LO IMPORTANTE ES NO PARTICIPAR
En Asia pagan miles de dólares por un kilo. Los pepinos de mar han desatado una verdadera fiebre del oro en Yucatán, no solo entre los pescadores sino también entre los criminales y la mafia. Un reportaje sobre una locura que puede costar vidas.
En este juego la lucha es a muerte. Y no por una copa o unas medallas de oro, plata y bronce, sino por unas extrañas criaturas marinas con forma de salchicha por las que nadie daba un euro hasta hace unos pocos años. Pero en 2007 llegaron hombres de negocios chinos y la cosa cambió. Ahora la lucha por el pepino de mar no es en absoluto deportiva.
EEl pequeño motor de un cilindro que acciona el compresor se resiste a ponerse en marcha. Alex tira una y otra vez de la cuerda de arranque pero solo traquetea unos instantes y vuelve a apagarse enseguida. “Espero que esto no ocurra cuando esté en el fondo del mar”, bromea el pescador. Luce bigote y perilla y eso le da un aire interesante. Al final desenrosca la bujía, la limpia y el compresor se pone en marcha.
Su compañero Diego guía la barca y comprueba la posición con el GPS. La costa está a unos 20 kilómetros de distancia. “¡Ya casi estamos!”, grita a Alex. Los dos hombres inspeccionan el depósito a presión y el tubo del aire que tiene conectado en un extremo el
regulador de respiración. “Este tubo es mi línea de vida”, comenta Alex mientras se
coloca un cinturón con dos plomos. Limpia el cristal de sus gafas de buceo, se calza las aletas, se santigua y salta al agua.
Alex y Diego no quieren que demos sus nombres completos. Son “pepineros”, bucean frente a las costas de la península mexicana de Yucatán buscando pepinos de mar. Y esa es una actividad prohibida porque las variedades que habitan aquí, ballenato (Isostichopus badionotus) y lápiz
(Holothuria floridana), están en peligro de extinción. La ley prevé penas entre 500 dólares de multa y siete años de cárcel por su pesca furtiva. Pero el negocio con los pepinos de mar produce grandes ganancias. Está controlado por bandas organizadas que tienen inmejorables contactos con el mundo de la política y las autoridades hacen la vista gorda.
Alex es rápido. Con pocos golpes de aleta alcanza el fondo marino a casi 20 metros de profundidad y nada unos dos metros sobre el suelo arenoso buscando con la mirada los pepinos de mar. Estos animales miden entre 40 y 50 centímetros de largo y suelen ser de color marrón con puntos más claros en el lomo o de color beige con motas marrón oscuro. La visibilidad no es buena en las pro
fundidades, las últimas tormentas han arremolinado mucha arena y microorganismos. Pero los ojos de Alex tienen mucha práctica y descubre una y otra vez a estos animales en forma de salchicha entre matas de algas verdes y porosas rocas de coral, los atrapa y los guarda en un saco de plástico que lleva colgado del brazo.
Hace 13 años nadie pescaba pepinos de mar en Yucatán. Estas criaturas tan poco glamurosas, parientes de las estrellas y los erizos de mar, se arrastraban con sus pies en forma tentáculos sobre el fondo marino y mascaban tranquilamente algas y
plancton. Pero todo cambió en 2007 cuando aparecieron por allí hombres de negocios chinos que ofrecían mucho dinero a los pescadores por los pepinos de mar.
En China estos animales se consideran una delicatessen desde hace siglos y se les atribuyen propiedades curativas contra la artritis y efectos afrodisíacos. La carne de los pepinos de mar tiene una consistencia similar a la de los caracoles marinos, el sabor es suave, a veces ligeramente dulzón. Se suelen cocer en sopas o se fríen cortados en rodajas finísimas. En Hong Kong se venden pepinos de mar secos a precios que van de los 1.000 a los 3.000 dólares el kilo dependiendo de la especie de que se trate.
Los primeros en hacerse a la mar para capturar pepinos de mar para los chinos fueron los pescadores de Sisal y Progreso. Pero la noticia de la veta de oro descubierta frente a la costa de Yucatán se propagó a la velocidad del rayo. Enseguida se sumaron a la caza embarcaciones de los estados vecinos de Tabasco, Campeche y Quintana Roo.
“Hace cinco años todavía recogíamos entre 400 y 500 kilos en tres o cuatro horas”, recuerda Diego. A veces hacían incluso dos salidas en un mismo día. “Ahora navegamos 30 kilómetros, nos sumergimos hasta 30 metros de profundidad y las capturas son escasas”.
Alex y Diego proceden de Dzilam de Bravo, un pequeño pueblo de pescadores situado en los márgenes de una extensa zona de manglar. En la localidad hay unas 500 barcas de pesca, la mayoría están atracadas en el puerto que está escondido en una laguna detrás de la playa. La única posibilidad de alimentar a la familia consiste en dedicarse a la pesca. “Antes capturábamos
peces y langostas”, nos cuenta Alex. “La vida era dura, eras rico si podías permitirte un televisor”.
Hace doce años la situación empeoró aún más de forma dramática porque Dzilam de Bravo sufrió una invasión de algas tóxicas que teñían el agua del mar de color rojo sangre. Esta “marea roja” mató muchos peces y amenazaba con desatar una verdadera hambruna. Pero afortunadamente llegaron los chinos y con ellos el boom de los pepinos de mar que de repente empezaron a multiplicarse gracias a las algas. “Dios tuvo piedad de nosotros” dice Alex, “nos envió los pepinos de mar y se encargó de que pudiésemos venderlos”.
Los pescadores construyeron viviendas modernas con cuarto de baño y agua corriente y compraron coches y motocicletas. “Cada uno de nosotros llevaba entre 200 y 300 dólares a casa todos los días”, recuerda con añoranza Diego. “Mientras que antes ganábamos como mucho 100 dólares al mes”.
Como ocurre con toda fiebre del oro, el sueño de la riqueza atrajo a forasteros, aventureros, dudosos hombres de negocios y criminales procedentes de otras zonas del país. Todas las semanas abrían sus puertas garitos y prostíbulos nuevos en Dzilam de Bravo. Un tropel de prostitutas trataban de hacerse con el dinero que los pescadores ganaban con tanta facilidad, las peleas y las balaceras estaban a la orden del día. Además el alcohol y las drogas agravaban los conflictos. Las zonas de buceo eran el principal motivo de disputa, los pescadores locales trataban de ahuyentar a las embarcaciones foráneas. Los forasteros se armaron y contraatacaron: varias personas fueron asesinadas y docenas de barcas fueron pasto del fuego. Las bandas criminales atacaban regularmente las embarcaciones para robar los cargamentos de pepinos de mar que podían llegar a alcanzar un valor de venta de hasta 10.000 dólares. De vez en cuando secuestraban a los pescadores para pedir rescate por ellos.
El gobierno no era capaz de poner fin a los conflictos. Las grandes cantidades de dinero en juego atrajeron a cárteles criminales que se hicieron con el control de la venta de las capturas y se embolsaban las mayores ganancias. El comercio de los pepi- »
nos de mar sigue estando controlado por tres o cuatro hombres de negocios con conexiones con la mafia. Todo el mundo sabe quiénes son pero tienen miedo de mencionar sus nombres. “Fue una verdadera locura”, resume Diego. Y en su voz resuena la tristeza. Algunos amigos suyos que se metieron en esto desde el principio se hicieron bastante ricos. Como Cholo, que se construyó una gran villa en la entrada del pueblo. Pero luego secuestraron a su hijo. Cholo pagó el rescate y se fue de allí con su familia.
Alex se sumó a los buceadores hace solo cinco años, entonces toda aquella locura prácticamente había quedado atrás porque en menos de diez años la pesca descontrolada había conseguido esquilmar las aguas de Yucatán. Hoy en día las barcas solo traen a tierra entre 30 y 50 kilos de capturas diarias. Es cierto que el precio de los pepinos de mar se ha sextuplicado hasta llegar a los 120 pesos, aproximadamente siete dólares, pero una vez descontados los costes de la gasolina —que han subido mucho debido a que los trayectos son más largos— quedan como máximo 30 dólares por cabeza. Y con eso nadie se hace rico.
Alex lleva ya dos horas y media en el fondo del mar mientras Diego va y viene de un lado a otro con la barca. Tiene la mano puesta siempre sobre el tubo del aire para notar sus movimientos. El submarinista tira de él para hacerle saber que quiere subir o que el saco de pepinos de mar está lleno y hay que vaciarlo. Ambos hombres trabajan siempre juntos. “Tienes que confiar por completo en tu compañero, este trabajo es peligroso”, explica Diego. “A veces falla el compresor o se hace un nudo en el tubo del aire y entonces el piloto de la embarcación tiene que reaccionar inmediatamente”. A menudo los buceadores trabajan demasiado tiempo o ascienden demasiado rápido y sufren la enfermedad de la descompresión, se quedan paralíticos o incluso pierden la vida. “En los últimos seis meses hemos tenido 175 accidentes de buceo”, dice el doctor Juan Carlos Tec Tun, responsable de la cámara de descompresión del hospital de Tizimín. “No conseguimos salvar a tres de los buceadores accidentados”.
Por fin Alex sale del agua, su saco está medio lleno, además ha arponado algunos peces para su familia. Los dos pescadores »
sacan rápidamente los pepinos de mar de la bolsa porque estos animales se echan a perder enseguida. Alex los abre por la parte inferior y les extrae los intestinos con un movimiento diestro. A continuación meten los pepinos de mar en una caja grande llena de hielo para protegerlos del sol y el calor.
Los pescadores se alternan en sus puestos, cada uno realiza en total dos inmersiones. Al caer la tarde regresan a la orilla y ponen rumbo a un “sancochero”, un campamento escondido en el manglar donde se procesan los pepinos de mar. Solo se puede acceder a él desde el mar, hay tres barcas de pesca amarradas en la orilla. Alex y Diego llevan su botín a tierra, allí primero pesan los pepinos de mar e inmediatamente después Ricardo, el jefe del sancochero, paga a los pescadores en metálico.
Ricardo lleva la boca y la nariz tapada con un pañuelo para que no lo reconozcan. “Es cierto que nuestros patrones tienen buenas relaciones con los políticos”, explica este hombre alto de piel morena, “pero no quiero provocar innecesariamente a esa gente”.
Detrás de la espesa maleza hay un enorme caldero puesto al fuego con agua de mar hirviendo en su interior, Ricardo utiliza butano en lugar de leña. Unos 100 kilos de pepinos de mar flotan en el agua caliente. “Hay que cocerlos por lo menos durante una hora a fuego vivo hasta que encojan y se endurezcan” explica Ricardo. No para de remover el contenido el caldero, retira la espuma que se forma en la superficie y controla la consistencia de la mercancía.
Cuando los pepinos de mar ya han perdido más del 80 por ciento de su peso Ricardo los pesca con una red de metal y su ayudante Alfonso los mete en un barril de plástico con sal. La sal extrae aún más humedad de los pepinos de mar, los dejarán reposar ahí dentro entre 16 y 24 horas y después los lavarán con agua dulce.
“Algunos clientes exportan los pepinos de mar congelados después de un único proceso de cocción”, nos cuenta Ricardo. Los compradores pagan entonces alrededor de 1.200 pesos —60 euros— por un kilo. “Otros prefieren adquirirlos secos pero para eso hay que cocerlos una segunda vez y dejarlos secar al sol durante ocho días”. Los pepinos secos se pueden conservar durante cinco años lejos de la humedad y el kilo cuesta »
80 euros. En la época del boom había unos 15 sancocheros en el manglar de Dzilam de Bravo que solían trabajar las 24 horas del día. Ahora ya solo quedan cuatro. “Entonces teníamos seis calderos”, recuerda Ricardo. “Hoy nos basta con uno”.
Ricardo sabe que los pepinos de mar podrían desaparecer pronto de forma definitiva. “No me parece bien lo que hacemos aquí”, reconoce en voz baja. “Pero si no pescamos lo hará la gente del pueblo vecino. Si respetas las prohibiciones y los períodos de veda eres un tonto”.
Para pescar pepinos de mar de forma oficial hace falta una licencia de captura. En 2018 la Comisión Nacional de Acuicultura y Pesca (Conapesca) repartió solamente 594 licencias entre los 10.000 pescadores registrados en Yucatán. En 2019 prohibió capturar pepinos de mar durante todo el año pero a todo el mundo le dio igual. “Sabemos que los pescadores siguen haciendo inmersiones para pescar pepinos” explica David Cervera, director de la oficina de Conapesca en la ciudad portuaria de Progreso. “Pero no podemos impedirlo”.
Los científicos del Instituto Nacional de Pesca investigan las poblaciones de pepinos de mar frente a las costas de Yucatán desde hace años. Ellos son los que establecen las cuotas de capturas que Conapesca autoriza a los pescadores. “En 2013 había aproximadamente 27.000 toneladas de pepinos de mar en las aguas de Yucatán, hoy en día estimamos que solo quedan entre 2.500 y 3.000 toneladas”, explica Alicia Poot-Salazar, experta en pepinos de mar y directora del Instituto Nacional de Pesca de Mérida. “Solo una prohibición total de la pesca podría garantizar su supervivencia”. La investigadora sabe que no tiene sentido perseguir cada embarcación de pesca. “Tendríamos que actuar contra los compradores y los exportadores que sobornan a los controladores y compran autorizaciones”, afirma la científica. “Y también tenemos que hacer más esfuerzos para concienciar a los pescadores”.
La cuestión fundamental es averiguar qué función desempeñan realmente los pepinos de mar. Los científicos sospechan que su desaparición fomentará el crecimiento de las algas y diezmará la población de peces. Además estos animales filtran el agua y descomponen material orgánico que se encuentra en el suelo, entre otras cosas algas muertas y secreciones dañinas de otros organismos. Si se reduce este reciclaje de nutrientes podrían desaparecer otras especies del fondo marino.
La cría en acuicultura podría ser una solución. En China ya satisfacen así la cuarta parte de la demanda. “Las empresas podrían ganar mucho dinero”, argumenta Poot-Salazar. “Pero el estado debe eliminar las trabas burocráticas y compensar a los pescadores que consideran el mar como un bien común”.
Al menos ya cuentan con el know-how para esas granjas. El biólogo marino Miguel Olvera experimenta desde hace años con éxito procedimientos para la cría de pepinos de mar en Telchac Puerto, a solo 60 kilómetros de Dzilam de Bravo. Pero para llevar a cabo la explotación comercial hacen falta inversores privados y la gente tiene miedo.
Mientras tanto los cárteles ya han encontrado una forma de compensar la disminución de las capturas en México. Mandan pescadores de Yucatán a Nicaragua donde todavía hay muchos pepinos de mar. Los mexicanos enseñan a la población de allí las técnicas de buceo y les muestran cómo conservar los pepinos de mar. La mercancía se transporta de contrabando de Nicaragua a México y después se exporta a China.
Allí rehidratan los pepinos de mar secos sumergiéndolos en leche y agua durante tres días antes de cocinarlos. Las especialidades de pepinos de mar están entre los platos más caros de las cartas de los restaurantes chinos, cuestan entre 50 y 100 dólares. Un precio que cada vez se pueden permitir más chinos espoleando así el exterminio de los pepinos de mar.
De las 1.500 variedades de pepinos de mar que existen en el mundo solo 70 son comestibles pero 16 ya están en peligro de extinción. Entre ellas el Holothuria
floridana, que casi ha desaparecido de las aguas de Yucatán. “En ningún otro lugar del mundo se ha exterminado una especie con tanta rapidez”, se queja Alicia Poot-Salazar. “En Yucatán no hemos tardado ni diez años en dar la puntilla a esta criatura”.