ON THE ROAD
A QUIEN JUZGUE MI CAMINO, LE PRESTO MIS ZAPATOS. A quien juzgue mi ruta, le invito a mi BMW 507. Cuando emprendes ese viaje, ya no hay vuelta atrás… quedarás prendado para siempre.
Por un momento me sentí protagonista del clásico de la literatura «On the Road» escrito por Jack Kerouac. Ponerme en el camino sin mirar atrás. Sin importarme nada más que el viaje en sí. No el destino. Porque viajar es la respuesta, no importa la pregunta. Y a veces en ese viaje descubres grandes compañeros que hacen que merezca la pena el simple hecho de disfrutar de la ruta. En mi caso el compañero fue uno al que deseé conocer desde hace más de 20 años, cuando lo descubrí en el museo de BMW siendo un imberbe aprendiz de probador de coches. Se llamaba —y se llama— 507. El nombre o sigla ya es cautivador, quizás por su analogía simbólica con el agente especial cinematográfico 007. Pero lo que realmente me enamoró fue su silueta. El BMW 507 siempre me ha parecido uno de los coches más bonitos que se han diseñado en la historia del automóvil. Es obra del maestro Albrecht Goertz, siendo este biplaza su obra cumbre. Este diseñador era Conde de Schlitz, con el nombre de Goertz von Wrisberg, de ahí que su belleza tenga un fondo de elegancia palaciega. Desde luego lo considero uno de los roadster más bonitos de la historia.
Y allí estaba yo. Delante de una de las 252 unidades que se fabricaron entre 1955 y 1959. En este caso la fecha de fabricación correspondía al año 1957 y estaba deseando ponerme «on the road». La carrocería es de aluminio para contener el peso, pero eso encareció mucho el precio de este rodaster que se convirtió pronto en una joya muy exclusiva. Cogí me maleta para introducirla en el maletero y comprobé que es más grande de lo que me podía imaginar. Este biplaza mide 4,4 metros y gran parte de esos centímetros se los lleva el espectacular morro que esconde el imponente motor V8. Desde que te sientas, el enorme capó impone su presencia y aporta carácter. Los dos butacones son grandes y mullidos, como los de un sofá de un salón. Me acomodo sin problemas, ya que llevo la corredera longitudinal para echar el asiento todo lo retrasado posible. Desde junio de 1957, los 507 que se fabricaron llevaban ese sistema en el asiento de conductor. De todas formas, no hay que pensar en una postura ergonómica como los de los BMW actuales. El enorme volante no me deja mucho espacio para las piernas y llevo una postura particular. También es verdad que soy bastante alto y en esa época ni los alema-
Desde que te sientas, el enorme capó impone su presencia y aporta carácter
nes eran tan talluditos. De todas formas, mientras estoy hundido en ese butacón de color rojo, no tengo la sensación de estar incómodo. Simplemente diferente. Porque es un coche de otra época. De una década después al fin de la II Guerra Mundial con el que los alemanes parecían hacernos entender que había que olvidarse de años de oscuridad y horror. Que llegaba la era de la belleza. Días de lujo y elegancia con el 507 como uno de los principales protagonistas.
Agarro la llave y me encuentro con una auténtica obra de orfebrería. La introduzco en el clausor debajo del volante en un lugar algo escondido y le doy media vuelta. Se enciende el contacto, pero hay que arrancarlo con botón. Como si los coches modernos hubieran inventado el truco de arranque por botón. Allí estaba yo apretando ese pulsador junto al clausor y se pone en marcha el motor de arranque. Unos segundos de incertidumbre. Un tiempo para reflexionar si el V8 no estará un poco cansado con tantos años a cuestas. Pero nada más lejos de la realidad. El V8 despierta al instante. Los dos carburadores de doble cuerpo Zenith dejan entrar a borbotones la gasolina y el V8 de 3,2 litros brama pero sin estruendos molestos. El sonido es precioso, para complementar a una figura tan elegante como cautivadora y no defraudar a los amantes de los V8.
Este motor ocupa todo el vano motor del 507. Tiene mucho morro, pero lo necesita para meter la mecánica con sus imponentes carburadores. Rinde 150 CV a 5.000 rpm, lo cual no está mal para un descapotable con algo más de 1,3 toneladas. Desde mi puesto de mandos, domina la vista de ese enorme capó. Hay que acostumbrarse a sus dimensiones cuando empezamos a maniobrar. Mirando al interior lo que domina es un gigantesco volante. La dirección no es asistida y se necesita ese diámetro para mover la dirección en parado. Hay unas levas internas al volante pero que nadie piensa que son para cambiar de marchas, son para dar las luces largas. ¡Cómo cambian las prioridades con los tiempos! Por supuesto no puede faltar la bocina en el centro. La instrumentación cuenta con cuenta revoluciones y un velocímetro. También un nivel de combustible y otro de temperatura de agua. Mientras que en el salpicadero nos encontramos la calefacción en el centro debajo.
Como he dicho, las piernas me dan en la parte baja del volante, pero puedo conducir bien. La palanca de cambios me pilla un poco lejos y tengo que tirar de abdominales para alcanzarla, a pesar de ser muy alta. El cambio es de 4 marchas y recorrido clásico en H. Tiene mucho recorrido, pero hay que aplaudir la precisión que sigue teniendo medio siglo después. Hay que apuntar que es un cambio sincronizado, todo un lujo en la época.
Los pedales están un poco desplazados hacia la izquierda, pero se pisan bien. No son duros. Todo funciona con precisión y suavidad. Es increíble el mantenimiento que tiene este 507 procedente del Museo de BMW. Lo mantienen en forma como recién salido de la cadena de montaje de los años ´50. Yo creo que hasta mejor.
Así nos ponemos en marcha para recorrer un paraje precioso de la geografía española: Ir desde Córdoba hasta Sotogrande en Cádiz, pasando por el circuito de Ascari. Engranamos la 1ª marcha y todo va como la seda. Hasta que tenemos que mover el volante: está muy duro y moverlo en parado es complicado. Hay que hacer todas las maniobras en movimiento. Y luego en marcha la dirección ya no se hace tan pesada.
Nos movemos por el tráfico cordobés como si de un utilitario se tratara y mantenemos alejados los posibles enemigos de nuestra chapa de aluminio con bocinados intimidatorios. La mañana es fresca y comprobamos que la calefacción funciona mejor que las de los coches modernos. Porque, por supuesto, vamos descapotados (aunque en la época se vendía también un precioso hard top por 1.500 DM).
El motor sube de vueltas muy bien, pero nos amenazan con que no subamos de las 4.000 rpm. Los mecánicos de BMW que acom-
El V8 despierta al instante. Los dos carburadores dejan entrar a borbotones la gasolina
pañan a esta joya nos vigilan de cerca. Pero no hace falta subir más ya que te das cuenta que es un coche para conducirlo con par motor. Metes la 4ª marcha y ya no hace falta soltarla casi en ningún momento. Aplicamos así un ritmo de 100-120 km/h que es el ideal para el coche y para nosotros. Queremos disfrutar del viaje y queremos disfrutar del coche. No queremos pensar en el destino, ni siquiera de la ruta por la que tenemos que ir. Si improvisamos mejor. Llevaba esperando más de 20 años subirme en un 507 y no quería perderme ni un segundo todas las sensaciones que me transmitía.
Las suspensiones me parecen una maravilla. Muy cómodas y nos permiten hacer el viaje con un confort impensable para un roadster. También es verdad que vamos en unos butacones con su propio mullido de confort. No sujetan nada, está claro, pero es lo que hay. Tampoco llevamos cinturón de seguridad, porque no lo llevaban en la época. Te sientes un poco expuesto y libre a la vez. Pero te acostumbras rápido. Es otra manera de viajar.
Llego a una zona de curvas y me doy cuenta que el chasis es mejor de lo que podía pensar. Se apoya con mucha seguridad y las curvas rápidas son sus favoritas. Eso sí, hay que anticiparse a la enorme deriva de sus neumáticos. En las lentas no se comporta tan bien, pero en parte porque la dirección se hace muy pesada. Cuesta meter el coche en la curva. Lo comprobamos mejor en el circuito de Ascari, donde hay virajes más «puñeteros» para este tipo de coches sin asistencias de ningún tipo.
Aunque los frenos sí que llevan servo y en este caso aguantaron muy bien. Utiliza tabores en las cuatro ruedas y hay que acostumbrarse a pisar bien fuerte. El pedal es suave, hasta esponjoso, pero no hay que confiarse y hay que llegar hasta el final del recorrido y apretar fuerte para conseguir disminuir la velocidad. Por lo que nos insistieron los mecánicos de BMW al respecto, debe ser el mayor problema que se encuentran y por el que habrán tenido algún toque que otro.
Yo consigo terminar mi ruta sin incidentes. Más de 300 km y estoy como nuevo. El 507 no cansa en absoluto. Igual es por la emoción de conducir un coche muy especial. Es un coche bastante prestacional para le época (supera los 200 km/h), pero no es un deportivo radical. Siempre se le consideró rival de los Mercedes 300 SL alas de gaviota, pero me parece que es más confortable y menos deportivo que el mito de Stuttgart. Aunque para mí, el roadster de BMW será más legendario al entrar a formar parte del viaje de mi vida.
Llego a una zona de curvas y me doy cuenta que el chasis es mejor de lo que podía pensar