República volante
El otro día viendo la F1 y los dos magníficos pilotos españoles que tenemos en parrilla me imaginaba yo, como Manager de algún equipo, buscando nuevos pilotos en categorías inferiores, hablando con representantes de niñas de 8 años o el padre pesado que solo ve que su hijo es más rápido y el mejor. La pereza es la primera palabra que se me ocurre, así que en mis imperfectos pensamientos aparecieron una serie de nombres detrás de esos dos volantes, el “Goyito” para Ferrari y el “Torete” para Alpine. Los lados opuestos del automovilismo, los que se rigen por las más estrictas normas y los que no, los que lo hacen con “seguridad” y los que ni piensan en ella, pero los dos con la única meta de ganar, de distintas maneras pero con solo una filosofía, la magnífica velocidad.
Llegados a este punto es inevitable empezar con las comparaciones, ¿Quién buscaría el vértice mejor, quién aceleraría antes? ¿Quién sería capaz de aguantar una vuelta más con los neumáticos gastados? Me temo que nunca lo sabremos, pero algo me dice en mi corazón que los “fuera de la ley” lo harían algo mejor, simplemente por gestión de adrenalina, a igualdad de condiciones eso lo seria todo.
Aquí los denominados “quinquis” tienen unas raíces con el mundo del automovilismo bárbaras, desde los ya icónicos tirones desde un Seat 124 por las calles de Madrid tantas veces representado en el cine, el gánster de Barcelona estrellando un Porsche 993 (creo recordar que por las Costas del Garraf), a las últimas persecuciones que podemos ver a día de hoy en el sur de España relacionadas con el narcotráfico, la velocidad ha sido su aliada. Cuando el corazón empieza a bombear la sangre más rápido de lo normal y el cuerpo se tensa, la visión túnel centra la escapatoria y la adrenalina ya es la dueña de tu cuerpo, entonces es cuando todo puede suceder, la suerte está echada.
Los hay que lo hacen por esto último y los hay que lo hacen por un estatus de lujo, los que hicieron el mal solo por aparentar una posición triunfalista para alguna sociedad, son esos que podemos ver pasear en los documentales de la TV con referencias marginales, pasean por la calles de manera rápida o casi parados, sin término medio, el coche en el barrio lo es todo, el disfrazar del éxito detrás de las insignias de las marcas de automóviles que tan bien nos han aleccionado con el mejor marketing.
Con el tiempo muchos pisarán la cárcel, donde me imagino que hablaran de sus fugas, algunos pensaran en dejarlo y estudiar algo relacionado con la abogacía y otros pensaran en su nuevo golpe, todos mirando el techo de la celda. Allí harán cola en el comedor con los defraudadores del automóvil, como aquel hijo de una ilustre familia catalana declarando que “ese Ferrari lo compré como chatarra”; o con los compra venta que se olvidan pagar impuestos, es posible que todos acaben hablando de la próxima carrera de Fernando Alonso en el patio del “trullo”, dime que no tienen que ser más animadas estas conversaciones que sentarte en una mesa con Ron Dennis.
La educación es la variable que podría conjugar este tipo de conexiones casi imposibles, un acuerdo con los buscadores de adrenalina para pilotar en carreras de verdad, los que van por el lado salvaje de la vida… Radio on:
— “Goyito, pasa por Boxes”
— “Que te den Binotto, me pones ahora mismo el “Son Ilusiones” de Los Chichos” y te achantas que me da lache oírte”.
Dejémonos llevar por la imaginación y pensemos solo en esa velocidad, olvidándonos de lo malo, igual que lo hacemos cuando compramos un coche sabiendo que contaminará mucho más de lo que nos cuenta la marca, en realidad es el mismo ejercicio, todos están fuera de la ley.
¿Quién aceleraría antes? ¿Quién sería capaz de aguantar una vuelta más con los neumáticos gastados? Me temo que nunca lo sabremos, pero algo me parece que los “fuera de la ley” lo harían algo mejor