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La Copa salda su deuda con Bilbao

El Athletic pone fin a una espera eterna de 40 años para ganar el título ● El Mallorca, muy digno finalista Agirrezaba­la y Berenguer, héroes en la tanda de penaltis de La Cartuja● La gabarra prepara su viaje

- ALFONSO HERRÁN

La vigesimoqu­inta ya está en Bilbao. Se hizo esperar una eternidad, 40 años que parecían una eternidad. ¡Que no tenga que pasar casi otro medio siglo! Encima esta Copa vino con tartamudeo, tras una prórroga dramática y una tanda de penaltis que reconcilia a este grupo con su historia más brillante. Agirrezaba­la deteniendo una pena máxima y Berenguer anotando el disparo de la victoria fueron los que pusieron el broche a una noche que eleva al éxtasis al universo athletico.

Tanta reiteració­n al fin encontró premio. El Athletic últimament­e se había empadronad­o en La Cartuja y de tanto ir, rompió el cántaro de la desgracia. El Mallorca, casi un novicio en finales, habitaba lo que podía ser la cumbre de su biografía. Fue un dignísimo finalista en una cita que arrancó en sábado y echó el telón en domingo, un equipo que juega sus cartas y parece que maneja dos barajas. Pero la fe bilbaína vale un trofeo grande, de tanto irse de Copas, ha acabado ebrio de gozo. Se saca una gran espina. ¡Sabe ganar finales!

La tanda fue pura angustia. Los malos recuerdos se adueñaron de ambos equipos. El Athletic perdió una final de Copa por penaltis, en 1977, ante el Betis. Al Mallorca le pasó en 1998 ante el Barça. Antes, al acabar los 120 minutos de rigor, Muriqi miró a la grada bermellona alborozado como si ya tuviesen la Copa. Era un éxito para ellos llegar a la tanda. Y tras el corrillo, empezaron a dar saltos de felicidad, la misma liturgia que en Anoeta, en semifinale­s. Se lanzó sobre el fondo rojiblanco y eso suele ser un pequeño triunfo moral. El kosovar abrió la tanda canjeando el tiro en gol. Raúl tiró de oficio e hizo lo propio. Muniain, el capitán, provocó la estatua de Greif, un coloso que empezaba a claudicar. A Morlanes le tachó el disparo Agirrezaba­la con una gran atajada. Vesga la metió, con resbalón incluido, y Radonjic la mandó fuera. La sentencia estaba en las botas de Berenguer, que no falló en su cita con la eternidad.

La final amaneció con el guion previsto en estos casos, un cuarto de hora de tregua, con ambos equipos de acuerdo en firmar un armisticio. Nadie quería cometer un error y poner el partido cuesta arriba. Los Williams estaban sobreexcit­ados. Se sabía desde que arrancaron las primeras rondas de esta Copa: el Mallorca tiene un plan, el

fútbol-tequila del cuate Aguirre, y lo iba a ir poniendo en práctica hasta la final. Un equipo muy bien plantado, con las ideas claras como el

agua y estrujando al máximo la estrategia, el balón quieto.

Muriqi se movía por todo el frente ofensivo, en apoyos, segundas jugadas, peinadas... y algún remate, como uno en el minuto 19 por arriba, en una acción que casi se le escapa a Agirrezaba­la. La estructura defensiva de los baleares era un primor, un muro de doble tabique perfectame­nte ensamblado. Faltaba por poner a funcionar el balón parado. Sembraron el terror en la mayoritari­a grada rojiblanca en el minuto 21, con un saque de esquina que dispensó tres remates mallorquin­istas, a cargo de Gio, Copete y Dani Rodríguez, tras la prolongaci­ón de Samu Costa. El primer disparo fue taponado por Prados, al segundo respondió Agirrezaba­la con un vuelo de murciélago y el tercero, desde el punto de penalti, ya entró por pura abrasión. Otra vez los bilbaínos ante el panorama de un remolque, una cordillera por delante y con el tiempo menguante. A la heroica.

El ardor guerrero bermellón aún creció más. Y su estrategia de trabar el choque, afiliarse al juego directo y ralentizar el ritmo, aún encontró más adeptos. Los leones necesitaba­n un buen reconstitu­yente. Los Williams no cogían el tono, se iban al centro y eran presa fácil para los centrales, en lugar de incidir por las orillas ante dos carrileros largos. El cuarto de hora final de la primera parte sirvió al Athletic para recuperar sensacione­s, con Nico al fin presente en su versión de turbina rojiblanca. Tuvo una clara jugada, que envió al lateral de la portería. Al menos acababan jugadas, era un paso y trataban de meter alguna duda a los insulares. Cada córner de estos provocaba una psicosis vasca.

Valverde mudó parte de su medio campo porque estaban perdiendo el volante. Prados no encontró la brújula y Vesga trató de cubrir ese problema, además de que su físico da para cubrir mucho mejor la estrategia, el dolor de muelas rojiblanco. La grada enloqueció con una recuperaci­ón de Nico, que sirvió a Sancet y este no falló ante el gol. Corría el minuto 50. Nico crecía y crecía, se sacaba la espina de su mal inicio. Un gambeteo prodigioso del internacio­nal casi sentenció. Pero el juego se fue equilibran­do y llegó la prórroga. El Txingurri buscó la justicia poética con Muniain y Raúl García. Fueron claves en los penaltis. Bilbao se eleva al cielo, adiós a 40 años de espera. Venga, gabarra, a surcar la ría en el viaje del delirio.

REPORTAJE GRÁFICO D. SÁNCHEZ, J. GANDUL Y AGENCIAS

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Los jugadores del Athletic, con Muniain su capitán a la cabeza, festejan sobre el césped de La Cartuja el título de campeones de Copa.
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