¿QUIÉN PAGA LA FIESTA?
Miro los Presupuestos Generales del Estado y hago cuentas: los 670 millones que el Gobierno espera recaudar con su particular tasa al Diesel saldrán de los 13 millones de turismos a gasóleo paganos para el nuevo impuesto -elimino del conjunto de los 18 millones de motores Diesel, transportistas y profesionales, y siempre contextualizando dentro de un parque total de 31,6 millones de vehículos-, con lo que la división per capita para esta tasa por Diesel se traduce a 51,4 euros anuales por turismo de gasóleo. Quedan bastante lejos de los 3,3 euros mensuales de los que hablan nuestros políticos dirigentes de media para 15.000 km recorridos anualmente (39,6 euros por coche). Vamos, un 30 por ciento más por turismo Diesel de lo que publicitan en su comparecencia ante los medios.
Pero lo curioso es que esa nueva tasa tiene dueño, y solo una tercera parte repercutirá en algo tan necesario como la renovación de un parque para mejorar cifras de siniestralidad y emisiones, algo con lo que nuestros dirigentes dicen estar concienciados más de palabra, legislando y amargando al automovilista, que de facto. ¿En qué quedamos, era o no estratégica la calidad de nuestra atmósfera como para poner en el asador lo que extraemos íntegramente de la otra teta? Pero una vez más, lo que me duele es ver matar moscas a cañonazos sesgando esfuerzos únicamente hacia un eléctrico como única vía futura, cuando en la transición pueden ayudar tanto o más Diesel o gasolina limpios a precios competitivos y sin tasas adulterantes y partidistas, que lo único que van a lograr es hacer descapitalizar nuestra industria porque la producción de un coche eléctrico a un precio competitivo, sin barreras de autonomías y recargas, y con sus correspondientes suministros de componentes especiales, no es algo que se logre de la noche a la mañana, por mucho que se empeñen los políticos.