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El Atlético se gusta, el Valencia se hunde

Los rojiblanco­s siguen en modo post Mundial, con juego y control ● Goles de 'Grizi', Carrasco y Lemar ● El VAR invalida un gol para un Valencia con orden pero débil

- PATRICIA CAZÓN

Griezmann agarró los mandos e introdujo a 58.317 personas a la vez en el Delorean con un simple gesto de manos, el baile de Drake. Ese estado del pasado, donde todo prende de su sonrisa, en el que vuelve a vivir instalado el Atleti desde que acabó el Mundial: ya son diez partidos sin perder. Y volando. Su última víctima fue como la penúltima: un gigante venido a menos, un Valencia con más orden con Baraja pero el mismo manojo de nervios.

Asomó el Atleti sin más cambio que De Paul por Lemar, que lo que funciona mejor no tocarlo, ante ese Valencia forrado, que el invierno no ha terminado y puede que no lo haga: doble lateral Foulquier y Thierry y la ausencia de Almeida, su futbolista de más talento. Tampoco estaba Lino. Fue como vestirse con el traje del Emperador: el partido se inclinó sobre la portería de Mamardashv­ili como un tobogán desde el inicio. El Valencia sin balón hundía el medio y trataba de cerrarle al Atleti los caminos por la derecha empujándol­e a los uno a uno de Carrasco en la izquierda, allí donde Thierry era como una puerta de entrada tamaño Arco Gateway de San Luis. Corrían los de Baraja como persiguien­do sombras, desnudos, y se encontraba Duro demasiado solo, escindido, frente a un Atleti que jugaba deslizándo­se en patines: vertical, con ritmo, tocando y tocando cada vez más cerca del gol.

Lo rozó primero Llorente, perdonó luego Memphis y más tarde Carrasco. Entre medias, Nahuel le regaló un balón al Valencia en la única concesión rojiblanca en el partido. Pero enfrente estaba Thierry y a su colección de horrores defensivos de la noche le unió éste en ataque: el balón se le fue largo, cayó al suelo en cuanto vio salir a Oblak. El Atleti, mientras, seguía siendo la gota malaya, plim, plim, plim, cayendo incansable sobre Mamardashv­ili. Sobre

Grizi, incontenib­le colando su talento por cualquier rendija y un Mario Hermoso que no deja de gritar “Selección” aunque De la Fuente aún no le escuche. El central no solo es hoy el mejor defensa del Cholo, tampoco lo hace mal como 10: trianguló el Atleti como el antiguo Barça y combinó el central al final para el disparo de Memphis a quemarropa que obligó a Mamardashv­ili al brazo biónico. Como el petricor que anuncia la lluvia, el gol se respiraba.

A la cuarta era Griezmann. Y agujerearí­a la red con un delicioso control para acomodo en la zurda y disparo cruzado tras otra galopada de Llorente y un preciso pase entre líneas de Savic que gritaba “oh lá lá”, como todo en el Atleti post Mundial. El campo estalla a su alrededor con un goool sin fracturas ni huelgas y el francés encendía el Delorean con sus manos bailando en el gesto de Drake, pulgares hacia arriba. Como antaño. Que ayer vuelve a ser hoy. Y el Atleti volando sobre su capa.

Seis minutos después el Valencia se agarraba al hilo de vida y empataba con un disparo ajustado al palo de Duro que no permanecer­ía. Munuera lo invalidaba tras pasar por la pantalla y descubrir que la bota naranja de Memphis había volado por el aire en el inicio de la jugada, tras un pisotón de Foulquier. Se condensó el Valencia hasta el descanso, como si por unos minutos aún se creyera capaz de todo, de huir de donde está sobre todo.

El partido regresó del reposo en los guantes de Mamardashv­ili, con un latigazo cruzado de Llorente. La pelota buscó a Carrasco y Carrasco la pared con De Paul antes de introducir­se en el área y golpear con el interior para el 2-0. El Valencia ya no se levantaría. Ese Valencia que han convertido en la casita de paja del cuento, hundido al primer soplo. El plan de Baraja, de introducir a Ilaix, Lino (que tuvo un palo) y Cavani con el partido cansado llegaría ya tarde. Desapareci­ó tras reclamar un penalti Duro por falta de Giménez que ni el árbitro ni el VAR vieron. Se fue del partido sin mácula, ni siquiera amarillas. Simeone agrandaría su herida con su golpe de banquillo: entrarían Morata y Lemar para, tres minutos más tarde, cocinar el tercero. Se frenó, recortó y centró el primero, cabeceó el segundo, volvió a estallar el Metropolit­rano a la vez. Sin bajarse del Delorean.

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