La Jarana
TABERNA
Los restaurantes de los hoteles suelen correr el peligro de convertirse en lugares a los que únicamente acuden los turistas ahí alojados, al no haber otras opciones alrededor. En una ciudad como San Sebastián, donde la oferta gastronómica es infinita, es aún más difícil que alguien escoja el restaurante de un hotel como lugar en el que descubrir la gastronomía local. No es así en el caso de La Jarana, la taberna del hotel Lasala Plaza, que ha logrado convertirse en un ente independiente en el que es sumamente difícil lograr una mesa el fin de semana. Los turistas aquí alojados acuden, acertadamente, a almorzar y a cenar a La Jarana, pero también lo hacen los ciudadanos locales, que lo han convertido en un referente gastronómico en el que disfrutar de unas raciones, de los platos de la carta o de su menú del día.
La popularidad de La Jarana Taberna viene de la mano del impulso y audaz asesoramiento de Ander González, un chef que se ha propuesto actualizar la cocina tradicional vasca utilizando para ello únicamente productos de proximidad y de temporada. El pastel de merluza, las albóndigas de chuleta y foie, o el carpaccio de langostinos, pistachos y frutos rojos son algunas de las delicias más demandadas. La carta de vinos es también impecable, con referencias muy interesantes, entre las que se encuentra el crianza propio de la casa.
La Jarana está dividida en dos espacios, el bar y el restaurante, unidos por un mismo ambiente, alegre e informal, y por unas vistas espléndidas del puerto y de la bahía de la Concha. En un piso superior cuenta con un reservado, la Sala Batela, dedicada exclusivamente a almuerzos de grupos de más de 14 personas.
El alma jovial, bulliciosa y festiva del que presume el nombre del restaurante, proviene del seudónimo por el que se conocía antaño al puerto de San Sebastián, “de la Jarana”, un lugar animado del que partían los balleneros y en el que entraban barcos cargados de chocolate y patatas provenientes de América; un barrio en el que los pescadores descargaban la captura y en el que trabajaban las rederas. Ese espíritu entusiasta ha llegado hasta nuestros días, y lo podemos vivir, como en ningún otro lugar, en La Jarana.