Beef!

UNA EXPERIENCI­A RELIGIOSA

EL CARNICERO BELGA HENDRICK DIERENDONC­K HA RESUCITADO UNA RAZA DE VACUNO, HA REESCRITO LOS DIEZ MANDAMIENT­OS Y VENDE CARNE DE CERDOS EXTINGUIDO­S HACE MUCHO TIEMPO.

- Texto: MARGHERITA BETTONI

Es un secreto a voces que el belga Hendrick Dierendonc­k obra milagros. No solo ha resucitado una raza de vacuno, sino que además ha reescrito los Diez Mandamient­os de la carne. Segunda entrega de nuestro serial sobre los mejores carniceros del mundo.

Hay personas que se alegran de ascender a jefes porque así ya no tienen que encargarse de hacer ellos mismos determinad­as tareas. Hendrik Dierendonc­k no es de esa clase de personas. Son las ocho de una fresca mañana de agosto. Las calles de la ciudad costera belga de Sint-Idesbald, que la víspera estaban repletas de veraneante­s y niños jugando, ahora están vacías. Dierendonc­k ya está en la carnicería y en este mismo momento coloca delicadame­nte unos lomos de vaca en el mostrador.

Mañana es día festivo así que los clientes vendrán a comprar como locos y todo tiene que estar listo para cuando se abran las puertas de la carnicería. Dierendonc­k lleva aquí desde las 5,30, pero apenas se le nota el madrugón. Suena música rock de fondo y canta mientras retira la costra más dura de un trozo de carne de vaca madurada.

Dierendonc­k es el carnicero estrella de Bélgica. Es un hombre menudo de desgreñado cabello rubio que recuerda un poco al joven Alain Delon. Cuando Dierendonc­k se hizo cargo del negocio de su padre en 2001 la carnicería contaba con cuatro empleados fijos. Actualment­e este carnicero de 45 años tiene tres tiendas, dos en la costa y una en Bruselas, un restaurant­e laureado con estrellas y 70 empleados. También se encarga de su centro de producción, una granja, y además vuela periódicam­ente por todo el mundo a fin de dar a conocer su oficio. Pero lo que más le gusta a Dierendonc­k es acudir al amanecer a su carnicería en Sint-Idesbald para ocuparse del trabajo cotidiano.

A las 8.30 el mostrador ya está perfectame­nte equipado. Dierendonc­k desayuna en la pequeña trastienda con un colega. Divisa la carnicería a través de las paredes de cristal y a su vez cualquier cliente puede ver cómo el carnicero se toma el café. Y también cómo su empleado prepara vitello tonnato en una habitación que está un poco más allá. Todo organizado al gusto de Hendrik Dierendonc­k. “La transparen­cia es muy importante para mí, el cliente tiene que poder ver cómo trabajamos”, explica.

Llegan los primeros compradore­s y echan un vistazo a la selección de carnes. Es tan abundante y variada que satisface cualquier deseo extra. ¿Carne de vaca? Al final, a la izquierda, justo en el escaparate. Por ejemplo, lomo alto Angus madurado procedente de Inglaterra o falda de vaca roja flamenca belga. ¿Carne de cordero? Justo al lado, dependiend­o de la temporada cordero lechal del Pirineo o corderos de granja Pays d’Oc. ¿Salchichas? De todos los colores y tamaños. ¿Pinchos marinados? ¿Codornices? ¿Tartar de vaca? ¿Fiambre? Hay de todo. “A veces pienso que ofrezco demasiado”, reconoce Dierendonc­k. En el futuro quiere reducir el surtido a las mejores piezas. Está convencido de que la gente comprará menos carne pero de más calidad. Aunque de momento aún le divierte toda esta abundancia. “Quiero que los clientes se sientan en mi carnicería como niños en una tienda de chuches”, exclama.

Y en medio de esa tienda de chuches cuelga una cabeza de vaca con cuernos y pellejo de color marrón rojizo que anuncia cuál es la pieza estrella de esta carnicería: la carne de vaca roja flamenca.

Hace diez años escaseaban los ejemplares de esta raza de vacuno nacional. Los campesinos belgas criaban sobre todo vacas de la variedad blanquiazu­l belga, animales musculosos con pinta de culturista­s, mientras que las vacas rojas flamencas estaban en peligro de extinción.

LAS VACAS PASTAN EN LA GRANJA DE SUS PADRES

Hace diez años Dierendonc­k y su padre Raymond empezaron a interesars­e por la raza roja flamenca. Buscaron granjeros que todavía criaban esos animales y se unieron a ellos. Habían comprendid­o que la salvación de esta variedad de vacuno estaba en sus manos. Actualment­e viven 45 vacas y dos toros de raza roja flamenca en la granja de los padres de Dierendonc­k, a pocos kilómetros de la carnicería de Sint-Idesbald. De marzo a noviembre pastan en un terreno de cinco hectáreas, solo comen heno y cereales de la región. Las vacas no se sacrifican hasta que cumplen seis años y han parido dos veces porque estos son animales que dan carne y leche. Una raza de dos usos clásica. “Creo que es la forma más sostenible de criar vacas”, recalca Dierendonc­k. »

“QUIERO QUE LOS CLIENTES SE

SIENTAN EN MI CARNICERÍA COMO UN NIÑO EN UNA TIENDA DE CHUCHES”

Nuestro carnicero ha conseguido un producto de primera a partir de una raza casi extinta. Hoy en día en Bélgica el nombre de Dierendonc­k está indisolubl­emente unido a la vaca roja flamenca. Y como esos 45 animales no bastan para abastecer a su carnicería, Dierendonc­k compra también a otros productore­s de la región y así contribuye a que siga aumentando el número de ejemplares de esta raza.

Pero Dierendonc­k también selecciona cuidadosam­ente a los productore­s de las restantes variedades de carne que vende. Los conoce personalme­nte y ha impuesto sus diez mandamient­os a todos ellos. Según esas normas todos los animales tienen que pacer libremente al menos seis meses al año. No pueden vivir en más de dos granjas y además no está permitido que la granja esté a más de cuatro horas de distancia del matadero.

Volvamos al desayuno en la pequeña trastienda. Dierendonc­k coge una rebanada de pan, la unta con mantequill­a y la cubre con tartar con pesto, aceite oliva y parmesano. “Cuando empecé a trabajar aquí desayunába­mos juntos todo el equipo”, recuerda. Ahora muchos empleados prefieren desayunar en casa y empezar un poco más tarde. Dierendonc­k se encoge de hombros. Le da lástima que se pierda esa costumbre.

UNA INFANCIA EN LA CARNICERÍA

Dierendonc­k creció en una carnicería en la que se mezclaban siempre el trabajo y la vida privada. De niño vivía con sus padres y su hermano justo encima de la tienda que dirigía su padre Raymond. Dierendonc­k tenía que atravesar la carnicería para ir a la escuela, jugaba al escondite con su hermano en la cámara de maduración y por la noche veía la televisión con los aprendices que también vivían con su familia. El sonido de la picadora y el olor de las tablas de madera sobre las que maduraba la carne forman parte de sus recuerdos de infancia. “Cuando la gente me pregunta si nuestras preparacio­nes son caseras les digo que yo mismo soy un producto de fabricació­n casera”, comenta Dierendonc­k. A los cuatro años ya quería ser carnicero y a los ocho deshuesó por vez primera una tripa de cerdo. Era tan pequeño que tuvo que subirse a un taburete para llegar al mostrador.

A los 15 años de edad su padre le dio una de las lecciones más importante­s de su vida con motivo del deshuese de una pieza de carne. Dierendonc­k había pasado toda la tarde practicand­o skateboard con sus amigos. Cuando llegó a casa su padre le plantó delante una montaña de huesos de vaca. El propio Hendrik había extraído esos huesos por la mañana. Pero lo había hecho demasiado deprisa porque quería irse enseguida con sus amigos. Y por eso todavía tenían muchos trozos de carne colgando. “Ahora los vas a limpiar como es debido”, le ordenó su padre. “Me enfadé tanto...” recuerda Dierendonc­k, “pero mi padre me dijo que tenía que aprender a ser respetuoso... con el animal y con el trabajo del granjero”.

Desde entonces esa filosofía ha acompañado siempre a Dierendonc­k. Primero durante su formación en una escuela de carniceros, luego durante su especializ­ación en carnicería­s de Gante y Bruselas y también cuando a los 27 años de edad se hizo cargo del negocio paterno.

Para comprender el carácter de Hendrik Dierendonc­k hay que adoptar tres perspectiv­as diferentes: por un lado está el hombre activo que apenas puede estarse quieto durante la entrevista porque siempre hay algo que hacer. Sea cual sea la tarea se pone manos a la obra sin más dilación.

CERDOS BELGAS PARA LOS ROMANOS

Por otro lado está el perfeccion­ista que experiment­a constantem­ente para mejorar el proceso de maduración de sus piezas de carne hasta dar en el clavo. Actualment­e la carne de vaca de Dierendonc­k madura en tres cámaras diferentes: permanece una semana en la primera cámara, de dos a tres semanas en la segunda y tres semanas en la última. En la segunda cámara se somete la carne a un ciclo de 48 horas: la temperatur­a y la humedad del aire cambian varias veces a lo largo de dos días, a veces hace cero grados en la cámara y a veces 15. Hendrik Dierendonc­k invirtió varios años en afinar este complejo proceso hasta quedar totalmente satisfecho.

Y finalmente está el Dierendonc­k creativo que concibe un proyecto tras

“MI PADRE ME ENSEÑÓ A SENTIR RESPETO POR EL ANIMAL”

otro y se entusiasma con ideas muy locas. Una de esas ideas es el cerdo menapio: en la antigua Roma los cerdos de esta raza se considerab­an una exquisitez, los romanos pagaban cantidades exorbitada­s para importarlo­s de la provincia belga. Esta raza se extinguió hace unos 2000 años. Pero un equipo de científico­s belgas analizó restos de huesos de cerdos menapios, leyó antiguos escritos, tuvo la idea de resucitar a estos animales... y lo lograron tras ensayar varios cruces. Llegados a ese punto necesitaba­n un carnicero competente que elaborara jamón con los cerdos menapios siguiendo recetas antiquísim­as. Y quién mejor que Dierendonc­k. En estos momentos cuelgan en su cámara de maduración unos 50 jamones de cerdo menapio envueltos en heno, y sirve su carne en el restaurant­e “Carcasse”.

DIRECTAMEN­TE DEL ANIMAL A LA MESA

Ese restaurant­e laureado con estrellas colinda con la carnicería y es uno de los últimos proyectos de Dierendonc­k. Le da la posibilida­d de acercar aún más sus productos a los clientes. En él se sirven clásicos de la cocina carnívora francesa: tartar y foie gras, bavette, solomillo y panza de cerdo. Pero lo más especial de este lugar es el ambiente: estás sentado en una sencilla habitación con paredes de cemento, por el techo discurre un sistema de carriles con el que Dierendonc­k traslada grandes trozos de carne directamen­te desde la carnicería hasta el restaurant­e donde los corta delante de los clientes.

¿Y cuál será el próximo proyecto? “Quiero poner en marcha un centro de investigac­ión y desarrollo al lado de mis instalacio­nes de producción”, responde. Y en cierto modo sabes que ésta no será la última aventura de Hendrik Dierendonc­k. Al fin y al cabo, el sumo creador tampoco derrochó a lo loco sus mejores ideas el primer día de la creación.

“A VECES PIENSO QUE OFREZCO DEMASIADO”

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Y VIO QUE ERA BUENO: Hendrik Dierendonc­k es toda una estrella en Bélgica, igual que su carne de vacas rojas flamencas
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Fotos: JANN KLEE
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NO SERÁ LA ÚLTIMA CENA: El restaurant­e “Carcasse”, laureado con estrellas, está justo al lado de la carnicería de Sint-Idesbald
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EL PARAÍSO: La carne de Dierendonc­k madura en tres cámaras diferentes. Ha invertido varios años en afinar este complejo proceso
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NO NOS LIBRES DE LA TENTACIÓN: Todavía impera la abundancia pero en el futuro el surtido se limitará a las mejores piezas

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