LA BATERÍA IMITA A LA VIDA
El funcionamiento de una batería se basa en las llamadas reacciones químicas de oxidación y reducción, “rédox” para abreviar. Son básicamente una transferencia de electrones: si un elemento aumenta su cantidad de electrones es una reducción; si los pierde, una oxidación. Posiblemente la que nos resulta más familiar es la oxidación del hierro; es decir, cuando el hierro reacciona con el oxígeno. Lo que sucede ahí es que el hierro pierde electrones que van a parar al oxígeno: el hierro se oxida y el oxígeno se reduce. Oxidación no implica la presencia de oxígeno, hay reacciones de este tipo en las que ese elemento no interviene para nada; el que “oxida” es otro. Efectivamente, ya se les podía haber ocurrido otro nombre, parece que lo hacen para liarnos.
Las reacciones redox son la base de la vida. La fotosíntesis de las plantas lo es. En los animales, la respiración o la digestión del alimento. Gran parte de la energía de nuestro cuerpo proviene de las mitocondrias, minúsculas baterías en el interior de las células. Son muy eficientes: pueden aprovechar casi toda la energía (calorías) de algunos alimentos, con una pérdida menor a la que se produce al cargar y descargar una batería eléctrica.
Una batería contiene dos compuestos separados que potencialmente pueden crear una reacción redox. Ocurre cuando sus dos polos se conectan a través de un conductor. La reacción genera una corriente de electrones, que es lo que se aprovechan los aparatos eléctricos. Lo interesante de una batería es que el proceso se puede revertir: si se aplica una corriente eléctrica (si “se carga”), se induce la reacción química contraria. Es decir, se reduce (recupera electrones) el compuesto que inicialmente se oxidó y en el otro pasa lo contrario. Por tanto, después de esa carga, la batería vuelve a quedar en las condiciones iniciales (más o menos), donde unas reacciones redox pueden otra vez crear una corriente para alimentar aparatos eléctricos.