AHORA SÍ: ¡ACELERA!
Estos cuatro vinos que acompañan al menú te catapultarán hacia adelante. Ya no se puede frenar: se perdería mucho
Rollos crujientes de conejo: BELONDRADE Y LURTON
Este vino, de acusado corte francés, es fiel al estilo personal de su bodeguero, el galo Didier Belondrade, que lo elabora en tierras castellanas desde los años noventa. Visionario como pocos, Belondrade adivinó el gran potencial de la uva verdejo para envejecer. Con Belondrade y Lurton quiso hacer un vino de guarda que, por supuesto, también puede disfrutarse después de pasar relativamente poco tiempo embotellado. Es un vino con mucho fruto que no adolece de falta de complejidad, siendo en boca elegante y delicado, perfecto para realzar este
Ñoquis de patata morada: CHIVITE LAS FINCAS
Las Fincas es un vino fruto de la selección de fincas de Legardeta, una de las zonas más septentrionales de cultivo de la vid en la Península Ibérica. Es un enclave único para el desarrollo de la vida, donde las variedades garnacha y tempranillo, con las que se elabora este vino, están muy arraigadas. Es un rosado fresco, de color pálido, que aligerará el carácter terroso de la patata y casará muy bien con el sabor entre dulce y ácido del tomate.
Carrilleras de ternera: LES HAUTES DE BARVILLE
Elaborado en zona que años atrás fue territorio papal, Les Hautes de Barville es fruto de una consulta popular del bodeguero entre las gentes de Chateauneuf du Pape. La zona, enclavada en la Provenza, saltó a la fama cuando el todopoderoso Robert Parker concluyó que era tierra de grandes vinos. Una de las características principales de los Chateauneuf du Pape son sus aromas a bosque, a frutos rojos, en definitiva, aromas otoñales que para un plato trufado como este, van como anillo al dedo.
Pudin de pan con bayas: ALVEAR PX 1927
Este es un vino elaborado con Pedro Xíménez pasificada al sol. Tiene una crianza de casi siete años en bota de roble americano, y lo elabora una de las bodegas con más solera de la zona de Montilla-Moriles. De profundo color caoba y aromas pontentes con notas de larga crianza, solera añeja, con ligeros toques tostados, es perfecto para acabar una comida, poniendo la guinda final con su sabor evocador y delicioso. Tanto el pudin como el vino se complementan mutuamente mostrando en boca todo su esplendor.