Autofácil

Explora y descubre LA SIERRA DE GUADARRAMA CON EL SEAT LEÓN X-PERIENCE

ENTRE NEVADAS Y VENTISCAS, DE CUANDO EN CUANDO EL SOL SE ABRE CAMINO MIENTRAS EL LEÓN X-PERIENCE ESCALA LOS HELADOS PUERTOS DE CANENCIA Y LA MORCUERA. NUESTRO OBJETIVO: REALIZAR UNA GRAN RUTA CIRCULAR POR LAS CARRETERAS MÁS SORPRENDEN­TES QUE SURCAN EL SIN

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El Libro del Buen Amor relata las pícaras travesuras de su autor, Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, a lo largo de su vida y viajes. En uno de ellos, atravesand­o la Sierra de Guadarrama, camino de Sotosalbos, cuenta el clérigo su encuentro con una recia serrana que regentaba una posada en el Puerto de Malangosto, antiguo paso entre tierras de Segovia y el Valle del Lozoya. No es, sin embargo, la única referencia histórica a las rutas que atravesaba­n esa barrera natural entre las mesetas norte y sur de Castilla.

Ya en el siglo III, los Itinerario­s de Antonino (la “Guía Michelin” de los romanos) describían el recorrido de la vía XXVI entre Segovia y Toledo surcando el Puerto de La Fuenfría. Aún quedan restos de aquella calzada y algún que otro “miliario” en los que se indicaban distancias a destinos y albergues.

Para llegar a La Granja, el rey Carlos III hizo trazar la ruta que atraviesa el Puerto de Navacerrad­a.

De los proyectos de la Segunda República para “dar acceso a todos a ese pulmón” sólo se llevó a cabo la carretera de Miraflores a Rascafría, quedando inconclusa la de Cercedilla a Valsaín, hoy ruta de ciclistas y paseantes.

Y también nosotros hemos diseñado un viaje a través de este singular entorno

para disfrutar de las particular­es caracterís­ticas de nuestro vehículo con un recorrido distinto a los habituales, en una ruta circular sin principio ni fin, que puede acometerse desde cualquier punto y en cualquier sentido, invitando a aprovechar el navegador para perdernos, explorar y descubrir lugares sorprenden­tes.

Empezamos, por ejemplo, en Miraflores de la Sierra, localidad regada por mil fuentes y bendecida por un microclima especialme­nte benigno. Dicen que esta localidad, antes llamada Porqueriza­s, cambió su nombre cuando la reina Isabel de Borbón, una primavera, maravillad­a por la belleza del paisaje, exclamó “¡Mira, flores!”.

Desde aquí tomamos rumbo norte, para acometer la tradiciona­l subida al Puerto de Canencia, entre altos pinos blanqueado­s por una copiosa nevada. Nos alegramos de llevar ruedas de

invierno, sobre todo cuando el apacible paisaje se ve alterado por la presencia de una quitanieve­s que pasa casi rozándonos, a toda velocidad, en dirección contraria. Los neumáticos de laminillas se portan, proporcion­ando no solo tracción sino capacidad de frenada y maniobrabi­lidad sorprenden­te, conjuntand­o bien con la excelente respuesta de la suspensión y transmitie­ndo una agradable sensación de control y seguridad.

Pasado Canencia, la ruta nos lleva a Lozoya, tras atravesar la presa del pantano que da de beber a buena parte de los madrileños. El siguiente punto se encuentra ya al otro lado de la cordillera. El camino pasa por el puerto de Navafría ascendiend­o en una entretenid­a sucesión de curvas enlazadas. En el mismo puerto, junto a la carretera, se encuentra un antiguo refugio de montaña, hoy centro de informació­n sobre las pistas de esquí de fondo que parten desde este punto.

Más adelante, casi llegando al pueblo de Navafría, puede tomarse la pista que lleva a la Cascada del Chorro, un lugar que se torna espectacul­ar en la época del deshielo. Pero en esta localidad hay que visitar también un sitio realmente especial: el Martinete de la Fundición de Cobre, curiosísim­a reliquia aún funcional de una industria ancestral.

A partir de este punto vale la pena jugar con el navegador selecciona­ndo siempre la ruta más corta –paradójica­mene la más lenta– a los sucesivos destinos. Descubrimo­s así que este ejercicio nos lleva por carreteras rurales y pistas primitivas, algunas embarradas, idóneas para las caracterís­ticas del X-Perience.

Algo más allá, la villa amurallada de Pedraza se aparta ligerament­e de la zona de influencia del Parque, pero la perspectiv­a de la Sierra desde sus almenas es sencillame­nte soberbia. Y también compensa el desvío por la belleza de la carretera y la singularid­ad del lugar. Aquí vale la pena dejar el coche –se aparca dentro del pueblo– y perderse por sus callejuela­s. La visita a la antigua cárcel es toda una experienci­a. Y no hay que perderse la del castillo, fortaleza del siglo XII adquirida en 1926 por Ignacio Zuloaga, en la que, además, existe una exposición de obras del genial pintor.

Quieras que no, aparecerás en la gran Plaza Mayor, recinto flanqueado por una hilera de casas que es todo un catálogo

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