Beef!

ELLOS Y ELLAS

Al comer y al beber se ven, sin tapujos, las diferencia­s entre chico y chica. Hoy: Vacaciones en la cabaña.

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En el comer y en el beber se ve quién es quién.

ELLA

llega de buen humor desde la pista de esquí y frena suavemente ante la entrada de la cabaña. Mete los esquís en el armario y coloca las botas sobre el tubo de la calefacció­n. Entra en el salón, está tiritando como un gato mojado. Lo primero que hace es servirse un té bien caliente. Parpadea tratando de ver mejor en la habitación oscura y dice: “¿Qué tal estaría un fuego romántico?”. Va a la chimenea, coge dos tronquitos de buen aspecto, los apoya uno en otro y mete unas hojas de periódico debajo. Enciende el papel, ve cómo se convierte en ceniza y se queda mirando fijamente los troncos. Oye un ruido y piensa: “¡Oh, dios, una avalancha!”, pero se da cuenta de que es su estómago. Coge un bote de plástico con carbón de barbacoa, echa un poco sobre los troncos, les lanza una cerilla encendida y se pone a cubierto. Se retira de la cara los cabellos chamuscado­s y se dice: “Bueno, por lo menos se ha encendido”. Revuelve en su mochila y saca dos manzanas. Piensa: “¡Qué bien, manzanas del amor!”. Recubre una con miel, la pincha con un bastón de esquí y la mantiene sobre las llamas. Se tumba sobre la piel de oso y se calienta los pies cerca del fuego. Se siente Blancaniev­es.

EL

llega muy animado desde la pista de esquí y se para con un derrape dramático ante la entrada de la cabaña. Apoya los esquís en la pared de la casa y cruza la puerta dando patadones en el suelo con sus botas. Entra en el salón, está sudando como un pollo. Para empezar, se toma un chupito frío de licor de pera de la botella que está en la nevera. Escruta la habitación oscura y dice: “¿Qué tal una barbacoa bien hecha?”. Va a la chimenea, clasifica los troncos por tamaño, apila los pequeños formando una plataforma, y mete debajo bien de leña menuda. Enciende una rama, la introduce entre la madera y observa cómo la leña menuda empieza a resplandec­er. Oye un ruido y piensa: “¡Hala, eso tiene que ser un oso!”, pero se da cuenta de que es su estómago. Coge una rama de abeto, la coloca sobre el fuego y escucha cómo chisporrot­ea. Se pellizca los pelos de la barba chamuscado­s y se dice: “¡Así se enciende un fuego!”. Revuelve en su mochila, saca una pata de conejo y piensa: “¡Sí, carne asada!”. Unta la pata de conejo con miel, la rodea de briznas de hierba, la envuelve en papel de aluminio y la pone al fuego. Se tumba sobre la piel de oso y, poco a poco, se duerme. Se siente Jesús Calleja.

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