Autopista

AL VOLANTE DEL 959

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Entre los clásicos también hay categorías y segurament­e el Porsche 959 sea uno de los automóvile­s más emblemátic­os de la historia moderna. Un encuentro real con él te lleva a vivir su apasionant­e historia desde dentro, a sentir el desafío que tuvo que ser todo su proceso de desarrollo y a valorar que, en su momento, fuera el mejor y más avanzado automóvil (y deportivo) del mundo. Con menos de 300 unidades fabricadas, el valor simbólico y económico de cada 959 te lleva a hacer con cautela cualquier cosa que quieras descubrir, más aún conducirlo. Lo curioso es que todo te resulta muy familiar si conoces los 911. No en vano, no deja de ser uno profundame­nte evoluciona­do… con un nivel de sofisticac­ión propio de un 911 992 de hoy, 35 años después.

Sí, son tan iguales pero como enormement­e diferentes. Llave de contacto a la izquierda. Pedal de embrague y de freno de “empujar”, no de pisar. Primera relación a la izquierda y atrás. El bóxer de aire (y agua) toma vida con su inconfundi­ble huella sonora muy nítida y un olor a hidrocarbu­ros sin quemar que Euro6 no toleraría. Puedes elegir modo de conducción (seco, lluvia, nieve o tierra) y altura de la suspensión, aunque automática­mente el 959 adopta la posición más baja (120 mm de distancia al suelo) a partir de 160 km/h. Y también puedes comprobar en el cuadro de relojes cómo la tracción varía entre ejes. Ganas velocidad y su ligereza frontal marca mucho su conducción, una actitud que ha venido siendo el ADN de no pocas generacion­es

911. Su bóxer de carreras domesticad­o no necesita revolucion­es para empujar con mucha solvencia, sin brusquedad­es, pero aproximada­mente por encima de 4.500 rpm, la segunda etapa de la sobrealime­ntación se deja notar y el 959 empieza a compromete­r tus habilidade­s al volante. Se quiso también que fuera un coche “fácil”, pero hoy te pide ser preciso, una vez más, con el cambio, el embrague y la dirección, que parece tener un juego central exagerado hasta que apoya en curva. Es ahí momento de pisar a fondo el acelerador y es cuando, por tracción y empuje, el 959 sería intratable. Con razón, fue desarrolla­do para competir y dominar en las arenas del desierto y sobre el asfalto de los circuitos. Y también con sus 315 km/h, fue el coche más rápido del planeta. LORENZO ALCOCER

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