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Ganar y perder

- AXEL TORRES

Despertó la final de Copa un entusiasmo entre las aficiones de los dos contendien­tes que sólo se alcanza cuando ganar no es lo habitual. Es cierto que ha ganado mucho a lo largo de la historia el Athletic, pero para varias generacion­es esos triunfos pertenecía­n a las batallitas de los padres y de los abuelos. Ya no. Con un sufrimient­o que hizo que algunos de sus hinchas creyeran en maldicione­s, el conjunto de Valverde levantó el título y es imposible no alegrarse por un entrenador mayúsculo como él, uno de los tipos que contribuye­n a que nuestro fútbol sea más sano. Ernesto ya tenía dos Ligas e incluso una Copa –y unos cuantos trofeos más de sus años en Grecia–, pero nada es comparable a la victoria con el club del que uno es hincha. Después de ser injustamen­te valorado en Barcelona, volver a casa tenía un componente de riesgo extremo, porque fallarle a tu gente duele más que un fracaso profesiona­l en cualquier otro lado. También en la final asumió riesgos: quitó a Iñaki, a Galarreta, a Sancet, a Guruzeta… Cambios que habrían sido reprochado­s en caso de derrota. Apostó por Julen en la portería dejando en el banquillo al mejor portero de España y su joven guardameta suplente fue el héroe en la tanda. El fútbol le debía mucho al Txingurri y se lo devolvió en la noche de Sevilla.

El desenlace fue extraordin­ariamente cruel para el Mallorca, un poco como aquella vez en Valencia en la que otra tanda de penaltis le condenó contra el Barcelona. Resulta complicado convencer hoy a un aficionado del conjunto balear de que puede haber mucho orgullo en la derrota y de que al fin y al cabo lo que queda para siempre son las experienci­as: el viaje, las horas previas, la comunión con los tuyos, el sentido de pertenenci­a. Vivimos en una sociedad en la que sólo parece digno aquel que gana y en la que se normaliza la burla hacia el que pierde. Pero no amamos este juego por cuánto ganamos o por cuánto perdemos: lo amamos porque nos conecta con los nuestros y porque nos hace sentir vivos. El dolor tiene incluso un punto romántico: lloramos porque nuestro club nos importa, y ya sólo porque nos importa hemos ganado.

El fútbol le debía mucho al 'Txingurri' Valverde y se lo devolvió la noche de Sevilla

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Ernesto Valverde posa con la Copa conseguida.
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