Beef!

MEMORIAS DE ÁFRICA

Las granjas privadas de fauna salvaje prosperan en Sudáfrica. Los turistas vienen para admirar antílopes –como impalas o kudús– y los cazadores para abatirlos. Hasta ese momento, los animales viven como si estuvieran en libertad. Hemos visitado un rancho

- Fotos: FRANK BAUER Texto: ANDRZEJ RYBAK

Las granjas privadas de fauna salvaje prosperan en Sudáfrica. Los turistas admiran antílopes y los cazadores los abaten

Poco después de medianoche un todoterren­o traquetea a través del matorral sudafrican­o. En la plataforma de atrás van dos hombres. Rastrean la maleza con dos faros instalados detrás de la cabina del conductor. Al poco rato, un grupo de antílopes impala emerge en medio del cono de luz. Los animales se detienen, inmóviles, con la mirada fija en la claridad como si estuvieran hipnotizad­os. Todo ocurre a la velocidad del rayo: el vehículo se para, un disparo surca el aire pero apenas se escucha por efecto del silenciado­r. Un impala macho se desploma, el resto de la manada sale del estado de shock y huye.

Los dos hombres se bajan de un salto del vehículo y corren hacia el antílope. Malcolm Thomson, el tirador, ha dado en el blanco, justo en la cabeza. El animal ha muerto de inmediato. Es un cazador profesiona­l que rara vez yerra el tiro. Eso es importante no sólo porque ahorra sufrimient­o al animal. “Si queda herido y por sobrevivir sus músculos se contraen y la carne se endurece mucho”, explica Thomson. Además, “si el tiro alcanza otra parte del cuerpo se pierde mucha carne debido a la hemorragia”.

Mientras Thomson vuelve a cargar su Winchester calibre 0.243 con mira telescópic­a, sus ayudantes cortan el cuello al antílope para que se desangre. A continuaci­ón abren la pared abdominal, extraen las vísceras con cuidado y las arrojan al matorral. Thomson los sigue atento con la mirada, hay que hacer todo como es debido. “Para conseguir carne de buena calidad hay que desangrar y destripar al animal en un lapso de diez minutos”, explica este hombre de 49 años con mostacho y perilla. Ayuda a transporta­r el cadáver, de casi 50 kilos de peso, hasta el coche y a colgarlo del arco de la plataforma posterior. La caza ya puede continuar.

En la Reserva Pongola Game, una granja privada de la provincia de Kwazulu-Natal, junto a la frontera con Swazilandi­a, se abaten animales salvajes todas las semanas y se convierten en carne, salchichas y “biltong” (una especie de cecina) en la carnicería que forma parte de las instalacio­nes. El año pasado esta empresa cárnica produjo unas 100 toneladas de carne y productos de caza procesando para ello más de 2 000 impalas, kudús y facóqueros.

Sudáfrica cada vez tiene más apetito de carne de caza. Allí es de un sabor excelente, muy tierna y jugosa, pobre en grasa y rica en proteínas, minerales y vitaminas, además no tiene el regusto acerbo típico de este tipo de carnes. En 2016 los rancheros del país dedicados a la cría de animales salvajes vendieron unas 150 000 toneladas de productos de carne de caza, más que nunca antes. Y ahora tienen la exportació­n en el punto de mira. “Esta carne ofrece la mejor calidad bío, los animales se alimenluch­a

¿EL MEJOR MOMENTO PARA CAZAR? DE NOCHE, DESPUéS DE LAS DOCE: LOS ANIMALES APENAS SE MUEVEN

tan de forma natural, no reciben antibiótic­os ni hormonas del crecimient­o”, aclara Thomson.

Apenas una hora después ya cuelgan cuatro antílopes del arco del todoterren­o. “El mejor momento para cazar es poco después de medianoche, entonces los animales apenas se mueven”, explica Thomson. “Además, con la intensa luz de los faros no son capaces de distinguir ni los coches ni las personas”. Eso es extremadam­ente importante porque esta reserva de animales salvajes recibe regularmen­te la visita de turistas que hacen safaris y quieren observar a los animales desde muy cerca. Si los antílopes asociaran los vehículos con la muerte huirían en cuanto oyesen el más mínimo ruido de motor.

El terreno de la granja ocupa una superficie de 7 200 hectáreas. El paisaje está salpicado de colinas, cubierto de espeso matorral y describe un armonioso declive hacia el río Pongola que da nombre a la finca y en el que habitan hipopótamo­s y cocodrilos. Karel Landman compró estas tierras a un granjero en 1973 para criar vacas en ellas. Pero en los años ochenta empezó a reducir sus rebaños y a reintroduc­ir animales salvajes locales, entre ellos antílopes, jirafas, facóqueros, búfalos y rinoceront­es. Ahora corretean libremente por esta finca vallada y pueden reproducir­se sin trabas mientras la tierra ofrezca suficiente comida y agua. En este momento viven aquí unos 4 500 animales. Los cazadores furtivos tratan de entrar en la granja una y otra vez, sobre todo para matar rinoceront­es cuyos cuernos alcanzan precios récord en el mercado negro. Por eso Landman ha formado una patrulla de vigilancia que hace la ronda junto a las vallas de la finca.

Karel Landman, un hombre delgado, musculoso y de pelo ralo de 67 años de edad, lleva pantalones cortos por la rodilla de color beis y una camisa de manga corta color caqui, el uniforme típico de los ranger y los granjeros de Sudáfrica. “Devolver la tierra a la naturaleza y ver cómo se reproducen estos magníficos animales da una gran satisfacci­ón”, comenta y añade con una sonrisa. “Aunque lo cierto es que tomé esa decisión no tanto por idealismo o porque quisiera proteger la naturaleza. Se trataba ante todo de hacer negocio, como granjero de animales salvajes podía multiplica­r por tres las ganancias por hectárea de terreno”.

Landman fue uno de los primeros rancheros de Sudáfrica en cambiar sus rebaños de vacas por manadas de animales salvajes. A comienzos de los años sesenta solo había tres granjas privadas en el Cabo centradas en la cría de especies salvajes. Según la constituci­ón, en aquel entonces todos los animales salvajes eran un bien común, aunque vivieran en terrenos privados. Será en 1991 cuando el Parlamento sudafrican­o apruebe la Game Theft Act que permite la propiedad y cría de animales salvajes en granjas privadas, siempre que el terreno esté “convenient­emente vallado”. Eso dio pie al surgimient­o de ranchos de vida salvaje y desde entonces este sector de negocio experiment­a un auténtico boom: actualment­e existen en Sudáfrica más de 10 000 granjas privadas de este tipo que ocupan aproximada­mente 20 millones de hectáreas de terreno, en las que viven entre 15 y 20 millones de animales salvajes. Baste decir, a modo de comparació­n, que en los parques nacionales y en las zonas protegidas por el Estado viven entre seis y siete millones de animales en una superficie de seis millones de hectáreas. Mientras el número de animales salvajes no para de crecer, los rebaños de vacas disminuyen, actualment­e solo quedan unos 14 millones de cabezas de ganado vacuno.

Gracias a estos rancheros, Sudáfrica y la vecina Namibia son los únicos países subsaharia­nos en los que la población de animales salvajes ha experiment­ado un claro crecimient­o durante los últimos 40 años. En África oriental, donde no existen este tipo de granjas, la población ha quedado reducida a la mitad en el mismo periodo de tiempo, en África occidental a la décima parte.

“Si la cría de animales salvajes se lleva a cabo de forma prudente y sostenible puede contribuir de manera importante a la conservaci­ón de la biodiversi­dad y a la protección de las especies”, apunta Andrew Taylor, director de investigac­ión de Endangered Wildlife Trust, una organizaci­ón de Johannesbu­rgo dedicada »

a la protección de las especies. Los ranchos de vida salvaje reciben pocas críticas, que van dirigidas más bien contra los cazadores ineptos y los turistas de los safaris que a veces no son capaces de abatir un animal sin hacerle sufrir. La caza forma parte del estilo de vida sudafrican­o. La mayoría de los 250 000 cazadores del país no buscan trofeos sino la carne de los animales abatidos.

El hecho de que hoy en día las granjas de animales salvajes sean tan lucrativas se debe a la diversific­ación. Antes Landman vivía solo de la venta de sus vacas. Ahora tiene cuatro fuentes de ingresos diferentes: vende sus búfalos, kudús y antílopes nyala en subastas a otros granjeros y a zoológicos o reservas naturales protegidas que quieren aumentar sus existencia­s. Organiza safaris fotográfic­os para turistas que pernoctan en sus elegantes campamento­s con vistas al río Pongola. En invierno llegan los cazadores: los sudafrican­os, para reponer sus reservas de carne de caza, y los extranjero­s, para llevarse trofeos. Y a eso hay que añaEn dir la producción de carne que cada vez cobra más importanci­a: la carne de caza se vende a establecim­ientos de restauraci­ón y hoteles de los alrededore­s o se sirve en los restaurant­es del propio lodge. “Cuando un sector de negocio no marcha demasiado bien gano dinero con otro”, explica Landman.

Ahora el turismo flojea un poco pero la venta de carne funciona mejor que nunca. “Nuestra carnicería trabaja a pleno rendimient­o”, comenta Kemp Landman, hijo de Karel de 40 años de edad. Lleva 16 dirigiendo la empresa cárnica alojada en varios edificios color terracota situados detrás de las oficinas de la granja. “Tenemos quince empleados que a menudo trabajan siete días a la semana. Y la demanda de nuestra carne no para de crecer”.

la sala de despiece de la carnicería, que parece un garaje de grandes dimensione­s, dos antílopes impala cuelgan de una viga de hierro. Les han cortado la cabeza, las pezuñas y la tibia nada más desangrarl­os. Ahora dos carniceros se disponen a desollarlo­s. Hacen cortes en la piel de las patas traseras y de la cola con cuchillos afilados y luego empiezan a tirar de ella con mucho cuidado. Tienen que repasar una y otra vez con las cuchillas las zonas donde la piel está demasiado adherida al tejido muscular. “En realidad es muy sencillo si sabes dónde tienes que meter el cuchillo”, explica uno de los hombres. Las pieles de los animales, de pelo castaño dorado, finas y muy elásticas, terminan en la basura porque no sale rentable trabajarla­s. “La sal para curtir es demasiado cara y los precios de la piel son demasiado bajos”, explica Kemp Landman. “Si la vendiera no conseguirí­a ningún beneficio”.

Kemp Landman inspeccion­a a fondo los animales ya desollados, está obligado a ello por ley. Busca decoloraci­ones de la

EL RANCHO PRODUCE UNAS 100 TONELADAS AL AñO DE CARNE DE CAZA Y PRODUCTOS DERIVADOS

carne, examina los pulmones y los ganglios linfáticos, el hígado y los riñones. Si todo está en orden, estampa el sello oficial del inspector cárnico en la pata del animal. En él se lee en inglés y en afrikáans: “passed” - “rebotswe”. Se pesa y se identifica cada antílope. “Tenemos que saber cuándo y dónde se ha abatido al animal”, explica Landman. “Si algo no está en orden tenemos que poder precisar exactament­e la procedenci­a de la carne”. Un impala macho adulto pesa entre 50 y 60 kilos. El tronco sin cabeza, piel ni entrañas pesa solo la mitad. Si el animal ha sido sacrificad­o de un tiro en la cabeza la carne supone aproximada­mente el 60% del peso, por lo general entre 15 y 18 kilos. Si ha recibido el tiro en otro sitio se elimina la carne alrededor de la

herida y eso hace que se pierda cerca de kilo y medio.

A continuaci­ón los antílopes se guardan en la cámara frigorífic­a. “Al igual que la carne de vacuno, la carne de caza también tiene que madurar varios días para que esté tierna”, explica el jefe de la carnicería. “Dependiend­o de la especie, lo mejor es que pase entre una y tres semanas a una temperatur­a comprendid­a entre dos y cinco grados como máximo”. El tiempo de maduración también depende de factores externos. Por ejemplo, si el animal ha sufrido mucho estrés justo antes de morir, la carne debe estar colgada más tiempo. Landman piensa que la muerte de un tiro en la cabeza es el mejor método de sacrificio porque “generalmen­te el animal no se entera en absoluto de lo que está pasando”. Y apostilla: “En cualquier caso no puedes reunir a estos animales como si se tratara de un rebaño de vacas para llevarlos al matadero”.

El auténtico corazón de la carnicería está separado de la cámara frigorífic­a por una pesada puerta. En una pequeña nave fuerempeza­r temente iluminada ocho empleados con batas blancas manejan con destreza los cuchillos. Descuartiz­an los troncos de los animales y cortan la carne en trozos sobre mesas de aluminio reluciente. En medio de la sala, Simangele Myeni, una robusta joven, tritura con una gran picadora carne de kudú y grasa de vaca para hacer salchichas. Al picadillo se le añade una mezcla de especias que contiene, entre otras cosas, sal, chile y pimienta y a veces un poco de ajo en polvo y almidón de maíz para ligar todo. Luego, Simangele Myeni inyecta la masa en intestinos naturales.

El maestro carnicero Mlungisi Mngomezulu, un hombre mofletudo con el cabello cubierto por una redecilla blanca como el resto de los trabajador­es, supervisa toda la producción. “Antes de a trabajar en una carnicería hay que conocer la anatomía de los animales”, explica el fornido carnicero. “Entonces todo resulta muy sencillo”. Nos muestra cómo se hace, empuña el cuchillo y corta primero las piezas de solomillo pegadas a la columna vertebral del impala, que en el comercio cuestan entre 155 y 165 rands el kilo, unos diez u once euros al cambio. Fritos brevemente en una sartén de grill son de una terneza prácticame­nte insuperabl­e. Luego le toca el turno al rosbif, el pescuezo y la paletilla. Mngomezulu coge una sierra para separar las costillas de la columna vertebral. “Las costillas de caza son un poco secas pero muy ricas”, murmura y a continuaci­ón pasa a las patas traseras.

La mayoría de la carne fresca va a parar a los dos restaurant­es del lodge. El resto se vende en una tienda propia situada en la calle principal o se lleva directamen­te a carnicería­s y hoteles de los alrededore­s. Esta empresa cárnica comerciali­za también productos elaborados como kebabs y hamburgues­as y una docena de salchichas diferentes, en su mayoría de kudú, impala o facóquero. Por supuesto, la carnicería Leeukop también incluye en su oferta las típicas salchichas sudafrican­as: las “braaiwors” o salchichas gruesas para asar, jugosas y de sabor intenso; la finas “droewors” se dejan secar al aire y se comen como piscolabis, casi siempre acompañand­o a una buena cerveza.

En Sudáfrica también es muy popular el “biltong”, una especie de cecina. Se elabora con vacuno o con caza y se conserva durante varios meses. Mngomezulu corta la carne del pernil del antílope en finas tiras de unos 15 centímetro­s de largo, luego las pone en una mezcladora junto con una combinació­n de chile y especias y deja que la carne gire dentro de la máquina hasta que queda »

AQUÍ HAY MÁS DE 10 000 GRANJAS PRIVADAS DE ANIMALES SALVAJES

cubierta de manera uniforme por el condimento. Entretanto Myeni lleva los trozos de “biltong” fresco al secadero. Introduce un pequeño gancho en cada una de las tiras y las cuelga del techo. Al mismo tiempo su colega Mpilo Sujayo extiende tiras de carne sobre una parrilla. Un ventilador sopla aire caliente en la sala, la temperatur­a de secado ideal está entre los 35 y los 40 grados centígrado­s. Al cabo de unas 18 horas el “biltong” ya está listo. Las “droewors” se secan a 20 grados en otra sala. La carne está mezclada con grasa de vacuno que no debe derretirse. Para que el secado vaya más rápido, en la cámara hay dispositiv­os que aspiran la humedad y varios ventilador­es proporcion­an la necesaria circulació­n del aire. Este proceso dura entre día y medio y dos días.

Los empleados de la carnicería están contentos de tener un trabajo fijo. La Reserva Pongola Game crea puestos de trabajo. “Antes, cuando todavía tenía vacas, daba empleo a ocho o diez personas, pero hoy en día son más de 100 y todos ganan mucho que los que trabajan con vacas”, explica Karel Landman. Actualment­e en todo el país hay más de 100 000 personas trabajando en el sector del rancho salvaje. Pero podrían llegar a ser muchas más si Sudáfrica consigue abrir mercados de exportació­n en Europa o Estados Unidos. “Existen inmensos potenciale­s de negocio que apenas hemos empezado a aprovechar”, recalca Adri KitshoffBo­tha, gerente de Wildlife Ranching South Africa. Esta asociación de criadores de animales salvajes, a la que pertenecen unas 2 000 granjas, lleva años tratando de introducir en Sudáfrica leyes y estándares unificados que simplifiqu­en la exportació­n. Actualment­e solo se venden unas 2 000 toneladas anuales de carne de caza al extranjero.

La Unión Europea establece una y otra vez prohibicio­nes de importació­n para la carne de caza sudafrican­a, unas veces por la gripe aviar, otras por la fiebre aftosa. Pero, aunque no surjan enfermedad­es, las exigencias que han de cumplir los exportador­es de carne de caza son extremadam­ente complicada­s. “En estos momentos solo tenemos dos productore­s certificad­os para la exportació­n a la Unión Europea”, explica Louw Hoffman, director del Departamen­to de Ciencia Animal de la Universida­d de Stellenbos­ch y uno de los más importante­s expertos en cría de animales salvajes de Sudáfrica.

En el catálogo de requisitos que hay que cumplir para obtener una certificac­ión de la Unión Europea se describe con absoluta precisión cada detalle del sacrificio, desangrado, eviscerado y elaboració­n de la carne. Se especifica incluso el procedimie­nto para desinfecta­r los cuchillos y las caracterís­ticas de la plataforma de los todoterren­os para el transporte de los animales muertos. Además más, para que se pueda conceder la certificac­ión cada uno de estos puntos concretos debe ser verificado por las instancias administra­tivas competente­s.

“El despliegue burocrátic­o es tan inmenso y enrevesado que a los rancheros prácticame­nte no les merece la pena llevar a cabo todo el proceso”, explica Karel Landman. “Los requisitos de higiene que ha de satisfacer la carnicería no suponen realmente ningún problema. Pero, no obstante, ¿por qué tengo que enterrar los restos de carne en lugar de dejárselos a los buitres?”

Landman mira al cielo, sobre él vuelan en círculos un par de carroñeros esperando a que termine el turno de la carnicería, porque entonces siempre hay algo que comer.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ?? 1
1
 ??  ?? 1. Recoger Nada más producirse el disparo, los ayudantes saltan del todoterren­o y comprueban si el antílope está muerto. Luego le seccionan el cuello para que se desangre, a continuaci­ón abren la pared abdominal. El tirador Malcolm Thomson está al fondo controland­o el trabajo de los hombres. 2. Eviscerar Las entrañas, como el estómago y el intestino, se extraen in situ y se dejan en el matorral. 3. Preparar Los animales sin pezuñas, tibias ni cabezas se cuelgan de vigas de hierro en la sala de despiece de la carnicería de la granja. Primero se hace un corte con un cuchillo afilado en la piel de la cola y de las patas traseras. 2 3
1. Recoger Nada más producirse el disparo, los ayudantes saltan del todoterren­o y comprueban si el antílope está muerto. Luego le seccionan el cuello para que se desangre, a continuaci­ón abren la pared abdominal. El tirador Malcolm Thomson está al fondo controland­o el trabajo de los hombres. 2. Eviscerar Las entrañas, como el estómago y el intestino, se extraen in situ y se dejan en el matorral. 3. Preparar Los animales sin pezuñas, tibias ni cabezas se cuelgan de vigas de hierro en la sala de despiece de la carnicería de la granja. Primero se hace un corte con un cuchillo afilado en la piel de la cola y de las patas traseras. 2 3
 ??  ?? 1 2
1 2
 ??  ?? 1. Tarea del jefe El maestro carnicero Mlungisi Mngomezulu supervisa la producción y, por supuesto, también se pone manos a la obra, aquí lo vemos descuartiz­ando una pieza. 2. Carne fresca Gran parte de ella va a parar a los restaurant­es del lodge que pertenece al rancho. El resto se vende en una tienda propia o se suministra a carnicería­s y hoteles de las proximidad­es.3. Picadora Para la elaboració­n de salchichas se pica carne de kudú o de otros animales salvajes mezclada con grasa de vaca, se condimenta con especias y se inyecta en intestinos naturales. 4. Salchichae­nroscada Kemp Landman, de 40 años de edad e hijo de Karel Landman, el propietari­o de la granja de animales salvajes, ha preparado unas “braaiwors” típicas de Sudáfrica, unas salchichas asadas jugosas y muy especiadas. 3 4
1. Tarea del jefe El maestro carnicero Mlungisi Mngomezulu supervisa la producción y, por supuesto, también se pone manos a la obra, aquí lo vemos descuartiz­ando una pieza. 2. Carne fresca Gran parte de ella va a parar a los restaurant­es del lodge que pertenece al rancho. El resto se vende en una tienda propia o se suministra a carnicería­s y hoteles de las proximidad­es.3. Picadora Para la elaboració­n de salchichas se pica carne de kudú o de otros animales salvajes mezclada con grasa de vaca, se condimenta con especias y se inyecta en intestinos naturales. 4. Salchichae­nroscada Kemp Landman, de 40 años de edad e hijo de Karel Landman, el propietari­o de la granja de animales salvajes, ha preparado unas “braaiwors” típicas de Sudáfrica, unas salchichas asadas jugosas y muy especiadas. 3 4
 ??  ?? 1 2 1. Panorama El río Pongola da nombre al rancho de 7 200 hectáreas 2. Visionario Karel Landman se dio cuenta muy pronto de que podía ganar más dinero con los animales salvajes que con las vacas: hace 30 años devolvió las tierras de su granja a la naturaleza. Hoy viven en ella unos 4 500 animales.
1 2 1. Panorama El río Pongola da nombre al rancho de 7 200 hectáreas 2. Visionario Karel Landman se dio cuenta muy pronto de que podía ganar más dinero con los animales salvajes que con las vacas: hace 30 años devolvió las tierras de su granja a la naturaleza. Hoy viven en ella unos 4 500 animales.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain