivo, no afecta a los otros miembros del equipo”. Roberto Bautista explica que “hay que ponerse la mascarilla, evitar contactos o salir a cenar con precauciones. Pero es inevitable cruzarte con gente en el vestuario”. Garbiñe Muguruza dice que intenta “salir”, pero a “parques”, a cosas “menos sociales”, y evitar “sitios y restaurantes con gente”. Por lo demás, opta por una alternativa: “Intento entretenerme en mi habitación”. Así es la vida en un Open más libre que el de 2021, pero curiosamente más afectado por el rebrote de una pandemia que el país creía erradicada.