De Hockenheim al Colle de Nivolet. Para el Porsche 911 R, algo «completamente distinto» es echar la tarde libre en un paraíso de curvas
Uno-nueve-uno; pocas veces nos ha interesado tan poco un tiempo con vuelta como éste: 1.09,1 minutos. Misión cumplida: tras mirar el medidor, toca mirar el reloj. Son las 12:53. Tras una pausa, el siguiente paso queda claro. ¡Solo hace falta salir de la calle de boxes y conducir 681 kilómetros! Si queremos huir de Hockenheim y no malgastar el tiempo pensando en el Anillo Norte, toca hacer algo distinto. Para el Porsche 911 R, algo «completamente distinto» es echar la tarde libre en un paraíso de curvas un tanto alternativo. ¡Es hora del Colle del Nivolet! Qué, ¿no les suena? Pues mejor no les fastidio la sorpresa.
Sólo queda meter la dirección en el navegador y… ¡eh, un momento! En la consola central, en el lugar donde suele extenderse la pantalla del navegador de Porsche, nos encontramos un compartimento del tamaño de una caja de zapatos. El R te devuelve a un pasado en que los sistemas de navegación no eran más que una idea futurista. Pasa página, pasa página, pasa página... Amarillo y azul, 1.012 páginas, 2.455 gramos; hoy le toca el turno a la versión prehistórica de todos los sistemas de navegación: «La gran Guía Michelin, edición 2001/2002».
Tras dejar atrás Hockenheim, Karlsruhe y Friburgo, nos dirigimos hacia Suiza. Es el momento de presentar el 911 R como es debido en medio del pegajoso tráfico veraniego. Ruido de serruchos, golpes, encanto... desde la trasera penetra en la cabina una sobredosis de solo de atmosférico. Antes de moverse uno del sitio, el rock n' roll mecánico le pone a uno los pelillos de la nuca como escarpias. El ruido de la caja de cambios no suena a permiso de circulación, sino a Porsche-Carrera-Cup. En la zaga se aloja el cuatro litros de 500 CV que ya tuvimos ocasión de disfrutar en el 991 GT3 RS.
Pero la idea del R no se reduce solo a un motor atmosférico. Echando un vistazo a los libros de historia nos enteramos de que ya existió otro 911 R. Entre 1967 y 1969 se fabricaron 19 ejemplares con un equipamiento bastante escaso y piezas de plástico (nuestro excompañero Ricardo Muñoz nos habló de ello en el reportaje del número 458). Además, el que con 830 kilos aún hoy sigue siendo el 911 más ligero jamás fabricado, iba equipado por aquel entonces con el seis cilindros de 210 CV que hasta entonces operaba en el coche de carreras 906.
Antes de seguir con la historia reciente del R, permítanme abrir un ratito las ventanillas. Los futbolistas llaman «sudarla» al calentamiento previo a los partidos. Para calentarse en el R no hace falta ni correrse una carrerita. A la altura de Karlsruhe, el termómetro exterior ya muestra una temperatura de 28 grados. Dentro de la cabina, el calor se concentra como en una sauna. Lo han oído bien: el 911 R no tiene aire acondicionado. ¡Aquí se asa uno!
Renunciando al aire acondicionado se han ahorrado doce kilos. Como en el caso del clásico, la ligereza era uno de los principales puntos del pliego de condiciones del nuevo R. Con su equipamiento de serie sin aire acondicionado ni sistema de navegación e infotainment, el peso del 911 R es 50 kilos inferior