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“La plata ha supuesto un antes y un después”

Queralt Castellet, Premio AS Olímpico por su medalla en snowboard en los Juegos de Invierno de Pekín

- JESÚS MÍNGUEZ

Este año, aunque haya que hacer un ejercicio de memoria para retrotraer­se a febrero, fue año olímpico. De Juegos de Invierno. Y lejos, en el Parque Genting de Zhangjiako­u, cerca de Pekín, Queralt Castellet se subió al podio para recoger una plata en snowboard halfpipe que premiaba su genialidad y su constancia, en los que eran ya sus quintos Juegos. De la nada de una especialid­ad que se ha abierto un hueco en España, a lo máximo. Sólo la megaestrel­la estadounid­ense Chloe Kim pudo con ella. Por eso, era merecedora del Premio AS Olímpico.

"La medalla ha supuesto un antes y un después para mí", reconoce la rider de Sabadell, de 33 años, que en su pequeño y ligero cuerpo esconde dinamita y el espíritu competitiv­o de los grandes. Acostumbra­da a estar la mayor parte del año lejos de España, aparecer en la portada de los periódicos y ocupar minutos en teles y radios le parecía imposible. Pero es la magia de los Juegos. "La medalla era muy importante para mí, la deseaba, pero desconocía la importanci­a que se le podía dar fuera de mi entorno del snowboard. Me impresionó bastante", explica.

Queralt consiguió la quinta medalla para el deporte de invierno español. Primero fue el pionero Paco Fernández Ochoa (oro en Sapporo 1972). Después, su hermana Blanca Fernández Ochoa (bronce en Albertvill­e 1992). De los dos esquiadore­s, al snowboard cross con Regino Hernández (bronce en Pyeongchan­g 2018) y el patinaje artístico de Javier Fernández (bronce también en Pyeongchan­g). "En términos de obtener ayudas, la medalla te da más visibilida­d", reconoce la catalana, que no quiere bajarse de la ola.

"A los próximos Juegos llego. ¿Después? Ya veremos..." se ríe. En Pekín fue la más mayor de las competidor­as, en un deporte donde es fácil ver a casi adolescent­es ocupando los podios. La próxima cita es la de Milán-Cortina d'Ampezzo, cerca de Turín, donde debutó con sólo 16 años en la edición de 2006. "Allí estuve en una nube, flipando todo el día porque estaba en la misma lista de salida que chicas a las que tenía en pósters en las paredes de mi habitación. Eran mis héroes y heroínas, mis referentes", cuenta. Allí se enamoró de la mística que desprenden los cinco aros. Y no ha parado hasta tener un lugar en su historia.

Siempre estaba entre las favoritas, pero por unas cosas o por otras se le habían resistido los Juegos y su mejor puesto era el séptimo de Pyeongchan­g 2018. "La verdad es que a Pekín llegué con todo en contra", echa a la vista Queralt. En Navidad había estado en Sabadell visitando a sus padres y contrajo la COVID. Su entrenador, el estadounid­ense Danny Kaas, pilló el virus el día antes de viajar a China y se vio allí sola. Pero eso no fue obstáculo. "Desafortun­adamente, he estado siempre muy sola. Ojalá hubiese podido tener un equipo fuerte en mi país... Pero es lo que me ha tocado y en el camino he sabido irme rodeando de gente. Es la cultura del snow. Los entrenamie­ntos con compañeras te llevan a pasarlo bien, a retarte, y es bonito", dice.

Y es que la niña que iba para gimnasta se enganchó muy temprano a las tablas. Sus padres, Josep e Inés, fueron de los primeros locos del

snow. Todos los fines de semana llevaban a Queralt y a su hermano Josep (cinco años mayor y también rider internacio­nal hasta 2012) a Andorra. "¡No fallaba! Hiciera buen o mal tiempo nos íbamos a la caravana que aún conservamo­s en el camping. A los 13 años comencé ya a competir con una tabla de 110 centímetro­s (una Morrow que aún conservan, más grande que ella) y los podios cayeron uno tras otro. De ahí a un programa de tecnificac­ión que combinaba entrenamie­ntos y estudios en Puigcerdá y a rodar por el mundo", desgrana su historia Queralt.

"No tengo casa", apunta. Sus últimas 'bases' están entre Austria y las estaciones de Colorado (Copper Mountain, Aspen...). "Después de los Juegos me he permitido pasar más de un mes por España y era algo que no hacía desde hace años", reconoce. "Tampoco pisé un pipe (el medio tubo de hielo de unos 220 metros de largo y 22 de ancho en el que desciende de pared a pared elevándose varios metros para realizar trucos) hasta que no he comenzado a preparar la temporada. He desconecta­do, en la nieve pero haciendo otras disciplina­s, lo que me a su vez me ayuda a mejorar en la mía", desgrana. Incluso se atreve con el skate. "¡Ahí me la pego mucho más!", exclama.

En su horizonte inmediato está el inicio de la Copa del Mundo, donde Queralt ya acredita 17 podios. Y, sobre todo, los Mundiales de febrero en Bakuriani (Georgia). "Si no cae el oro este año, caerá en el siguiente", apuesta valiente. Es el color que le falta después de la plata de 2015 y el bronce de 2021.

Competicio­nes todas que tendrá que preparar, como siempre, fuera de España. Aquí sólo hay dos pipes, el de Sierra Nevada y La Molina, pero por lo costoso de su mantenimie­nto sólo se habilitan para grandes competicio­nes. Así es complicado hacer cantera. "Ojalá por detrás venga alguna heredera", desea la maga de Sabadell. De momento, ella promete seguir dibujando trucos con su tabla. Los mismos que la hicieron subcampeon­a olímpica.

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Queralt, exultante, levanta su tabla enrollada en la bandera de España.
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Queralt Castellet, durante una reciente visita a Madrid.

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