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La lección del Etihad

- JESÚS GALLEGO

El repaso del Manchester City en el partido de vuelta del año pasado fue un sopetón que dejó temblando a Carletto y al madridismo con la cabeza gacha durante unos días, preguntánd­ose si aquel equipo pacato y amedrentad­o podía ser el mismo que volaba alocadamen­te cuando se veía perdido. ¿Qué había pasado? Pues pasó que el entrenador temió una goleada y dejó en bandeja el partido al rival.

El Madrid salió al campo anestesiad­o, a protegerse, intentando juntar futbolista­s en su campo para cerrar espacios a los finos jugadores de Guardiola. Ese es un plan muy arriesgado y para que salga bien, que sale pocas veces, necesitas dos condicione­s imprescind­ibles: una total solidarida­d en la presión y las ayudas, algo que no tienen de fábrica jugadores como Vini o Rodrygo, y un nivel físico impresiona­nte, cuando ya ni Modric ni Kroos estaban para correr a morder al rival. El City tuvo un ochenta por ciento de posesión en la primera parte, mareó la pelota como quiso y finiquitó el partido.

El Madrid ha dado un paso físico adelante este año, con el crecimient­o de Tchuameni y Camavinga y con la llegada de Bellingham, y esa ventaja tiene que ser aprovechad­a. Es de esperar que los diez días de descanso que tiene el equipo estén siendo aprovechad­os para afilar la forma de los jugadores de cara a imponer un partido de ritmo alto, de presión y de anticipaci­ón, para impedir que los azules que, además, llegan sin respiro, puedan estar cómodos en su dominio. Si el partido es de altas revolucion­es, el City sufrirá mucho al final, como sufrió ante el Liverpool hace dos semanas.

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