Autopista

LOS COREANOS SUELEN DISPONER DE UN TOTAL 17 DÍAS LIBRES AL AÑO

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sus largas coletas. Diez millones de personas viven aquí, una quinta parte de los habitantes de todo el país. Y se hacen preguntas semejantes a nosotros los problemas con los que conviven son similares a los nuestros. EN MEDIO DE GANGNAM: GRAN ATASCO. Seo Kiseong es educado y anota su nombre utilizando la grafía occidental en un trozo de papel: "Kiseong Seo". Primero el nombre, luego el apellido. Kiseong tiene 33 años y nació en Seúl. Es el responsabl­e de conducir el Hyundai Ioniq plug-in híbrido con el que nos desplazare­mos a través del distrito financiero de Seúl. Bajo un cielo de nubes, unos 500 m por encima de nosotros, entramos en una vía con hasta siete carriles en cada dirección. Estamos atrapados en medio de un denso tráfico. Avanzamos un par de metros cuando Kiseong pisa el acelerador y el silencioso motor eléctrico del Ioniq nos hace avanzar para detenernos de nuevo. La ciudad no ofrece muchas oportunida­des para probar el comportami­ento del coche realmente… pero hay mucho tiempo para conversar. Kiseong estudió literatura y lingüístic­a, y terminó trabajando en Hyundai. Como casi todos aquí. "No importa lo qué estudies, más adelante terminarás trabajando en Hyundai, Kia o Samsung", explica el estratega de productos de la marca.

Suena inusual a primera vista frente a la economía de mercado occidental. Pero, ¿es realmen-

te diferente en Wolfsburg, Stuttgart o Múnich? Después de todo, la cuota de mercado de Hyundai (que aquí por cierto se pronuncia "handi") en su país de origen es de un enorme 60 por ciento. Más de la mitad de los coreanos se abren paso por las calles en un vehículo Hyundai, Kia o Genesis. O mejor dicho, se imbuyen en un atasco de tráfico. A modo de referencia, VW tiene en Alemania una cuota de mercado de "solo" el 18 por ciento.

FAROLES Y DESEOS. Nos detenemos en el templo de Bongeunsa, que se encuentra en el distrito de Gangnam, rodeados de rascacielo­s que pertenecen a bancos, compañías de seguros y hoteles. Un lugar tranquilo, a pesar de que el sonido de los motores en el tráfico se escucha en el fondo. Kiseong mira hacia arriba, donde faroles rosas, verdes y amarillos cuelgan sobre nues-

tras cabezas, perfectame­nte enlazados con cuerdas. En éstas cuelgan pequeñas hojas de papel con curiosos mensajes escritos con caracteres coreanos. "Estos son deseos", explica Kiseong, parpadeand­o cuando el sol brilla directamen­te en su rostro. Él no cree en Dios o en Buda, al igual que muchos de los coreanos: "La gente cree que Dios está muerto. Menos de la mitad de los coreanos son religiosos”, explica. Prefieren lidiar con otras cosas, como la familia o sus pasatiempo­s. La cultura coreana está cambiando rápidament­e: "bebemos menos alcohol, fumamos menos, vivimos una vida más saludable e intentamos disfrutar del tiempo libre". Aunque estos términos los interpreta­mos de una manera diferente en occidente. Disfrutar del tiempo libre en Corea significa: cinco días de vacaciones en verano, además de un día libre al mes. Y las estadístic­as muestran que los coreanos en realidad solo utilizan la mitad de éstos, porque de otra forma tienen mala conciencia hacia la empresa que les contrata. De acuerdo, cerremos la boca de nuevo y busquemos otro tema de conversaci­ón.

El sol se va escondiend­o; desde el paseo del río Han tenemos una gran vista del “Skyline”. Cuando llegamos al parking un láser escanea nuestra matrícula y se abre la barrera. No hay una molesta tarjeta de estacionam­iento, que siempre arrugamos. Muchos coreanos van en bicicleta a lo largo del río. En Seúl, más y más personas se mueven en vehículos de dos ruedas para evitar el tráfico, explica Kiseong. El clima aquí es muy europeo,

RASCACIELO­S DE HASTA 500 M SE ALINEAN A LOS LADOS DE CALLES DE HASTA 7 CARRILES

no tan húmedo como en otros países asiáticos. Rápido, otro “selfie” como recordator­io y nos alejamos de la zona. El Ioniq y la llave se entregan a un guardia del estacionam­iento, que juega al Auto-Tetris en un área de aproximada­mente cien metros cuadrados.

En Itaewon, los estudiante­s se reúnen para tomar una cerveza o cenar en restaurant­es elegantes. Cuando empieza a oscurecer entran en escena las lámparas de neón. Los puestos callejeros hacen felices a los turistas, pero los verdaderos coreanos comen en barbacoas y beben soju, que se compone principalm­ente de arroz. Lo han estado bebiendo desde el siglo XIV, por lo que no puede ser tan malo. La carne de cerdo chisporrot­ea en las parrillas de carbón colocadas en la mesa y como guarnición hay arroz, ensaladas y col fermentada. Kiseong envuelve un trozo de carne en una hoja de endibia y habla sobre su futuro. "En algún momento quiero salir de aquí". Obviamente está cansado del bullicio de la gran ciudad. En los ( pocos) días libres, se desplaza con amigos al campo o a la playa.

Caminamos por el centro de la ciudad y corremos a través de gigantesco­s centros comerciale­s subterráne­os que se extienden desde una estación de metro hasta la siguiente. Las fundas de teléfonos móviles con logotipo de Batman o Capitán América se distinguen entre aproximada­mente 20.000 pares diferentes de calcetines. Las calles comerciale­s se crearon como un búnker protector, ya que está a solo 50 km de la frontera con Corea del Norte.

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Los anuncios publicitar­ios crean un paisaje único en la ciudad de Seúl. Con la oscuridad, el barrio de Itaewon se ilumina de colores con la luz de neón de estos anuncios.
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En el bullicioso Gangnam, uno se encuentra entre los enormes rascacielo­s en un gran atasco de tráfico a pesar de las enormes calles con hasta siete carriles. Un selfie en la rivera del río para el recuerdo.
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Los puestos de comida de la calle son en realidad más para los turistas. A los coreanos, una verdadera barbacoa es lo que más les gusta para comer. En la fiesta de la milla uno bebe mucho soju.

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