CABALLOS SICILIANOS
Los sicilianos de la ciudad de Catania están locos por los caballos: en otras partes del mundo la gente guarda un Mercedes en el garaje, aquí un bonito potro. A los dueños no les gusta hablar de ello porque es ilegal, como las carreras ecuestres nocturnas
En la ciudad de Catania están locos por los équidos: los guardan en sus garajes, a cobijo de miradas ajenas
Sé bueno, por favor, amore”, dice una anciana elegante cuya figura desentona en la decadente bocacalle de la Via Plebiscito, en medio del casco antiguo de la ciudad de Catania. Hace un momento estaba hablando desde la acera con una mujer en el balcón del segundo piso. Ahora su voz se vuelve gélida. “¡En serio! amore mio, si entras ahí, te matan”. Nos mira de forma penetrante: “¡Déjalo!”
Nosotros, el fotógrafo Francesco Millefiori y yo, solo habíamos preguntado si aquí en el barrio de San Cristoforo había caballos por alguna parte. “Aquí solo hay gatos”, nos gritan desde el balcón. Oficialmente está prohibido tener caballos en el casco urbano de Catania. Las calles, con sus numerosas casitas ruinosas y montañas de basura, no son lugar para animales. Y aún así, por todas partes hay indicios de que los residentes no se toman muy en serio la prohibición. Hay tiendas que venden sillas de montar y bridas, pienso y heno.
Los pequeños talleres en los patios traseros construyen calesas, carros de caballos de dos ruedas. En un tablón de anuncios se ofrece una yegua para los productos de una carnicería que acaba de cerrar y sobre el asfalto agrietado hay paja. En el casco antiguo, muchos carniceros venden sin pudor carne de caballo. Temprano por la mañana, los propietarios sacan las imponentes parrillas de hierro a las aceras y poco después emanan nubes de humo de la carne de caballo que se asa sobre carbón vegetal. A la hora de la comida se comen panecillos con carne de caballo.
En Catania la gente está loca por los caballos... y es pragmática, pues su pasión se dirige tanto a los animales vivos como a su carne. El propietario de un caballo goza de cierto estatus: en otras partes del mundo, la gente guarda un Mercedes en el garaje, aquí un bonito potro. “Al final, el mantenimiento de estos animales es muy costoso”, nos explica un hombre que nos encontramos después. Como casi todos los propietarios de caballos, no quiere que le fotografíen bajo ningún concepto. Se celebran carreras de caballos ilegales en las que naturalmente también hay apuestas. Entonces algunos hombres en “scooters” bloquean el tráfico, a veces en una carretera de circunvalación, otras veces en vías secundarias, para que los aurigas montados en sus calesas puedan enfrentar a sus caballos entre sí sin molestias. La información de cuándo y dónde tiene lugar el esperado evento solo se transmite a la comunidad ecuestre, por eso la mayoría de acciones policiales no tiene éxito.
Y además está ese entusiasmo por la carne de caballo, unas piezas que recuerdan a la carne de vacuno, aunque de color un poco más claro, de consistencia firme, jugosa y con un sabor ligeramente dulzón.
HOGAR DE LA MAFIA Y DEL AMOR A LOS CABALLOS
Como oficialmente todo esto está prohibido, a los residentes no les gusta hablar con extraños acerca del tema.
Sicilia es conocida por ser el hogar de la mafia, que ni siquiera se achanta ante el asesinato de jueces. Catania, la segunda ciudad más grande de la isla, con aproximadamente 315 000 habitantes (frente a la capital, Palermo, con más del doble) da menos que hablar por estos ataques brutales. Aquí, los mafiosos suelen llevar traje: su línea de negocio son los delitos financieros. En barrios como San Cristoforo, donde muchas personas tienen caballos, prospera además el tráfico de drogas. Las tiendas de muebles venden cocaína y los traficantes sientan a los niños sobre la mercancía para camuflarla cuando hacen entregas con la vespa: así lo describe la prensa local. La policía hace redadas con regularidad por las estrechas callejuelas, pero está impotente ante la situación. El rechazo hacia el Estado y sus leyes está muy extendido, no solo entre los gángsteres, sino también entre los ciudadanos irreprochables en mayor o menor medida.
Pese a la advertencia de la dama elegante proseguimos nuestra búsqueda. Ha despertado nuestra curiosidad y, tras la reacción defensiva de ambas mujeres, estamos convencidos de que vamos por el camino correcto. Con un mal presentimiento trepamos por un muro que se alza en un pequeño llano.
En la Edad Media aquí había una casa de enfermos en la que aquellos que padecían enfermedades incurables aguardaban la muerte. Quedan solo unos pocos restos de los muros del hospital, el área se ha llenado de tierra y escombros. Un tiempo después, en la pared trasera del edificio que colinda con el terreno descubrimos un agujero... y una mancha blanca y negra, que se mueve: un caballo extiende el hocico en busca de aire fresco. Desde la calle no se podía ver al animal, ya que alguien ha puesto una cubierta. Una pared de tablones separa el patio de la casa. Miramos con cuidado a través de las ranuras y distinguimos la silueta de otro caballo. Un joven sentado en una silla de plástico permanece atento sin quitarle el ojo de encima al semental. Como no sabemos si hay más vigilantes en las inmediaciones que puedan descubrirnos, decidimos suspender nuestra búsqueda, de momento. Por hoy ya hemos visto suficiente.
Nuestra próxima parada es el Istituto Incremento Ippico per la Sicilia. Hay muchas caballerizas en el casco urbano de Catania, pero esta es la única legal. El Instituto para la Promoción del Caballo se encuentra en un edificio que data del año 1745. El patio interior del antiguo monasterio está separado de la calle principal por gruesos muros y una imponente puerta metálica verde. Antiguamente, aquí vivían y rezaban monjes que se alojaban en sus grandes celdas, de diez a doce metros cuadrados. Hoy en día aquí solo se alojan sementales.
El director del Instituto, Alfredo Alessandra, se limita a hacer declaraciones generales en su oficina. Dice que es mejor que informemos sobre las muchas cosas buenas de Sicilia que sobre los negocios ilegales del mundo ecuestre. Después se disculpa, dice que lleva solo unos pocos meses en el puesto y llama a su ayudante, Michelangelo Bentivegna.
Michelangelo trabaja en el Instituto desde hace 13 años y es el que mejor lo conoce. Procede de un pequeño pueblo en las montañas, a no mucha distancia, cuenta Bentivegna. Sin embargo, no probó la carne de caballo hasta que llegó a Catania para estudiar. Al principio se negó, ya que nunca la había comido. Pero pronto cedió ante la insistencia de sus amigos, y también por curiosidad, y en seguida le cogió el gusto. “Hoy en día simplemente se ha convertido en parte de mi vida y por lo menos una vez al mes voy a comer carne de caballo con los amigos. Aunque le confieso que cada vez con más frecuencia.”
“El hecho de que aquí se tengan caballos se debe principalmente a que Catania es una ciudad portuaria y mercantil”, dice Bentivegna. Eso también explica que haya tantos caballos, sobre todo en el barrio de San Cristoforo, al lado del puerto: “Antiguamente había muchas compañías de »