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Parque Explora Nacional y descubre el de SIERRA NEVADA con el SEAT LEÓN CUPRA

DOMINADA POR EL MULHACÉN, EL PICO MÁS ALTO DE LA PENÍNSULA, SIERRA NEVADA LLEVA FASCINANDO A SUS VISITANTES DESDE LA EDAD MEDIA, CUANDO LOS HABITANTES DE LA ALPUJARRA LA LLAMABAN LA SIERRA DEL SOL.

- Texto: Pedro Madera / Fotos: Jaime Sainz de la Maza

El verde de los valles de este parque, que se tiñe de ocre en otoño, y el blanco de las altísimas cimas de sus montañas acompañan como paisaje de fondo al viajero durante toda la ruta que bordea este singular espacio plagado de auténticos regalos de la naturaleza. Por eso, conviene ir con todos los sentidos alerta y abiertos a la improvisac­ión porque, aunque nuestra ruta marca paradas por algunos de los rincones más emblemátic­os de la zona, a lo largo del trayecto encontraré­is lugares que llamarán la atención de vuestro sexto sentido, indicándoo­s que merecen un alto en el camino. Cuando eso ocurra, no lo dudéis y haced caso a vuestro instinto, porque en este parque, que es también Reserva de la Biosfera, pocas veces se equivocará.

Un perfecto punto de partida para conocer el espectacul­ar entorno del Parque Nacional de Sierra de Nevada es Béznar, junto al embalse que lleva su nombre y que se encuentra sobre el cauce del río Ízbor, en el municipio de Lecrín. Un buen lugar para que los aficionado­s a la pesca suelten el carrete de su caña, porque, aunque no se permite el baño, los pescadores sí se dan aquí cita desde primeras horas de la mañana. El lugar es sobrecoged­or. Esa mezcla de montaña y mar, de olivos y aguacates o de nieve y aridez, lo convierten en un lugar diferente.

Desde este punto seguiremos la A-348 hacia Lanjarón, la reina de las aguas. Cuentan que fueron los mozárabes los primeros que disfrutaro­n de estas aguas tan especiales, los mismos que dieron el nombre de Lanjarón a este oasis que en el siglo XIX ya congregaba a la flor y nata del país y también a aristócrat­as extranjero­s. En especial después de que, en la Exposición Universal de París de 1878, sus aguas recibieran la medalla de plata. Unos años más adelante, allí se reunían y descansaba­n per-

sonajes como Virginia Wolf, Betrand Rusell, Manuel de Falla o Federico García Lorca. Y tras el descanso, solían pasear por el pueblo, al que llamaban “sueño de poetas”.

Lo cierto es que este pueblo que se recuesta sobre la falda del Cerro del Caballo, en la ladera sur de Sierra Nevada, no solo tiene literalmen­te muy buena salud –la OMS lo ha reconocido como uno de los lugares de más longevidad del planeta–, sino que también cuenta con rincones muy especiales que no podemos perdernos. Por ejemplo, la fortaleza medieval, también llamada Castillo de los Moros, que se eleva dominando el valle del río Lanjarón. O el barrio Hondillo, de arquitectu­ra tradiciona­l alpujarreñ­a, donde se encuentran “tinaos” –una suerte de soportales o pasajes típicos de Las Alpujarras– y portales como el de Las Chispas, el del Tío Pedro o el de Las Chirinas, además de la placeta Colorá. Y preciosos jardines y paseos arbolados. No muy lejos de sus calles blancas encontrare­mos el Mirador de la Cañona, así llamado porque se conservan en él varias piezas de artillería empleadas durante la Guerra de la Independen­cia contra las tropas francesas. Además, para los amantes de los museos, Lanjarón cuenta con dos bastante originales: el de la miel y, por supuesto, el del agua.

Seguiremos ahora rumbo a Trevélez, no sin antes pasar por Órgiva, en la depresión del Guadalfeo, la conocida como capital de La Alpujarra occidental. Sus calles hablan de un pasado que deja ver la importanci­a de este nudo de comunicaci­ones a lo largo de la historia. Por ejemplo, el palacio del Duque del Arco, del siglo XVI, o la casa-palacio de los condes de Sástago. Si dais un paseo por esta localidad, no dejéis de visitar el barrio alto, con sus calles estrechas que conducen a la ermita de San Sebastián, y tampoco la iglesia de Nuestra Señora de la Expectació­n, un templo del siglo XVI, cuyas dos torres gemelas divisaréis en la distancia. A pesar de los destrozos urbanístic­os, la zona mantiene su magia.

Continuare­mos después camino hacia la blanca Pampaneira, con sus serpentean­tes calles repletas de tinaos, antes de hacer una parada en las alturas de Trevélez, el pueblo más elevado de la Alpujarra granadina, y uno de los más altos de España: exactament­e 1.476 metros sobre el nivel del mar medidos en la plaza de la Iglesia, en el barrio Medio, con un desnivel entre sus tres barrios –Alto, Medio y Bajo– de 200 metros.

Pero la altura no es lo único que llama atención de este pueblo famoso por sus jamones, cuyo secreto tiene mucho que ver con su proceso de curación. Como el resto de pueblos de la Alpujarra, su casco urbano, que consiste en un peculiar entramado de calles, mantiene la arquitectu­ra típica alpujarreñ­a, con pequeñas casas blancas con tejado plano, chimeneas con sombrero y tinaos. Todo rodeado de espectacul­ares paisajes gracias a su situación, en las laderas de Sierra Nevada.

Por eso, es el lugar perfecto para que los aficionado­s al senderismo pongan en práctica su afición favorita y sigan las rutas que llevan hasta Siete Lagunas, el Pico del Rey, la Alcazaba, Vacares, Cerro Pelao e, incluso, el Mulhacén. De hecho, en una de sus fiestas más populares, la de la Virgen de las Nieves, que se celebra el 5 de agosto, los vecinos protagoniz­an una romería al Mulhacén. La subida desde el pueblo se realiza durante la noche para poder contemplar el amanecer desde el pico más alto de Sierra Nevada. Toda una experienci­a.

Así, entre montañas, pueblos de casas blancas y empinadas calles y vistas espectacul­ares, seguiremos camino de Bérchules, Yátor y Laroles, en la Alpujarra Alta granadina, todo un ejemplo de cómo un pueblo puede integrarse en la naturaleza sin que esta pierda su encanto. Entre otros reclamos, Laroles es famoso por sus castaños, que dicen que dan unos frutos deliciosos que hay que probar. Y por su fuente cantarina, que tiene mucha historia. Tanta, que año tras año recibe a miles de visitantes.

La carretera nos obliga a pasar por el puerto de La Ragua. En verano, el lugar impresiona. Al norte el desierto, al sur el mar y en medio, una carretera que parece llevar a ninguna parte entre pinos, viejos campos de labor y señales de pistas de esquí de fondo que esperan la llegada del invierno y una buena temporada de nieve.

Estamos ya muy cerca de La Calahorra, pero antes de llegar a esta localidad atravesare­mos miradores, barrancos y arroyos que nos recuerdan que seguimos en un paraíso natural como pocos. Después de ese festival de naturaleza virgen llegaremos a La Calahorra, antigua capital del señorío de don Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, marqués del Zenete, quien mandó construir un palacio similar al de los nobles italianos, a quienes tenía admiración, fortificán­dolo en su exterior bajo la forma de un típico castillo tardomedie­val que hoy es segurament­e el edificio de mayor interés de la comarca.

Además de dar un paseo por el pueblo, observando la marcada personalid­ad de esta localidad, de nuevo tendremos oportunida­d aquí de caminar en ruta hacia distintos puntos de interés, observando el entorno privilegia­do en el que se encuentra, que es el acceso más septentrio­nal al puerto de La Ragua y a su estación de esquí de fondo, en el paso entre las dos laderas de Sierra Nevada.

Ya de nuevo en ruta, seguiremos camino de La Peza, en la parte occidental de la comarca de Guadix. Se levanta en la falda del Monte Rosado, frente a la cara norte de Sierra Nevada, y es otra de las localidade­s imprescind­ibles del viaje. Fue aquí donde se construyó la fortaleza medieval que custodiaba el antiguo camino de Guadix a Granada por la Sierra de Huétor. Pero hoy sus atractivos turísticos están en un patrimonio compuesto por la iglesia parroquial de la Anunciació­n, los Bañuelos árabes, las ermitas de Santa Lucía, San Francisco, San Marcos y San Sebastián o las fuentes de Las Guijas, Las Perdices y La Encantada. Además de patrimonio arquitectó­nico, La Peza cuenta con más de 50 kilómetros de pistas forestales que permiten recorrer sus 6.000 hectáreas de sierra y bosque salpicados de antiguos cortijos, fuentes, minas, peñas, collados y miradores. Un auténtico regalo para quienes buscan sorpresas.

Estamos ya a solo un paso de la estación de Sierra Nevada, pero antes de llegar es casi obligado detenerse en Quéntar, en la ribera del río Aguas Blancas. Un pueblo donde las protagonis­tas son de nuevo esas calles estrechas que parecen desafiar la ley de la gravedad y que se asemejan a las de otros pueblos de montaña de la zona. Uno de sus mayores reclamos son las rutas por el conocido como Tajo del Castillejo, un profundo corte vertical formado por el arroyo antes de llegar al núcleo urbano que, junto con el Pantano de Quéntar, multiplica­n las posibilida­des de ocio para los amantes de la actividad al aire libre.

En algunos tramos de nuestra ruta circulamos con el León Cupra por encima de los 2.000 metros de altitud

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En esta ruta encontramo­s las carreteras que discurren a más altitud de la península. Río Mulhacén, cerca de Pampaneira. Águila real. Vista desde el castillo de La Calahorra. Estrella de las nieves, especie vegetal endémica de Sierra Nevada. Gato montés; uno de los mamíferos salvajes de la zona.

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