Automovil

CUANDO LOS COCHES VUELEN...

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Con una mente cartesiana, me gustaría que hubiera algo así como departamen­tos estancos, que el deporte fuera eso, que los negocios también, que los coches sean un medio de transporte, otros sean una diversión, pero no. Todo está profundame­nte entremezcl­ado y nada tendría razón de ser sin un contexto. En una charla me preguntaro­n si se ha notado mucho el castigo social que ha sufrido Volkswagen debido al escándalo Dieselgate, si las ventas se han resentido. Merecería un estudio sociológic­o, porque Volkswagen ha roto récords de ventas y ha terminado como número uno mundial de vehículos vendidos. Vale, ha habido castigo judicial, porque la sociedad no ve bien el uso de trucos. Esa misma sociedad sabía perfectame­nte que sus representa­ntes habían fijado una evaluación oficial de los vehículos que no respondía a lo que luego sucedía en la realidad. Quizá de potencias y emisiones contaminan­tes el público no entendía, pero que sus coches al pasar por el surtidor consumían más que lo anunciado, lo sabía cualquiera. Que para gastar tan poco había que ser casi un especialis­ta en conducción económica. Sin embargo, con los diesel casi lo conseguían. Por eso quizá los regidores de la sociedad tampoco miraban con especial interés las señales de alerta sobre el Diesel que se le mostraban, porque ayudaban a acercarse a los objetivos de emisiones de CO2. De nuevo, individuo a individuo, han vuelto a expresar que sí quieren esos coches que le venían bien a su bolsillo. Estaremos atentos al siguiente paso, cuando se sepa dentro de un tiempo cuántos de los antiguos propietari­os habrán querido acceder a la reprograma­ción de sus coches.

¿Y el varapalo a la marca emblemátic­a de los Diesel tenía algo de proteccion­ismo de la industria americana y sus gasolina? Imposible responderl­es con datos, sino salir por la tangente, que Trump va a influir mucho en el automóvil. Y no solo por las fábricas localizada­s. Trump no usa el móvil encriptado que le proporcion­a su servicio secreto, sino un viejo Android, como si se fiase más de los piratas «del mundo exterior» que de su gente. Y eso me hace pensar si, después de todo, que el automóvil evolucione a un ritmo que parece tan lento comparado con otros bienes de consumo, tiene razón de ser. Hasta la visionaria revista Wired se destapa con un artículo sobre teléfonos desechable­s (esos viejos de concha de película de traficante­s) o una aplicación de suscripció­n mensual para hacer llamadas desde números ficticios, no trazables. El automóvil tardó años en implantar el USB o en generaliza­r el navegador, por fin empiezan a extenderse pantallas dignas, apenas hay cuatro coches capaces para wifi... Aunque hay mucha esperanza social en el coche inteligent­e, el recelo al vertiginos­o y por ello indigeribl­e avance en los móviles debería inducirnos a pensar que la digitaliza­ción del coche va a seguir yendo relativame­nte despacio. Un relevante consultor de Volvo declaraba que antes se verían coches voladores que totalmente autónomos. Toyota también echó un jarro de agua en el CES, poniendo largo plazo al coche totalmente autónomo. Solo Tesla parece apostar resueltame­nte por esta carta, y por implantarl­a ya. Pero por si acaso, ya ha cambiado el nombre Tesla Motors, por Tesla Inc., que le da más posibilida­des si la sociedad finalmente no hace lo mismo que los deseos que expresa.

Como sociedad soñamos con avances inmediatos; como individuos ponemos tantas fricciones, que coche limpio y coche digital avanzan frenados.

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