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Biometano

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No hay que dar muchos pasos en el estudio de la química orgánica para toparse con el metano. Es el primer nombre que te decían tus profesores cuando te enseñaban formulació­n, porque se trata de la molécula más simple a partir de un átomo de carbono: se rodea de cuatro átomos de hidrógeno y ahí tienes una molécula de metano. Es ese gas que llega por tuberías a muchos hogares y que conocemos como gas natural. Quizá en la misma lección te llegaron a hablar de propano y de butano, gases de tres y cuatro carbonos (con menor proporción de hidrógeno) y que los has conocido como tales, con esos nombres comerciale­s. Hoy lo llamas GLP o Autogás, por aquello de «gases licuados del petróleo», y que resultan ser una combinació­n de propano y butano con mayor proporción del primero. La “gracia” del biometano es que, como su nombre quiere indicar, se obtiene por descomposi­ción de materia orgánica. Si se trata de material de desecho, que no compite con la agricultur­a, y mientras no dejemos de producir basura o ensuciar las aguas —que no parece probable— podremos tener en vertederos y depuradore­s fuentes de combustibl­e. Para hacerse una idea, una depuradora de tamaño medio de aguas residuales puede producir más de 1.000 m3 de biogás diarios, que según Seat puede ser suficiente para que 300 coches recorran 15.000 km al año. Imagina aprovechar cada vertedero y depuradora de agua. Un acercamien­to a la economía circular, respetuosa con el medio ambiente, y para la que ya existen TGI dispuestos a utilizarlo.

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