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Caminando hacia cuartos en el alambre

El equipo de Ancelotti pasa los octavos de la Champions pidiendo la hora ante un Leipzig mejor Un gran gol de Vinicius, urdido por Bellingham, lo único salvable del equipo blanco ● Tiro de Dani Olmo al larguero en el descuento

- LUIS NIETO REPORTAJE GRÁFICO JESÚS A. ORIHUELA Y JAVIER GANDUL

El Madrid está en cuartos de esta Champions sin haber sido mejor que el Leipzig, que no forma parte de la familia real europea, ni en la ida ni en la vuelta. Así que le conviene más aprender que celebrar, no sea que el pan de hoy sea hambre mañana. Entrará en el bombo de los mejores con asignatura­s pendientes y cierto mal cuerpo. Se vio sometido por el quinto de la Bundesliga de forma inesperada. El equipo anduvo encogido, sin respuesta, y el Bernabéu pasó miedo. Por lo que vio y por lo que intuye que puede venir de aquí en adelante. El próximo rival llegará cargado de atacantes con mejor puntería que Sesko y Openda.

La parte más oscura de la brillante carrera del Madrid en la Copa de Europa a menudo ha tenido que ver con Alemania, con esa capacidad germana de complicarl­o todo, de no tenerle miedo a las leyendas, de mostrarse poco impresiona­ble a rivales y ambientes, de entrar en trance en los partidos y volverse imparable. Por ahí, por la capacidad física del Leipzig, por su estado de necesidad ante el resultado de la ida y por las paradas correctora­s de Lunin en el Red Bull Arena, avisos de desajuste general, podría explicarse un once de Ancelotti cargado de fibra, más para templar que para mandar. Un once sin Rodrygo, futbolista magnífico propenso a salirse en las curvas, y con Camavinga y Tchouameni, ambos por delante de Kroos. Un 4-3-3, con Valverde muy vencido a la derecha y Bellingham de nueve más puro que falso. El área, en cualquier caso, le viene pequeña y su presencia ahí es tan esporádica que en partidos sin un gobierno claro de su equipo resulta casi impercepti­ble. El plan no funcionó.

El encuentro fue lo que explicaba la alineación blanca, un Madrid a la espera, parapetado en el resultado de Alemania, bajándole pulsacione­s al choque, ultraconse­rvador, y un Leipzig más atrevido, más presionant­e y con Sesko tan encasquill­ado como en la ida. Perdió un mano a mano sencillo con Lunin en jugada invalidada por fuera de juego que no ocultó su atarugamie­nto ante la portería. Openda, poco después, se puso a su altura en un amago de rosca que acabó en churro y en un remate cruzado con más picante que tampoco fue a puerta.

Probableme­nte por costumbre, al Madrid le encajan más partidos de vuelta a la tremenda, con una desventaja por delante. También el Bernabéu se maneja mejor en la adversidad que en la comodidad. Al fin y al cabo, esta competició­n está hecha de emociones. En cambio, al equipo (y a la gente) le cuesta ubicarse en partidos de vuelta con viento favorable, donde aparece la duda entre sentenciar o aguantar.

El Leipzig encogió mucho el campo, evitó hundirse y procuró penalizar cada pérdida de los centrocamp­istas del Madrid. Una estrategia que embarró mucho el juego de los de Ancelotti, encallados en el pase en corto y con enormes dificultad­es para progresar.

Un remate de hombro de Vinicius fue su única huella en el área de Gulacsi en la primera mitad. El equipo se pareció escandalos­amente al que sufrió durante un tiempo en Valencia y el Leipzig lo percibió. Conforme se acercaba el descanso metió más combustibl­e. Simons lo probó con un remate menos colocado de lo que pretendía que topó con la mano cambiada de Lunin y Openda estrelló un zapatazo en el lateral de la red. El Madrid esperaba que fuera el tiempo quien hiciera todo el trabajo, plan contemplat­ivo que pocas veces sale bien.

A vuelta de descanso Ancelotti puso las cosas en su sitio, retiró a

Camavinga y metió a Rodrygo en la derecha. El Madrid de toda la temporada, con mejores automatism­os, pero con una inercia negativa en el partido que parecía imparable. El Leipzig, al mando de un soberbio Dani Olmo, un jugador que tiene calle y disciplina, siguió estando por encima del equipo blanco en ambición, intensidad y llegada.

Y ante la ausencia de fútbol, al Madrid se le apareciero­n los futbolista­s. El 1-0, nacido desde la resistenci­a, fue un manual de contragolp­e. Condujo durante 50 metros Bellingham esperando el momento exacto en que Vinicius soltara, en carrera diagonal, a su marcador. La sincronía perfecta entre pasador y rematador acabó en gol del brasileño. Un paréntesis abierto sobre el claro dominio del equipo alemán, que empató de inmediato, en un cabezazo de su central Orban en plancha, anticipánd­ose a Nacho. El marcador volvía a la salida, pero el partido no. El Madrid, frecuentem­ente sometido por su adversario, ahora sí ofrecía amenaza. La fatiga abre los partidos. Esta vez lo hizo escandalos­amente. El duelo pasó de la prevención a la locura, en un vuelo de área a área, con peores perspectiv­as para Lunin que para Gulacsi.

Esa sacudida continua les iba estupendam­ente a Rodrygo y Vinicius, pero también a Simons, otro alborotado­r tremendo con edad para llegar a primera figura mundial. El holandés fue llevando a su equipo al área del Madrid. El 1-2 estuvo sobre la mesa hasta el último instante, pero no llegó por Lunin, por falta de puntería germana y porque el larguero escupió una vaselina de Dani Olmo en el descuento. La conclusión es que no siempre las balas pasarán silbando.

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Rüdiger y Nacho se lanzan a ras de césped para intentar frenar un ataque de Dani Olmo, que estuvo espléndido.
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