Nos ponemos en la piel de Cristina Gutiérrez y pilotamos el Mitsubishi Eclipse Cross con el que completó su tercer Dakar
No hay nada como darse un baño de realidad y descubrir el mérito que tienen pilotos como Cristina Gutiérrez cuando se enfrentan al Dakar. Hemos conducido su Mitsubishi Eclipse Cross Proto y, sí, hemos sudado tinta...
CRISTINA GUTIÉRREZ ES TODA UNA VALIENTE. Esta burgalesa de 28 años lleva tres superándose a sí misma en el rally más duro del mundo: el Dakar. Y no se achanta. Quiere seguir en la pomada, para sorpresa y admiración de todos. ¡Este año quiere volver! Su romance con esta mítica prueba empezó en 2017, año de su debut, en el que ya hizo historia siendo la primera mujer española en competir en esta aventura en la categoría de coches. Ninguna fémina antes lo había intentado. ¿Sus armas? Decisión, perseverancia y talento, mucho talento. Esos valores son los que han hecho que
una marca como Mitsubishi España la apoyara y, a día de hoy, siga apostando por ella. Ya son tres años (y el que viene será el cuarto) dejando en sus manos el sueño de muchos: ver a una española en lo más alto del podio del Dakar.
Pero si te estás preguntando por qué te estoy hablando de Cristina a estas alturas del año es por una razón muy sencilla: los éxitos de esta burgalesa han animado a Mitsubishi a invitarme a probar su máquina, el Eclipse Cross Proto con el que participó. Son palabras mayores. Por muy acostumbrado que uno esté a sentarse en los coches más exclusivos del mundo, hacerlo en un modelo de competición es otra historia, otro mundo. El escenario elegido para la prueba es una enorme finca en Toledo. Allí es donde voy a poder vivir en mis propias carnes lo que se siente al pilotar un coche preparado para soportar el trato más salvaje durante horas de dunas y arena del desierto.
Llego y lo primero que veo en la puerta es el espectacular Eclipse. Impresiona la altura de sus suspensiones y las enormes ruedas; pero, a decir verdad, es un coche compacto (solo mide 4,2 metros), que transmite mucha solidez. Su chasis tubular le aporta la rigidez necesaria y la >>
La 'oficina' de Cristina es un habitáculo estrechísimo donde su copiloto y ella pueden llegar a pasar más de 12 horas seguidas, una verdadera tortura
>> carrocería de fibra de carbono le resta peso. A diferencia del año pasado, este es un coche pata negra, nada de derivados de calle como pasaba con el Montero. Eso es algo que Cristina ha notado (y agradecido) en el transcurso de este último Dakar, donde, no está de más recordarlo, ha cosechado su mejor actuación: 26ª plaza. Aparece en escena junto a Pablo Moreno, su copiloto y amigo. Me saludan y me cuentan brevemente en qué va a consistir la prueba. "Solo va a ser una vuelta a un trazado de tierra muy revirado que va a exigir lo mejor de ti mismo". Y por si fuera poco, me meten más presión: "y el que rompe, paga". ¡Ahora me quedo mucho más tranquilo...!
Por suerte voy a contar en todo momento con los consejos y las indicaciones del propio Pablo, que va a ir a mi lado. Cristina, entre risas, se desentiende. No se fía, aunque, todo sea dicho de paso, dejarme su coche es, en sí, un absoluto acto de fe. Comienza la acción. Me pongo el casco y me encuentro con la primera dificultad: entrar no es fácil. El asiento está colocado a la distancia de Cristina y eso supone que, con mi 1,85 de altura, literalmente, no quepo en el angosto habitáculo. "Hay que retrasar el bacquet hacia atrás", gritan desde la organización. ¿El mecánico? El mismo Pablo, cuyos conocimientos (es su profesión en el día a día) son los que han salvado a Cristina y a él mismo de más de un atolladero en su última participación en Perú. Después de unos pocos minutos y ya con el asiento a mi altura, me pongo al volante. Veo pantallas y botones por todos lados. Pablo me indica cómo arrancar el motor y al instante el ron
Llegué a pasar tres días sin dormir durante mi primer año. El Dakar es una prueba muy dura, pero engancha" Cristina Gutiérrez
roneo del bloque de seis cilindros diésel biturbo se hace presente. Para ponernos en marcha hay que pisar el embrague como en un coche normal, pero a partir de ahí ya nada es como en un coche normal. Según subo de vueltas, el ruido se hace ensordecedor. Las sensaciones aumentan. Empiezan las curvas. Pablo va relajado mientras yo me empiezo a animar cada vez más. Con la mano me indica hacia donde tengo que dirigirme. Voy en segunda y cada milímetro de recorrido del acelerador tiene su respuesta con una aceleración muy intensa. El enorme par se deriva a las cuatro ruedas y me empujan hacia adelante con enorme eficacia. ¿Y los frenos? Ya me avisó el propio Pablo: "no vas a tener mucho tacto, pero tú pisa a fondo que el coche frena y no llega a bloquear". Me fío a pies juntillas y, efectivamente, hundo el pie en el pedal y me ofrece una respuesta blanda, sin ningún feedback, pero suficiente como para inscribir el morro en la curva. Giro y vuelvo al gas. Los 1.840 kilos de peso se mueven con inusitada agilidad. Las ruedas y las suspensiones me mantienen pegado al suelo. Delante de mí se abre una pequeña recta y decido dar rienda suelta a mis instintos. Tercera, cuarta... Voy a fondo, para frenar hacia una curva a derechas. Pablo agita la mano para que frene, lo hago, pero no obtengo la intensidad que esperaba. Mi corazón parece pararse, la curva ya está encima y el Eclipse va demasiado rápido. Sigo con el pie a fondo y, sin pensarlo, giro el volante. Las ruedas tratan de inscribirlo en el giro, y lo consiguen. Suelto el freno y vuelvo al gas. Pablo me mira y se ríe. Termino la vuelta sudando. Cristina hubiera pasado por ahí más rápido, pero para mí ha sido suficiente...